LA APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS DE LA GUERRA EN LAS OPERACIONES MILITARES DESARROLLADAS EN LA BATALLA DE TALCAHUANO, 5 DE SEPTIEMBRE DE 1931
I. INTRODUCCIÓN
La sublevación de la Escuadra fue un hecho bélico que
involucró a las Fuerzas Armadas chilenas en el año 1931. Aquel año, producto de
una fuerte rebaja en los salarios decretada por el gobierno provisional de
Manuel Trucco –en un contexto de fuerte crisis económica y social derivada de
los efectos de la Gran Depresión del año 1929– la marinería de la Armada de
Chile se enfrentaría a las fuerzas leales al gobierno representadas por el
Ejército y la incipiente Fuerza Aérea de Chile. Las acciones de armas que caracterizaron
este oscuro episodio de nuestra historia nacional se circunscribieron a tres
focos importantes: Coquimbo, donde comenzó la sublevación, lugar en donde se
encontraba rauda gran parte de la Flota Activa de la Armada en ejercicios;
Valparaíso, lugar donde se sublevó el tradicional Regimiento Maipo en favor de
la marinería; y Talcahuano, principal Base Naval del país y único lugar donde
el ejército se enfrentaría a la marinería en tierra firme.
Numerosos
han sido los historiadores que de forma superficial han tratado el tema de la
Sublevación de la Escuadra, sin embargo, no han sido numerosos los
investigadores que han descrito y explicado en profundidad estos
acontecimientos acaecidos en Chile entre los días 31 de agosto al 6 de septiembre
del año 1931, eventos que sin duda dejaron tristes vestigios en aquellas
personas que vivieron y perdieron algo en esos días. Muchos historiadores de
nuestro país, tales como Hernán Ramírez Necochea, Luis Vitale, Sergio
Villalobos, Alfredo Jocelyn-Holt, Cristián Gazmuri, etc., se han aproximado al
tema –de una manera u otra– desde una perspectiva política, reflexionando en
torno a las dinámicas internas o externas que dinamitaron los eventos de
aquella madrugada de fines de agosto.
A la hora
de realizar este trabajo y estudiar más en profundidad los hechos que
ocurrieron en aquellos días –y particularmente el día 5 de septiembre en
Talcahuano– me he servido principalmente de los trabajos de Carlos Tromben
Corbalán y de Sandrino Vergara Paredes. El primero, capitán de navío y profesor
de historia naval, optó a su grado de Doctor en Filosofía en Historia Marítima
en la Universidad de Exeter en Devon, Inglaterra en septiembre de 2010,
trabajado la tesis intitulada The chilean
naval mutiny of 1931 en la que de manera magistral realiza una
investigación en archivos de procesos judiciales y administrativos, analizando
el contexto histórico mundial y nacional en que sucedieron los hechos, prestando
especial atención en los sucesos bélicos ocurridos en Valparaíso, Talcahuano y
Coquimbo. Por otra parte, Sandrino Vergara Paredes, profesor de Historia por la
Universidad de Concepción y profesor de Historia Aeronáutica en la Escuela de
Aviación “Capitán Manuel Ávalos Prado”, realiza un fantástico estudio del tema
que nos convoca a través de dos trabajos en particular: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano publicado
el año 2011 y El General Guillermo Novoa
Sepúlveda y su papel protagónico en Talcahuano. 5 de septiembre 1931 del
año 2016; ambos trabajos publicados en el Anuario de la Academia Militar. En
ambas obras, el profesor Vergara realiza una dedicada reconstrucción, a través
de relatos y vestigios periodísticos de la época, de los eventos ocurridos
particularmente en la ciudad puerto de Talcahuano.
La
siguiente monografía no pretende adentrarse en las consideraciones políticas,
económicas, sociales o militares que causaron o se derivaron de esta crisis. Lo
que se pretende es efectuar una revisión de la influencia que habrían tenido
los diferentes factores vinculados a los “principios de la guerra” –principios que
autores como Carl von Clausewitz o Antoine-Henri Jomini, por dar algunos
ejemplos, han estudiado, analizado y legado a la actualidad– en el desenlace de
la Batalla de Talcahuano el día 5 de septiembre de 1931, batalla que concluiría
–pese a las primeras apariencias– con un decisivo triunfo del bando leal al
presidente Manuel Trucco, constituyendo un factor determinante para que la
revolución llegase a su fin tan sólo dos días después, el 7 de septiembre,
sepultando así, de esta manera, las pretensiones reivindicatorias del bando
sublevado.
La
hipótesis que se manejará en esta investigación sostiene que, a través del
análisis de los “principios de la guerra” se demostrará que el bando sublevado tuvo
mínimas opciones de vencer a las fuerzas gubernamentales, y que la derrota de
los marinos en Talcahuano decantaría finalmente en el fracaso mismo de la
revolución nacida en Coquimbo.
II. CAUSAS DEL CONFLICTO.
DISCUSIÓN BIBLIOGRÁFICA
Múltiples han sido las interpretaciones que distintos
autores han realizado respecto a los hechos que desencadenaron los eventos que
iniciaron la madrugada de fines de agosto de 1931 en Coquimbo. Esta situación
se ha visto posibilitada históricamente por la ideología y/o la formación
académica de quien escribe, determinando que los relatos muchas veces se
encuentren sesgados o voluntariamente construidos de tal forma de sustentar su
tesis central al respecto. A continuación, se ha recopilado una serie de autores
que en mayor o menor medida se han acercado a los hechos.
Ricardo
Donoso, al momento de explicar en su libro Alessandri,
agitador y demoledor de 1954 el origen de la sublevación de la Escuadra, en
primer lugar, apunta que la disciplina al interior de la Armada tenía
históricos antecedentes de orden pero que, sin embargo, la coyuntura del 30’ no
se mantuvo ajena a la institución, corrompiéndola de alguna manera[1].
En segundo lugar, argumenta a través de las palabras del almirante von
Schroeders, que la semilla de la sublevación se sembró en Devonport, puerto
británico donde el buque insignia de la Armada de Chile, el Almirante Latorre estaba en modernización, y en donde los exiliados políticos
de París realizaron campañas para afectar la moral de la tripulación. En tercer
lugar, se menciona el embarque al buque de Manuel Astica y Augusto Zagal, ambos
de filiación comunista, arguyendo su destacada participación en el auge movimiento
revolucionario.
Algunos
años más tarde, en 1968, Carlos López Urrutia[2]
historiador y economista penquista, coincide en su texto Historia de la Marina de Chile con Ricardo Donoso al atribuir los
orígenes de la sublevación a la infiltración de elementos comunistas, los
eventos ocurridos en el puerto de Devonport, Inglaterra y a la coyuntura
política de crisis que atravesaba el país, y que determinó que la Armada fuese
partícipe de la política. Sin embargo, también destaca que la situación
económica del país había afectado directamente a los marinos a través la rebaja
de sus sueldos, en un contexto en que sus sueldos ya eran bajos[3].
Sergio
Villalobos, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estellé en su libro Historia de Chile del año 1974 sostienen
que las causas del conflicto recaen en el vacío de poder que la renuncia de
Ibáñez provocó, –y, coincidiendo con Donoso y Urrutia– que fue aprovechado por partidos de
orientación marxista que se formaron precisamente en la coyuntura de 1931 y
1932[4].
Sin
embargo, décadas más tarde, y en solitario, Sergio Villalobos complejizaría las
raíces que para él desencadenaron la sublevación. En efecto, Villalobos en el
tomo cuatro de su libro Historia de los chilenos,
señala que la causa más visible de la sublevación de la Escuadra fue la
reducción de los sueldos que decretó el vicepresidente Manuel Trucco, aunque
tampoco le resta participación en el auge del movimiento al Partido Comunista y
su infiltración en la marinería y, por último, a la pérdida de disciplina
dentro de las ramas castrenses y los malos tratos de la oficialidad a sus
subordinados[5].
Todas estas causas que enumera Villalobos condensan de forma más moderada y
menos ideologizada, las posturas de Donoso y Urrutia anteriormente nombrados; y
también la de los historiadores que se nombrarán a continuación.
El
historiador marxista Luis Vitale, en su Génesis
y evolución del movimiento obrero chileno hasta el Frente Popular de 1979
comparte la idea planteada por Villalobos y López en su Historia de los chilenos de que la Rebelión de la Marina tuvo –al
menos en su génesis– una causa económica, es decir, la disminución de los
sueldos de la marinería. Sin embargo, a lo que realmente pone énfasis Vitale es
al tinte político que tomó la rebelión en el proceso, sobre todo cuando los
marinos comenzaron a confraternizar con los obreros, adquiriendo el movimiento
un tono político, sobre todo con sus demandas[6].
En 1988
Patricio Quiroga y Carlos Maldonado publicarían El prusianismo en las fuerzas armadas chilenas, trabajo en el que
precisamente se estudia la influencia del modelo alemán en el Ejército de Chile
desde el año 1885. Sin embargo, en un apartado en particular, cuando se habla
respecto al rol del ejército en la coyuntura 1929-1932, tiempo de crisis
generalizada al interior de las Fuerzas Armadas –argumentan–, la germinación de
un proceso de polarización política dentro de las ramas castrenses dio paso a
la acción que constituyó la sublevación, rompiéndose de este modo la jerarquía
de mando y los principios de autoridad militar[7].
La interpretación de Quiroga y Maldonado pone énfasis, juntamente, a la pérdida
de disciplina, cuestión central en la interpretación de López Urrutia.
En 1989, el
oficial de Ejército Carlos Molina Johnson, profesor militar de Academia,
publicó el libro Chile: los militares y
la política. En él destaca, respecto a las causas de la sublevación, la
crisis institucional después de la renuncia del presidente Ibáñez, lo que
produjo anarquía e inestabilidad política, además de la fragmentación de la
sociedad. Todos estos factores decantarían en los acontecimientos que
ocurrieron en Coquimbo a fines de agosto y se propagaron por el país. Sin
embargo, destaca un hecho particular respecto al origen del movimiento: “su
origen típicamente comunista”, lo que demostraría los intentos de
instrumentalización política dentro de las Fuerzas Armadas[8].
Jorge
Magasich, doctor en Historia escribió en artículo en el año 2010 en el que
realizaba un estudio comparativo en el que recopila y sintetiza un gran número
de sublevaciones navales que ocurrieron en el siglo pasado. En el caso
particular de la Sublevación de la Escuadra en Chile, Magasich sostiene que las
causas del conflicto estriban en torno a la fuerte restricción de los gastos
fiscales a los que se vieron adscritos los militares en generales y los marinos
en particular. Es por esto por lo que el autor sostiene que el motivo de la
sublevación es el deseo de la marinería de defender un cierto estándar de vida
dentro de la institución[9].
Cristián
Gazmuri, discípulo de Villalobos, nos indica en su Historia de Chile 1891-1994 del año 2012 que es necesario, para
comprender los orígenes del conflicto, hacer una lectura de los antecedentes.
En efecto, Gazmuri da cuenta de la rebaja del 30% del salario que sufrieron los
marineros de la Armada, medida decretada por el Ministro de Hacienda Pedro
Blanquier, decreto que también afectaba a todos los funcionarios públicos.
Dicha medida se sumaba a la rebaja salarial del año 1930, un 10% y a la pérdida
de bonificaciones por concepto de instrucciones en el extranjero. Por ello,
Gazmuri sostiene que la guerra interna fue una consecuencia económica más que
política. El autor tampoco deja de mencionar las otras hipótesis que pudieron
haber desencadenado los hechos, tales como la agitación política recibida por
los marineros en el puerto de Davenport, Inglaterra, en momentos en que el acorazado
Almirante Latorre estaba sometido a
un proceso de modernización; esta última tesis fue planteada por el
contralmirante Edgardo von Schroeder, quien además sostuvo que las campañas
propagandísticas partidistas en la tripulación del Latorre fueron una medida del llamado Comité Revolucionario de París, comité constituido por políticos
exiliados por el gobierno del presidente Carlos Ibáñez del Campo. Entre los
acusados estaba el ex presidente Arturo Alessandri y Marmaduque Grove. Algunos
oficiales de la Armada, por su parte, responsabilizaban también a los
comunistas, particularmente unos aspirantes a “contables” contratados desde el
mundo civil para integrar la tripulación de Almirante
Latorre. Pese a todo, Gazmuri nos previene en indicar que la teoría de la
infiltración comunista, tanto de los “contables” como del supuesto líder de la
sublevación, el técnico Guillermo Steembecker, no tiene mayor fundamento; así
también destaca las contradicciones dentro de las argumentaciones del
contralmirante von Schroeders[10].
El año 2014
el profesor de historia de la Universidad de La Serena, Carlos Alfaro Hidalgo,
publicó un artículo intitulado La
sublevación de la Armada de Chile en septiembre de 1931: ¿Reivindicaciones
laborales o infiltración comunista? en el cual realiza una intensa
recopilación bibliográfica para explicar desde distintas perspectivas el origen
de los hechos, sin embargo, es una la explicación en particular desde donde
argumenta su trabajo, tesis que coincide con parte de la argumentación de
Sergio Villalobos y Cristián Gazmuri: la Sublevación de la Escuadra como un
fenómeno fruto de alzamiento rebelde, un fenómeno de reivindicación laboral
producto de la rebaja de un 30% del sueldo de la marinería y la pésimas condiciones
de vida de las tripulaciones. Fue desde esta conflictiva arista en que, ante
los oídos sordos del mando, la marinería iniciaría el movimiento revolucionario[11].
Carlos
Tromben Corbalán, experto en temas navales, escribió para la Revista de Marina
un artículo titulado A 85 años del motín
naval chileno de 1931, el cual de alguna manera sintetiza su tesis The chilean naval mutiny of 1931 del año
2010[12].
En dicho artículo sostiene que el contexto de inestabilidad generado por la
crisis del 29’ y por las acusaciones de ilegitimidad contra el gobierno de
Ibáñez, habría provocado las condiciones necesarias para provocar la revolución
a través de la reducción de un 30% de los sueldos de la marinería –tal como lo
indicaron Villalobos, Gazmuri y Magasich–. Sin embargo, Tromben nos señala un
antecedente muy importante: el 30% de descuento en los sueldos se aplicaría
para aquellos que percibieran sueldos mayores a $250; una lectura más atenta a
la información que apareció en la prensa al respecto habría revelado que la
iniciativa del Ministro de Hacienda prácticamente no afectaba a ningún miembro
de la Armada, esto, dado el bajo nivel de los sueldos al interior de la
institución[13].
En base a
las fuentes y al peso de la historia, sostengo a modo personal que la
Sublevación de la Escuadra no puede comprenderse y explicarse sin tomarle el
verdadero peso a los aspectos relacionados con la rebaja de los sueldos y las
malas condiciones laborales en un contexto de crisis global, y que serían
justamente estos antecedentes los detonantes del conflicto –más que la
infiltración comunista o la falta de disciplina–. Casos históricos en donde
ejércitos y marinas se han sublevado contra su gobierno abundan en la historia
bélica mundial. Uno de los más icónicos, y que personalmente he investigado, es
el caso de los múltiples motines del Ejército de Flandes: Existieron dos ciclos
bien marcados de motines. El primero de ellos se dio entre 1573 y 1676; el
segundo, entre 1589 y 1607. Lo interesante a notar es que en ambos ciclos se
dio un factor común: los efectos de los precios, el hambre, y la
intensificación de los retrasos en el pago de los sueldos; para poner fin al
motín, el gobierno exigía el cese de la recaudación de impuestos por parte de
ellos; la evacuación de la ciudad tomada; y ejercer de guarnición de alguna
ciudad asignada; por su parte, los amotinados pedían generalmente los sueldos
retrasados, el perdón real por el motín y una “revista general. El motín
constituyó el desastre financiero y militar de España en el siglo XVI y XVII.
Estos movimientos paralizaron al ejército durante campañas completas,
saboteando ofensivas y planes, comprometiendo muchas veces el resultado de
batallas y hasta de la misma guerra. Sin embargo, estos motines, ocasionados
muchas veces por el no pago de salarios, fue uno de los pocos canales a través
del cual los soldados podían hacer sentir su descontento con alguna situación;
era una medida desesperada de gente desesperada[14].
Como se
sostiene en el ejemplo señalado, podemos identificar cuestiones que son comunes
con el movimiento revolucionario ocurrido en Chile el año 1931: manifestaciones
colectivas por la dignidad, producto de la miseria permanente, el peligro
constante, la incomodidad y la pobreza de cada día, los malos tratos por parte
de algunos oficiales, etc. Aquellos factores han determinados un gran número de
otras revoluciones del mismo tipo, por lo que yo descartaría la determinación o
la importancia que algunos le atribuyen a la infiltración comunista.
III. LOS HECHOS A TRAVÉS
DE LOS PRINCIPIOS DE LA GUERRA
Desde el punto de vista de la estrategia militar clásica
–como sostiene el profesor Andrés Avendaño Rojas– una de las formas de lograr
la decisión en la guerra es a través de una batalla decisiva[15].
En pleno siglo XX, la ocurrencia de una batalla decisiva es muy compleja, dada
la magnitud de hombres movilizado y la amplitud del frente en que se combate
(piénsese, por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial). Batallas decisivas han
existido en abundancia en la historia militar mundial: Salamina, Gaugamela,
Zamma, Waterloo, etc., batallas en las que precisamente se determinó el éxito o
el fracaso de una campaña completa. En el siglo XX estos eventos no abundan,
sin embargo, la Batalla de Talcahuano podría entrar sin problemas en la
categoría de batalla decisiva debido a sus características e implicaciones
posteriores.
Uno de los
fundamentos básicos para llevar a cabo cualquier operación militar en un
conflicto armado, guarda directa relación con una serie de principios
científicos bélicos conocidos mundialmente como "principios de
guerra". El meditado estudio y la correcta aplicación de estos principios
ha determinado, históricamente, el éxito o el fracaso de uno u otro bando en la
historia bélica de la humanidad. En este sentido la Sublevación de la Escuadra,
y específicamente la batalla ocurrida el día 5 de septiembre de 1931 en
Talcahuano, no constituye la excepción a la regla.
En efecto,
a través del análisis y la comparación, se advertirá cómo una serie de
factores, que serán especificados en el desarrollo de esta monografía, determinaron
el desenlace de los acontecimientos a través de la aplicación u omisión por
cada uno de los bandos en conflicto de los “principios de la guerra”.
Para
efectos de este trabajo, tomaremos en cuenta un total de ocho “principios”.
Cada uno será definido, ejemplificado con algún hecho bélico nacional o
internacional y, finalmente, contextualizado y situado en la Batalla de
Talcahuano.
1) Objetivo
Toda
operación militar, independiente de su magnitud o prolongación en el tiempo,
debe tener un objetivo claro y asequible para aquellos soldados que
arriesgarán sus vidas. El general prusiano Carl von Clausewitz, uno de los más
influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna, entiende
este principio como el sometimiento del adversario[16]. Este
sometimiento se logrará, según los testimonios escritos por el general, a
través de tres derroteros claramente establecidos:
1)
La destrucción del ejército
enemigo;
2)
La toma del bastión de poder
político-militar del enemigo;
3)
A través de un golpe eficaz
contra el principal aliado del enemigo[17].
Paralelamente,
podemos entender también este principio como la determinación y la búsqueda
permanente del efecto final deseado[18] (efecto
final determinado por el objetivo planteado). Andrés Avendaño Rojas, General de
División del Ejército de Chile (r) y profesor de Historia militar, por su
parte, entiende el objetivo, o la mantención
del objetivo como lo plantea él, como la fuente de las acciones y las actividades
militares, en donde quebrantar la voluntad de lucha del enemigo es lo esencial[19]. Por
ello, es muy importante el liderazgo del comandante a la hora de escoger con
criterio el objetivo más adecuado y decisivo para lograr el éxito en la guerra
ya que, en el caso contrario, la improvisación en la marcha o la falta de
medios podrían provocar un desastre ante otra fuerza más preparada y prevenida.
Una vez seleccionado el objetivo, este deberá ser aplicado hasta el final, sin
distracciones e improvisaciones innecesarias.
Un ejemplo de cómo se rompió este
objetivo y la jornada terminó en un completo desastre, la encontramos en el año
1187, un 4 de julio, en la llamada Batalla de Hattin (o Batalla de los Cuernos
de Hattin), jornada en la cual un ejército cruzado al mando de Guido de
Lusignan, rey de Jerusalén, sería aplastado por el ejército musulmán al mando
del mítico Saladino. Saladino, quien sitiaba la ciudad de Tiberíades, esperó
que los cruzados, que se encontraban en Séfora, se acercaran e intentaran
romper el sitio. Guido no estaba convencido de atacar, Raimundo III tampoco; si
lo estaba Reinaldo de Châtillon, opinión que finalmente se impuso ante la
debilidad del rey a la hora de tomar decisiones. Guido salió de Séfora apenas
preparado para la marcha, exponiendo a sus fuerzas a la sed y al calor; tras
dos días de marcha, el ejército cruzado es masacrado por el ejército musulmán
que les esperaba más preparados y claros en sus objetivos[20]. De
esta manera, la incompetencia del mando de las fuerzas cristianas determinó el
desenlace de la batalla.
En el caso específico en estudio, el
General de División Guillermo Novoa Sepúlveda (1881-1952), quien al momento de
los acontecimientos ostentaba el grado de comandante en jefe de la III División
de Ejército con asiento en la ciudad de Concepción, recibió el día 5 de
septiembre –el día de la batalla– en torno a las 01:00 de la madrugada la orden
del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, General Carlos Vergara Montero,
de comenzar las operaciones sobre Talcahuano con amplias facultades[21]; el
objetivo era claro y preciso: en palabras del general Sáez, la extirpación de
aquel peligroso foco de insurrección que constituía Talcahuano[22] a
través del asalto a su Base Naval. Esto se debería cumplir –y se cumplió– a
través de la rendición de los distintos cuerpos armados –civiles y militares–
que se encontraran tanto dentro del Apostadero Naval, como en las instalaciones
militares aledañas (los distintos fuertes presentes en la Bahía a cargo de los
Artilleros de Costa, suscritos a la sublevación[23]; la
isla Quiriquina; la Península de Tumbes).
¿A que respondió la drástica
determinación del mando en Santiago por invadir y apoderarse del Apostadero
Naval en Talcahuano? Como nos señala el Capitán de Navío e historiador naval
Carlos Tromben Corbalán[24], la Base Naval de Talcahuano era –y hasta el día de hoy– la
más importante de la Armada de Chile. Tenía al momento de la sublevación varios
establecimientos de logística costera, escuelas (de Artillería, Torpedos y
Grumetes) y barcos directamente dependientes para realizar tareas en el área
sur. Además, tenía unidades navales de reserva y barcos sometidos a
reparaciones pertenecientes a otros comandos. Actuó como base para submarinos y
base de suministros para la Flota Activa. Por ello, la captura del Apostadero
Naval significaba en la práctica el virtual aislamiento de la Flota sublevada
en Coquimbo.
Por otra
parte, sin embargo, el objetivo de la marinería, a pesar de ser claro, podría
considerarse poco factible. El mismo día 5 de septiembre, cuando las tropas del
ejército ya estaban ocupando el centro de la ciudad portuaria, y en momentos en
que la desorganización interna era extremadamente grave –en la madrugada había
sido derrocado el segundo comité; doce horas más tarde, el preceptor Pacheco,
por orden del Estado Mayor a bordo del “Latorre” toma el mando del apostadero
al darse cuenta de que el nuevo comité estaba separado e incomunicado– el
“Riveros” recibe la orden de organizar la defensa e impedir a toda costa que el
Ejército tomase el apostadero; Morir con gloria o vencer con honor[25];
seguidamente, en mensaje directo al preceptor Pacheco, se le asigna el mando
con amplios poderes y la misión de organizar la marinería para su defensa;
“solo debe atacar en caso de ser atacado”[26].
Como bien
señala el profesor Vergara en estas mismas páginas recién citadas, a pesar de
las órdenes que emanaron desde Coquimbo, aludiendo a la marinería a resistir
hasta morir de forma heroica, les dejaron atados de manos al privarles de la
posibilidad de actuar primero y dar un primer golpe; como indica el refrán,
quien golpea primero golpea dos veces. Lo más probable es que dada la
desorganización interna, cualquier intento de actuar frente a las mucho más
organizadas tropas del general Novoa hubiese terminado en un desastre mayor para
la marinería. En esos momentos, cuando llegaron las órdenes rimbombantes desde
Coquimbo, los “Húsares” ya tenían capturadas las alturas del cerro “Centinela”,
lo que constituía un aliciente tremendo a la hora de iniciar el ataque o, en
caso contrario, organizar una defensa efectiva.
2) Unidad de Mando
La
Unidad de Mando es un principio que sostiene que sólo en un comandante o líder debe
recaer siempre la misión de dirigir y coordinar de la manera más adecuada
–acatando de la mejor forma todos los principios que se verán en este trabajo– la
acción de todas las fuerzas con el fin de alcanzar el objetivo común. Como bien
señala el profesor Avendaño, “el más eficiente y mejor equipado de los
ejércitos no es nada si no tiene a su cabeza un comandante que reúna las
condiciones necesarias para el cumplimiento de su difícil tarea”[27].
Ejemplos de ejércitos que han sido
más eficientes con un general que con otro abundan en la historia bélica
mundial; a continuación, se señalarán dos casos. En el año 216 a.c ocurre la conocida Batalla
de Cannas en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.c). Aníbal
Barca, jurado enemigo de Roma, invadió la península y derrotó a los romanos en
las sucesivas batallas de Tesino, Trebia y Trasimeno. Muchos esperarían que
Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo –generales al mando del ejército
romano en Cannas– hubiesen aprendido alguna lección respecto a los errores
cometidos en el pasado, sin embargo, los romanos son completamente derrotados,
constituyendo aquella batalla en una de las peores derrotas de la historia de
Roma. Sin embargo, años más tarde y en territorio cartaginés, el general romano
Publio Cornelio Escipión derrotaría definitivamente a Aníbal en Zama (202 a.c),
poniendo en práctica todos los conocimientos adquiridos en años de guerra[28]. Ambos
ejércitos romanos, tanto el de Cannas como el de Zama, eran prácticamente
iguales en cuanto a su constitución y calidad de hombres, sin embargo, el
general marcó la diferencia.
El principio se cumplió sin dudas en
el bando leal al Gobierno del vicepresidente Manuel Trucco. El mando único de
las fuerzas que operarían sobre la ciudad de Talcahuano recayó, como se nombró
anteriormente, sobre el General Guillermo Novoa Sepúlveda. Este general,
descendiente de una familia con amplia tradición militar[29] y
curtido por años de servicio tanto en el país como en Alemania[30], logró, junto a su Estado Mayor –y sin la
interferencia desde el aparato gubernamental en las decisiones estrictamente
militares–, coordinar las acciones de todas las unidades que bajo su mando
participaron en la Batalla de Talcahuano (es decir, los regimientos de
infantería N°6“Chacabuco” y N°9“O’Higgins”, los regimientos de caballería
“Húsares” y “Guías”, el regimiento de artillería N°3“Silva Renard” y los
distintos oficiales de la Armada que se integraron –luego de abandonar sus
respectivas dependencias en el Apostadero Naval– en los distintos cuerpos que
operaron sobre Talcahuano) con gran liderazgo y capacidad profesional,
demostrando la superior calidad del mando en relación al bando contrincante. En
efecto, esta situación posibilitó, para la desgracia de la marinería y los
civiles que defendieron la causa de la sublevación, la ejecución y el
cumplimiento de un plan adecuadamente estudiado, estructurado y sistemático, el
cual resultó totalmente eficaz a la hora de lograr su objetivo operacional.
En cambio, las fuerzas sublevadas
dentro del Apostadero Naval carecieron de un mando único, y peor aún, la
desorganización interna impidió la formulación de un plan único y coordinado
que actuara de forma consecuente ante la amenaza que se les aproximaba. El
profesor Sandrino Vergara afirma esta situación al señalar precisamente que
“gracias a la descoordinación interna, no se realizó la debida planificación de
una defensa entendida como tal dentro del marco de las Acciones Tácticas
Fundamentales”[31].
Justamente, el comité que formó la marinería el día 3 de septiembre para
coordinar cualquier acción militar o diplomática (a cargo del suboficial
Morales y, en segundo plano, el preceptor Luis Henríquez), fue rápidamente destituido
producto de que sus medidas fueron catalogadas como “blandas” contra la
oficialidad.
Llegado el día 5 de septiembre, el
mismo día de la batalla, el pseudo
mando que existía en la marinería fue reemplazado por un nuevo comité al mando
del suboficial Gerardo Espinoza, un maquinista de apellido Rubilar, un sargento
Muñoz, un cabo Marín y un marinero primero de apellido Leyton[32]. Sin
embargo, ese mismo día, el suboficial Espinoza se embarcó en el destructor “Riveros”
–en momentos en que las fuerzas del Ejército se disponían a capturar el fuerte
“El Morro”–, ante el temor de que aquel destructor, en el hipotético caso que intentara
impedir el ataque del Ejército, abriera fuego sobre la ciudad y su población[33]. Las
comunicaciones entre Espinoza y el resto del mando en tierra no fueron fluidas,
por lo que nuevamente el Apostadero quedó descabezado. Desde Coquimbo llegó
–como nombramos anteriormente– el siguiente comunicado al Apostadero: “Al
preceptor Pacheco del Almirante Latorre; tiene UD. el mando con amplios
poderes. Organice la marinería para la defensa. Sólo debe atacar en caso de ser
atacado”[34].
De esta manera, el mando fue entregado al preceptor Pacheco, apenas unas horas
antes de la batalla. Consciente de que sus conocimientos no lo convertían en la
persona más indicada para dirigir la defensa del Apostadero Naval, el profesor
Pedro Pacheco nombró al suboficial José Ravest-Ravest
para dirigir las acciones defensivas[35].
Toda esta situación dentro del
Apostadero Naval explica la descoordinación entre las fuerzas y la existencia
de un verdadero plan de batalla que aprovechara las ventajas que tiene siempre
el defensor.
3) Ofensiva y libertad de
acción
La acción ofensiva es el modo práctico por el cual el
comandante busca obtener ventaja, mantener el ímpetu de la acción y tomar la
iniciativa. Una acción ofensiva se basa en la acción más que en la reacción. Su
ejecución, sostiene Hugo Fontana Faúndez[36],
requiere de una serie de factores y principios que se indicarán a continuación:
·
Libertad de acción.
·
Iniciativa.
·
Agresividad.
·
Alta moral.
·
Superioridad potencial,
al menos relativa.
·
Su aplicación ideal allí
donde el enemigo sea más débil, de tal manera de hacerle sentir nuestra
superioridad con mayor amplitud.
El principio de la libertad de acción, por su parte, es el
modo explícito en el cual el general al mando buscar obtener alguna ventaja –o
se generar ventajas– a través de las eficiencias de sus fuerzas y/o las
deficiencias y carencias del bando enemigo. Lo más importante de la ofensiva es
mantener el ímpetu de las operaciones y tomar la iniciativa para obligar al
enemigo a someterse a nuestra voluntad. El profesor Andrés Avendaño Rojas
sostiene que la guerra es una lucha constante por la libertad de acción[37],
por lo que cada comandante debe explotar de la mejor manera posible todo margen
que el contexto geográfico-militar-político-social le entregue.
Durante la
Guerra del Golfo (1990-1991) y en particular en la Batalla de 73 Easting, los
estadounidenses, al contar con la gran movilidad de sus tanques Abrams y sus
vehículos Bradley, contaron con la libertad de acción pues, en primer lugar,
invadieron el sur de Irak por el camino que ellos determinaron como el más
beneficioso para su planes –gracias a la ventaja espacial que les entregaba las
nuevas tecnologías, en particular los GPS– y, además, al llegar a 73 Easting
(punto en el mapa desde el cual la batalla tomó su nombre), tomaron la ofensiva
ante un enemigo parapetado. Los iraquíes por su parte, al tener muchos de sus
tanques y vehículos blindados en trincheras y agujeros en el desierto, hicieron
de sus movimientos fueran limitados en el teatro de operaciones, esto sumado a
que su estrategia era completamente defensiva, salvo en los últimos momentos de
la batalla. Esta libertad de acción fue paralela a la ofensiva de la fuerza
expedicionaria occidental.
Ofensiva y
libertad de acción fueron los principios dominantes que capitalizó el Ejército
en la batalla de Talcahuano, en otras palabras, desde que el General Novoa
comenzó a reunir sus fuerzas a la espera de una orden de ataque desde Santiago,
el ejército actuó ofensivamente y desde posiciones de asalto convenientes a sus
objetivos. Repasemos los hechos para sustentar estas afirmaciones.
La
marinería en Talcahuano comienza a sublevarse de forma progresiva a partir del
día 3 de septiembre (sólo el día anterior se enteraron de la sublevación de sus
camaradas en Coquimbo); desde las 22:30 horas del mismo día 3 de septiembre
comenzaron a llegar de forma gradual los regimientos provenientes desde las
ciudades de Chillán y Angol. Tras la autorización del general Carlos Vergara
desde Santiago para operar sobre Talcahuano a eso de las 01:00 de la madrugada
del día 5 de septiembre, las fuerzas del General Novoa comenzaron a desplegar
avanzadillas y ocupar posiciones de avanza hacia el objetivo. De este modo avanzaron
sin disparar un solo tiro, sin interrupciones, desde la estación de trenes de
Concepción hasta el Fuerte el Morro en Talcahuano, primer reducto de los
sublevados, el cual se rinde sin resistencia a eso de las 08:40 horas. La
libertad de acción del bando leal al gobierno no se vería interrumpida sino
hasta las 15:50 horas, cuando el regimiento de Artillería “Silva Renard”, del
ejército precisamente, abrió fuego sobre el destructor “Riveros” que se
encontraba raudo sobre la bahía de Concepción, frente a la Aduana de la ciudad.
Entre las
08:40 y las 15:50 horas, el ejército, valiéndose de su libertad de acción,
realizó una serie de acciones que posibilitaron el éxito en la posterior
batalla. En primer lugar, ocupado ya el fuerte “El Morro”, las tropas del
general Novoa irrumpieron en la ciudad (lo que hoy es el centro histórico de
Talcahuano) y, paralelamente, al mando del teniente coronel Luis Clavel, un
grupo de hombres del regimiento “Guías” iniciaron un reconocimiento de las
posiciones de los marinos sublevados en la Puerta de Leones. En ese momento se
reafirmó la idea, ya estudiada por el General Novoa y su Estado Mayor, de que
el ataque principal que efectuarían las tropas gubernamentales no debería
enfocarse en la Puerta de Leones.
La recién
nombrada Puerta de Leones es –entonces y actualmente– la puerta de entrada a la
Base Naval de Talcahuano. Se encuentra delimitada, a un lado y otro, por el mar
y los cerros de la ciudad respectivamente. Fue precisamente allí donde la
marinería sublevada concentraría sus esfuerzos de defensa, aprovechando la
estrechez de espacio que existía entre los cerros y el mar, además de los
edificios de concreto a sus costados. En aquel acceso se improvisaron parapetos
y se concentraron armas de distinto calibre y cadencia con el fin de interferir
el hipotético avance del ejército. Sin duda, un ataque a través de la Puerta de
Leones hubiese terminado en una carnicería para ambos bandos.
Por otra parte, en este mismo lapsus de tiempo señalado
anteriormente, se ocupó el centro de la ciudad y se emplazó a los distintos
regimientos a ocupar las posiciones dispuestas por el planteamiento estratégico
del General Novoa y su Estado Mayor: el regimiento “Silva Renard” ocupó
posiciones frente a la Gobernación Marítima apuntando sus cañones hacia el
destructor “Riveros”; el segundo batallón del regimiento “Chacabuco” ocupó
posiciones a cien metros de la Puerta de Leones, en la estación de trenes de la
ciudad, con el objetivo de hacer creer a los sublevados que el ataque iría por
ahí; el primer batallón del “Chacabuco” quedaría como reserva tras el segundo
batallón, en la línea férrea que se dirige a San Vicente; la vanguardia,
encabezada por el segundo escuadrón del regimiento “Húsares” ocuparía sin
resistencia la cima del cerro Centinela a eso de las 11:00 horas; por último, a
eso de las 13:30 horas, el regimiento “O’Higgins” y el resto del “Húsares”
procedieron a subir el cerro Centinela a través del “Puente de Arco”. Luego de
esto, los regimientos “O’Higgins”, “Húsares” y “Silva Renard” iniciarían la
ofensiva de forma simultánea cuando este último abrió fuego contra el
destructor “Riveros”.
Como
podemos evidenciar, la inactividad de la marinería y sus mandos permitió al
General Novoa y sus fuerzas ubicarse en posiciones favorables y ventajosas e
iniciar la ofensiva justo de la manera en que se había planeado, manteniendo la
ofensiva durante el resto de la jornada de la batalla.
4) Sorpresa y Astucia
Una
concepción estratégica dentro del campo de batalla igual de importante y
general como la superioridad numérica, es la sorpresa. Esta, sostiene
Clausewitz[38],
además de tener los lógicos efectos físicos sobre el adversario, posee efectos
espirituales y psicológicos: confusión, quiebre del valor, pérdida de moral,
entre otros factores que finalmente multiplican las expectativas de éxito.
Andrés Avendaño Rojas, por su parte, define la sorpresa como la capacidad de
poner al adversario “en una situación para la cual no estaba preparado,
prevenido o advertido”,[39] es
decir, atacar por donde no piensan que podrías atacar, por dar un ejemplo. Hernán
Pérez complementa el punto afirmando que la sorpresa “conlleva distintos grados
de secreto, velo y engaño, originalidad, audacia y ritmo”[40]. Eso
último tiene sentido a la hora de entender que, en cualquier conflicto, ya sea
alguna ofensiva que dé inicio a una guerra o una batalla en particular, la
sorpresa total casi nunca es posible, por lo que el principio suele aplicarse
más a la táctica, es decir, a las acciones que se realizan durante la batalla.
A través de las correctas disposiciones del Estado Mayor o de quien se
encuentre al mando de la fuerza operativa, se debe entrar en combate
conociendo, al menos, la ubicación del enemigo, sus movimientos, sus puntos
débiles y sus disposiciones defensivas, con el fin de atacarlo justamente allí
donde su defensa tenga menos eficacia.
Fontana, por su parte, nos señala la
existencia de cuatro niveles de sorpresa[41]:
a) La
Sorpresa moral: Se ejerce cuando se
logra demostrar al enemigo que su poder de lucha no es lo suficientemente
fuerte para obtener la victoria.
b) La
Sorpresa político-estratégica,
cuando se coloca al adversario ante una situación de esta índole, que éste no
había previsto.
c) La
Sorpresa estratégica, cuando el
enemigo se enfrenta a una situación estratégico que no esperaba; suele tener
gran repercusión.
d) La
Sorpresa técnica, cuando el enemigo
se enfrenta a tecnologías o métodos de ataque desconocidos o no esperados para
la ocasión.
Ejemplo
de sorpresas abundan en la historia militar. Durante la Batalla de Francia en
1940, el hecho de que el grueso de la Wehrmacht invadiera Francia a través de
un bosque que para los franceses constituía un lugar intransitable, el bosque
de las Ardenas, representó un sorpresa estratégica y moral de inmensas
repercusiones: la rápida invasión y la rendición de Francia[42]. Tenemos
también el reconocido ataque a Pearl Harbor en Hawái el día 7 de diciembre de
1941, ofensiva militar que implicó en forma directa el ingreso de los Estados
Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Dicho ataque, obra intelectual del legendario
almirante japonés Isoroku Yamamoto, involucró más de 350 aviones cuyo fin era
destruir a la Flota estadounidense del Pacífico anclada en el puerto. La
incapacidad norteamericana de detectar la amenaza japonesa sino hasta que los
tenían encima, constituyó precisamente la sorpresa que postula el principio[43]. Asimismo,
tenemos el ejemplo de la Guerra de los Seis Días, guerra en la cual la letal
fuerza aérea israelí, en una suerte de guerra
preventiva, desencadenó todo su poderío sobre su símil egipcio, acabando
con gran parte de su arsenal aun cuando este estaba en tierra en la llamada Operación Foco. De esta manera, en sólo
un par de horas, Egipto perdió 286 de sus aviones de combate, más de la mitad
de su flota; en cambio, Israel sólo tuvo que lamentar la pérdida de 19 de sus
naves (de una flota de 250 aviones de combate)[44].
Ahora, bien, existe otro principio
que se encuentra muy relacionado con la sorpresa: La astucia. Clausewitz
sostiene al respecto que la astucia presupone una intención oculta y se opone a
la forma de actuar recta y sencilla[45], sin
embargo, no es lo mismo que el engaño. Se diferencia del engaño, por el simple
hecho de no implicar faltar directamente la palabra. La astucia puede
materializarse a través de proyectos u órdenes aparentes, por ejemplo, noticias
falsas u amagos de ataque. El peligro que conlleva este último punto tiene que
ver con el hipotético caso en que, en el momento que se desarrolle un ataque
definitivo por algún otro lugar, no se tengan las suficientes fuerzas
concentradas para concretar el objetivo. Por ello, mientras más débiles se
vuelvan las fuerzas sometidas en dirección del engaño, existen más
posibilidades de cumplir el objetivo.
Uno de los más icónicos –quizá el
más icónico, la operación de engaño por antonomasia–es la Operación Bodyguard, durante
la Segunda Guerra Mundial. Bodyguard fue el nombre clave ideado por las
naciones aliadas durante la planificación de la liberación de Europa en 1944.
El plan consistía básicamente en engañar a la inteligencia alemana respecto al punto
exacto donde los aliados desembarcarían. El señuelo sería Calais, pues era el
punto más cercano entre Inglaterra y Francia y por ello, el punto más obvio
para lanzar la ofensiva y abrir el segundo frente que tan ansiosamente pedía
Stalin; para ello, se dispuso de cientos de señuelos (como de tanques, camiones
y lanchas de desembarco inflables) que desviaran la atención de los alemanes
respecto al verdadero punto de desembarco que sería Normandía.
Las características físicas y
geográficas de Talcahuano hacen, contrario a lo que pasó en Pearl Harbor o
durante la Guerra de los Seis Días, muy dificultosas las opciones del bando
atacante para generar una total sorpresa a los defensores. Como sostiene Sandrino
Vergara Paredes, los marinos sublevados en la Base Naval de Talcahuano,
enterados de la determinación de las fuerzas gubernamentales de tomarse el Apostadero
Naval por la fuerza, comenzaron a tomar algunas medidas para evitar
precisamente la sorpresa. En efecto, se iluminó el camino que unía concepción
con Talcahuano con una serie de reflectores[46], además
de mantener vigías en la cima del cerro "Centinela"[47] que
vigila desde una panorámica excelente la totalidad del territorio de lo que hoy
conocemos como “El Gran Concepción”. Además de ello, los sublevados le
encargaron una tarea similar al destructor “Riveros” y al escampavía “Orompello”,
para vigilar el hipotético avance de las tropas del ejército desde la bahía de
Concepción[48].
En efecto, ante la imposibilidad de
tomar a los sublevados por sorpresa, el plan de ataque diseñado por el Estado
Mayor de la División consistió en atacar en un lugar en que los defensores no
esperaran un ataque.
5) Seguridad
El principio de la seguridad abarca muchos aspectos, tanto
la seguridad física como la seguridad mental de los soldados. Consiste en
implementar medidas adecuadas y eficaces con el fin de que el enemigo nunca obtenga
alguna ventaja inesperada[49].
Complementando esta definición, Hernán Pérez señala que la seguridad se debe
lograr para proporcionar “la necesaria libertad de acción, donde y cuando se
requiera, para alcanzar los objetivos”[50].
La
seguridad debe estar presente en todo momento, tanto en el minuto de ejecutar
los movimiento ofensivos, evitando la fuga de información, encubriendo
adecuadamente las intenciones al adversario, intentando descubrir las
intenciones del enemigo, anticipando sus movimiento, capturando las zonas que
le otorguen la supremacía del terreno al bando aliado y ejecutando las
operaciones de forma tal que permitan el cumplimiento de la misión a un costo
razonable; y en la defensiva, evitando que el enemigo sorprenda a través de
acciones ofensivas y realizando acciones que neutralicen su accionar. En
palabras más sencillas, la seguridad implica básicamente evitar la sorpresa por
parte del enemigo. Fontana señala que existen diversas formas de seguridad: una
tiene relación con la inteligencia, es decir, “el sistema de prevención
involucra poseer conocimientos completos de la capacidad del adversario”[51]
y el otro se refiere más al sistema de acción, es decir, al “sistema de
reacción involucra contar con reservas suficientes y hacer un empleo adecuado de
las propias armas y mantener un suficiente grado de alistamiento para la
entrada en acción de las fuerzas”[52].
Durante la
Guerra del Golfo, el Alto Mando norteamericano se preocupó de que sus fuerzas
estuvieran preparadas ante un posible ataque con armas químicas por parte del
régimen de Saddam Hussein. Para ello, los soldados comenzaron a entrenar con
trajes especiales, además de tomar ciertos medicamentos que, en caso de ataque,
podrían disminuir los efectos perjudiciales para su salud. Esto constituyó un
ejemplo de seguridad, entendida dentro de los parámetros de los principios de
la guerra.
Una forma
en que la fuerza del general Novoa intentó positivamente resguardar la
seguridad de sus tropas, fue a través del envío de avanzadillas que
resguardaran el avance del grueso del ejército. Como sostiene Clausewitz, las
avanzadillas son los ojos del ejército[53].
En efecto, a eso de las 02.00 hrs, el general Novoa envió a la caballería al
primer punto de avance, el cual se encontraba en las alturas del cerro San
Miguel, conocido actualmente como cerro Macera, a un costado del Puente
Perales. El cerro recién nombrado se eleva hasta una altura de 90 metros[54].
Más tarde, como se nombró en párrafos anteriores, el general Novoa dispuso que,
una vez capturado el centro de la ciudad, que la caballería capturara el cerro
Centinela antes que los marinos; la captura de las alturas siempre dará una
ventaja adicional a quien ataca o defiende.
6) Concentración o masa
Consiste en la aplicación de un poder de combate superior en
forma sincronizada y decisiva, para lograr el efecto buscado en el momento y
lugar deseado. Hay que tener en consideración, sin embargo, que el principio no
implica necesariamente que las fuerzas ataquen todas juntas y en el mismo
lugar, pues, las fuerzas pueden encontrarse dispersas en el teatro de
operaciones. Lo importante es que “su capacidad combativa (…) se encuentre
concentrada”[55].
Fontana complementa que masa no sólo
significa superioridad numérica, sino también “material, poder de fuego, armas,
"habilidad, determinación, disciplina, dirección, administración y moral”[56].
Clausewitz
considera que, tanto en práctica como en la estrategia el principio más general
de la victoria es precisamente, la superioridad numérica[57].
Obviamente, este factor en un combate es sólo uno de los tantos que
determinarán la victoria. Por ejemplo, durante la campaña oriental del ejército
alemán durante la Primera Guerra Mundial, la amplia superioridad numérica de
las tropas del zar no fue suficiente para amedrentar y derrotar decisivamente a
las mejor preparadas, aunque numéricamente inferiores, tropas del káiser. Sin
embargo, sostiene Clausewitz posteriormente, y haciéndose cargo del
"pero", la superioridad numérica debe ser un factor lo bastante
grande como para suplir el equilibrio de los demás factores, que veremos a
continuación, determinan el resultado de la contienda. Por ejemplo, pese a la
evidente inferioridad material, moral y militar, el ejército persa del rey
Jerjes pudo al final derrotar a las tropas espartanas del rey Leónidas que eran
inmensamente inferiores en número pese a estar muchísimo más preparadas en
cuanto a la técnica y la preparación. Entonces, la primera regla de Clausewitz,
sería pues, salir al campo de batalla con el mayor número de tropas
disponibles.
De acuerdo
con lo que escribe el profesor Sandrino Vergara respecto a los hechos de aquel
5 de septiembre, el General Novoa ordenó a la Caballería a las 02:00 de la
madrugada, dirigirse hacia el primer punto de avance, con el fin de proteger la
marcha de las demás unidades de infantería y artillería. Los encargados de
personificar esta avanzadilla fueron
el primer escuadrón del regimiento “Húsares” y el grupo de Caballería
Divisionario del mismo regimiento. Aquel punto de reunión se encontraba en el
cerro “San Miguel”, a 5km del fuerte “El Morro” y a 8km de la Puerta de Leones.
Aquel cerro se eleva a 90 metros sobre
el nivel del mar, lo que otorgó en ese entonces una excelente panorámica de la
ruta hacia Concepción y hacia Talcahuano.
7) Economía de Fuerzas
Este principio hace alusión al correcto uso de las fuerzas
militares, es decir, en otras palabras, consiste en “dosificar y administrar
adecuadamente las fuerzas disponibles de manera tal que no sean mal empleadas”[58].
Se debe tener en consideración que las fuerzas militares disponibles no son
infinitas ni inagotables. Clausewitz hace mención de la necesidad imperiosa de
que ninguna de las fuerzas operativas se mantenga ociosa: quien tenga fuerzas
allá donde el enemigo no las emplea suficientemente, quien hace marchar a una
parte de sus fuerzas (…) mientras las enemigas atacan, gestiona mal sus
fuerzas”[59].
Un ejemplo
que podemos encontrar en la historia respecto a una mala administración de las
fuerzas disponibles y que decantó en un estrepitoso fracaso político y militar,
ocurrió en el año 1881, a las afueras de Lima y en el contexto de la Guerra del
Pacífico que enfrentó a Chile contra los aliados peruano-bolivianos. Las líneas
defensivas de San Juan y Miraflores, organizadas por el presidente Piérola y
los oficiales del ejército peruano, fueron dispuestas de tal forma que quedaron
extremadamente largas –aunque pensando quizá, en el hecho de evitar el rodeo de
la línea por parte de las fuerzas chilenas–. Esta situación decantó en que,
durante el curso de ambas batallas, hubiera cuerpos del ejército peruano que no
llegaron nunca a combatir, pues el ejército chileno concentró los ataques en
puntos más concentrados y específicos.
Durante la
Batalla de Talcahuano, el general Novoa dividió sus fuerzas para el ataque en
dos secciones. Por una parte, estaban los regimientos de caballería e
infantería que atacarían desde los cerros del Apostadero Naval (regimiento
“O’Higgins” y “Húsares”) y rodearían a los insurrectos aprestos en la “Puerta
de Leones”. Por otra parte, esperando fuera de la entrada al Apostadero, en la
estación de trenes y en calle Valdivia, estaba los regimientos “Chacabuco” y
“Guías”, aprestos a atacar cuando los otros regimientos cayeran sobre el
Apostadero.
CONCLUSIONES
En primer lugar, es inconcebible intentar comprender los
inicios de la Sublevación de la Escuadra desde sólo una perspectiva. Muchos
argumentos acotados en la sección de discusión bibliográfica grafican la fuerza
gravitatoria de los análisis ideologizados, lo que finalmente sesga una
interpretación más objetiva de los hechos; sin duda la historia no es
subjetiva, y la Sublevación de la Escuadra no es la excepción, sin embargo, un
análisis unilateral del conflicto nos deja más sombras que luces a la hora de
intentar comprender el conflicto que afecto al país en el año 1931.
Se pudo
constatar, justamente a través del análisis bibliográfico, que las
interpretaciones del conflicto diferían de mayor o menor manera dependiendo del
origen académico o ideológico del autor. Encontramos, por ejemplo, los autores
provenientes del mundo castrense –ya sea del Ejército o la Armada–,ponen su
atención en la cuestión de la falta de disciplina y la infiltración comunista;
están los autores marxistas, quienes ven de forma positiva esta misma
infiltración, además de poner más énfasis al tema económico; el tercer lugar,
están los autores estructuralistas, quienes ven el conflicto desde una mirada
más holística, destacando más de un solo factor a la hora de explicar el
conflicto; por último, están los autores que problematizan el conflicto desde
otras perspectivas como la reivindicación laboral.
*
En segundo lugar, a través del análisis de los principios de
la guerra aplicados en la Batalla de Talcahuano podemos concluir una serie de
antecedentes que nos ayudarán a comprender por qué el Ejército venció y la
Armada perdió.
En primer
lugar, el triunfo por parte del bando de la marinería era prácticamente
imposible por una serie de motivos. En
primer lugar, la desorganización interna dentro del Apostadero Naval hizo
imposible que se organizara un tipo de defensa eficaz contra las mejor
preparadas tropas del general Novoa. En segundo lugar, era evidente la
desventaja en cuanto a los medios que tenía la Armada; el ejército atacó con un
mayor número de hombre (tres mil aproximadamente) y con armas que tenían años
de ventaja tecnológica. En tercer lugar, dentro del Apostadero Naval, la
calidad de los defensores era homogéneo: entre ellos, hubo obreros
pertenecientes a los astilleros; muchos de ellos no sabían ocupar armas, otros
tantos apenas las podían cargar. Obviamente la determinación de lucha de estos
últimos flaquearía en los momentos críticos de la batalla. Todos estos puntos
disminuían prácticamente a cero las ventajas que de por sí tiene que defensor
dentro de una batalla.
Paralelamente,
los regimientos del ejército que participaron en la batalla ostentaban la
superioridad numérica, material e intelectual: superaban en número a la
marinería; poseían mejores y más armas; tenían un mando único preparado e
intelectualmente superior a través del general Guillermo Novoa Sepúlveda, quien
incluso tuvo formación militar en Alemania.
Con el
triunfo del ejército en Talcahuano las principales dependencias logísticas de
la Armada fueron capturadas; una armada sin logística es una armada con una
capacidad combativa limitada y con una libertad de movimiento determinada por
el nivel de combustible restante dentro de los buques. Esta situación, más que
el posterior bombardeo de la Fuerza Aérea a los buques en Coquimbo, determinó
la rendición de los marinos que aún se mantenían insurrectos y, en
consecuencia, el fin de la sublevación.
[1] DONOSO, Ricardo: Alessandri, agitador y demoledor. Tomo
II. Colección Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, Primera
Edición, 1954, p. 54-74.
[2] LÓPEZ, Carlos: Historia de la Marina de Chile.
Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, Primera edición, 1968, p. 499.
[3] Ibidem, p. 501.
[4] VILLALOBOS, Sergio; SILVA,
Osvaldo; SILVA, Fernando; ESTELLÉ, Patricio: Historia de Chile. Ediciones Universitaria, Santiago de Chile,
2013, pp. 828-829.
[5] VILLALOBOS, Sergio: Historia de los chilenos. Tomo IV. Ediciones Taurus, Santiago de
Chile, 2010, p. 176.
[6] VITALE, Luis: Génesis y evolución del movimiento obrero chileno hasta el Frente
Popular. Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1979, p. 49.
[7] QUIROGA, Patricio; MALDONADO, Carlos:
El prusianismo en las fuerzas armadas
chilenas. Ediciones Documentas, Chile, 1988, pp. 139.
[8] MOLINA, Carlos: Chile: los militares y la política.
Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1989, p. 118.
[9] MAGASICH, Jorge: Estudio comparativo de las revueltas navales
acontecidas durante el siglo XX. Universidad de Chile, cuadernos de
historia número 33, Santiago de Chile, 2010, p. 120.
[10] GAZMURI, Cristián: Historia de Chile 1891-1994. Política,
economía, sociedad, cultura, vida privada, episodios Ediciones RIL,
Santiago de Chile, 2013, pp. 160-162.
[11] ALFARO, Carlos: La sublevación de la Armada de Chile en
septiembre de 1931: ¿reivindicaciones laborales o infiltración comunista?
Cooperativa de Estudios Históricos y Ciencias Sociales, Cehycso, Revista Norte
Histórico, La Serena, 2014, pp. 69-70.
[12] TROMBEN, Carlos: The chilean naval mutiny of 1931.
Doctoral thesis, University of Exeter, England, 2010.
[13] TROMBEN, Carlos: A 85 años del motín naval chileno de 1931.
Revista de Marina N° 957, Valparaíso, 2017, p. 63-64.
[14] PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el Camino Español
1567-1659, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pp. 184-204.
[15]
AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las
causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia
Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 20.
[16] CLAUSEWITZ, Carl von: De la
Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición,
editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 655.
[17] Ibidem, p. 656.
[18] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés;
& TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia
operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 26.
[19] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las
causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia
Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 112.
[21] VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931
y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar
N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 109.
[22] Idem.
[23] HAWA, Samy y TOVOLARI, Andrés: Historia y situación actual de los Fuertes
de la infantería de marina en la Bahía de Concepción. Crónicas y reportajes
de Revista Mar N°4, Valparaíso, 2009, p. 382-383.
[24] TROMBEN, Carlos: The chilean naval mutiny of 1931, University of Exeter, Exeter, Reino
Unido, 2010, p. 180.
[25] VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931
y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar
N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 117.
[26] Idem.
[27] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de
Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota,
Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 212.
[28] LIVIO, Tito: Historia de Roma desde su fundación. Tomo II, Libro XXII y Libro
XXIX, pp. 38-307.
[29] VERGARA, Sandrino: El general Guillermo Novoa Sepúlveda y su
papel protagónico en Talcahuano. 5 de septiembre de 1931, Anuario de la
Academia de Historia Militar N°30, Santiago de Chile, 2016, p. 197.
[30] Ibidem, p. 201.
[31]
VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931 y el
combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar N°25,
Santiago de Chile, 2011, p. 105.
[32]
Ibidem, p. 116.
[33]
Ibidem, p. 117.
[34]
Ibidem, p. 118.
[35]
TROMBEN, Carlos: The chilean naval
mutiny of 1931, University of Exeter, Exeter, Reino Unido, 2010, p. 204.
[36]
FONTANA, H: Repensando los
principios de la guerra, Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra
Naval, Valparaíso, 2000, p. 26.
[37] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de
Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota,
Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 112.
[38] CLAUSEWITZ, Carl von: De la
Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición,
editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 164.
[39] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las
causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia
Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 112.
[40] PEREZ, H: La aplicación de los Principios de la Guerra en las operaciones
militares desarrolladas por Israel desde su independencia y en particular en la
guerra de 1973, Escuela Superior de Guerra, Buenos Aires, 2011, p. 19.
[41] FONTANA, Hugo: Repensando los principios de la guerra.
Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra Naval, Valparaíso, 2000, p.
23.
[42] MACKSEY, Kenneth: Guderian, general Panzer. Editorial
Tempus, Barcelona, 2010, p. 153-195.
[43] GUNTHER DAHMS, Hellmuth: La
Segunda Guerra Mundial. Editorial Bruguera, Barcelona, 1966, pp. 160-179.
[44] PEREZ, H: La aplicación de los
Principios de la Guerra en las operaciones militares desarrolladas por Israel
desde su independencia y en particular en la guerra de 1973, Escuela Superior
de Guerra, Buenos Aires, 2011.
[46] VERGARA, S: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano,
Anuario de la Academia de Historia Militar N°25, Santiago de Chile, 2011, p.
105.
[47] Idem.
[48] Idem.
[49] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés;
& TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia
operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 31.
[50] PEREZ, H: La aplicación de los Principios de la Guerra en las operaciones
militares desarrolladas por Israel desde su independencia y en particular en la
guerra de 1973, Escuela Superior de Guerra, Buenos Aires, 2011, p. 15.
[51] FONTANA, Hugo: Repensando los
principios de la guerra, Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra
Naval, Valparaíso, 2000, p. 30.
[53] CLAUSEWITZ, Carl von: De la Guerra,
Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La
Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 286.
[54]
VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931
y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar
N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 109.
[55] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés;
& TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia
operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 32.
[56] FONTANA, H: Repensando los
principios de la guerra, Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra
Naval, Valparaíso, 2000, p. 24.
[57] CLAUSEWITZ, C: De la Guerra,
Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La
Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 159.
[58] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés;
& TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia
operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 34.
[59] CLAUSEWITZ, C: De la Guerra,
Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La
Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 180.
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