LA APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS DE LA GUERRA EN LAS OPERACIONES MILITARES DESARROLLADAS EN LA BATALLA DE TALCAHUANO, 5 DE SEPTIEMBRE DE 1931

I. INTRODUCCIÓN

La sublevación de la Escuadra fue un hecho bélico que involucró a las Fuerzas Armadas chilenas en el año 1931. Aquel año, producto de una fuerte rebaja en los salarios decretada por el gobierno provisional de Manuel Trucco –en un contexto de fuerte crisis económica y social derivada de los efectos de la Gran Depresión del año 1929– la marinería de la Armada de Chile se enfrentaría a las fuerzas leales al gobierno representadas por el Ejército y la incipiente Fuerza Aérea de Chile. Las acciones de armas que caracterizaron este oscuro episodio de nuestra historia nacional se circunscribieron a tres focos importantes: Coquimbo, donde comenzó la sublevación, lugar en donde se encontraba rauda gran parte de la Flota Activa de la Armada en ejercicios; Valparaíso, lugar donde se sublevó el tradicional Regimiento Maipo en favor de la marinería; y Talcahuano, principal Base Naval del país y único lugar donde el ejército se enfrentaría a la marinería en tierra firme. 



            Numerosos han sido los historiadores que de forma superficial han tratado el tema de la Sublevación de la Escuadra, sin embargo, no han sido numerosos los investigadores que han descrito y explicado en profundidad estos acontecimientos acaecidos en Chile entre los días 31 de agosto al 6 de septiembre del año 1931, eventos que sin duda dejaron tristes vestigios en aquellas personas que vivieron y perdieron algo en esos días. Muchos historiadores de nuestro país, tales como Hernán Ramírez Necochea, Luis Vitale, Sergio Villalobos, Alfredo Jocelyn-Holt, Cristián Gazmuri, etc., se han aproximado al tema –de una manera u otra– desde una perspectiva política, reflexionando en torno a las dinámicas internas o externas que dinamitaron los eventos de aquella madrugada de fines de agosto.  

            A la hora de realizar este trabajo y estudiar más en profundidad los hechos que ocurrieron en aquellos días –y particularmente el día 5 de septiembre en Talcahuano– me he servido principalmente de los trabajos de Carlos Tromben Corbalán y de Sandrino Vergara Paredes. El primero, capitán de navío y profesor de historia naval, optó a su grado de Doctor en Filosofía en Historia Marítima en la Universidad de Exeter en Devon, Inglaterra en septiembre de 2010, trabajado la tesis intitulada The chilean naval mutiny of 1931 en la que de manera magistral realiza una investigación en archivos de procesos judiciales y administrativos, analizando el contexto histórico mundial y nacional en que sucedieron los hechos, prestando especial atención en los sucesos bélicos ocurridos en Valparaíso, Talcahuano y Coquimbo. Por otra parte, Sandrino Vergara Paredes, profesor de Historia por la Universidad de Concepción y profesor de Historia Aeronáutica en la Escuela de Aviación “Capitán Manuel Ávalos Prado”, realiza un fantástico estudio del tema que nos convoca a través de dos trabajos en particular: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano publicado el año 2011 y El General Guillermo Novoa Sepúlveda y su papel protagónico en Talcahuano. 5 de septiembre 1931 del año 2016; ambos trabajos publicados en el Anuario de la Academia Militar. En ambas obras, el profesor Vergara realiza una dedicada reconstrucción, a través de relatos y vestigios periodísticos de la época, de los eventos ocurridos particularmente en la ciudad puerto de Talcahuano.  

            La siguiente monografía no pretende adentrarse en las consideraciones políticas, económicas, sociales o militares que causaron o se derivaron de esta crisis. Lo que se pretende es efectuar una revisión de la influencia que habrían tenido los diferentes factores vinculados a los “principios de la guerra” –principios que autores como Carl von Clausewitz o Antoine-Henri Jomini, por dar algunos ejemplos, han estudiado, analizado y legado a la actualidad– en el desenlace de la Batalla de Talcahuano el día 5 de septiembre de 1931, batalla que concluiría –pese a las primeras apariencias– con un decisivo triunfo del bando leal al presidente Manuel Trucco, constituyendo un factor determinante para que la revolución llegase a su fin tan sólo dos días después, el 7 de septiembre, sepultando así, de esta manera, las pretensiones reivindicatorias del bando sublevado.  

            La hipótesis que se manejará en esta investigación sostiene que, a través del análisis de los “principios de la guerra” se demostrará que el bando sublevado tuvo mínimas opciones de vencer a las fuerzas gubernamentales, y que la derrota de los marinos en Talcahuano decantaría finalmente en el fracaso mismo de la revolución nacida en Coquimbo.



II. CAUSAS DEL CONFLICTO. DISCUSIÓN BIBLIOGRÁFICA

Múltiples han sido las interpretaciones que distintos autores han realizado respecto a los hechos que desencadenaron los eventos que iniciaron la madrugada de fines de agosto de 1931 en Coquimbo. Esta situación se ha visto posibilitada históricamente por la ideología y/o la formación académica de quien escribe, determinando que los relatos muchas veces se encuentren sesgados o voluntariamente construidos de tal forma de sustentar su tesis central al respecto. A continuación, se ha recopilado una serie de autores que en mayor o menor medida se han acercado a los hechos.        
   
            Ricardo Donoso, al momento de explicar en su libro Alessandri, agitador y demoledor de 1954 el origen de la sublevación de la Escuadra, en primer lugar, apunta que la disciplina al interior de la Armada tenía históricos antecedentes de orden pero que, sin embargo, la coyuntura del 30’ no se mantuvo ajena a la institución, corrompiéndola de alguna manera[1]. En segundo lugar, argumenta a través de las palabras del almirante von Schroeders, que la semilla de la sublevación se sembró en Devonport, puerto británico donde el buque insignia de la Armada de Chile, el Almirante Latorre estaba en modernización, y en donde los exiliados políticos de París realizaron campañas para afectar la moral de la tripulación. En tercer lugar, se menciona el embarque al buque de Manuel Astica y Augusto Zagal, ambos de filiación comunista, arguyendo su destacada participación en el auge movimiento revolucionario.

            Algunos años más tarde, en 1968, Carlos López Urrutia[2] historiador y economista penquista, coincide en su texto Historia de la Marina de Chile con Ricardo Donoso al atribuir los orígenes de la sublevación a la infiltración de elementos comunistas, los eventos ocurridos en el puerto de Devonport, Inglaterra y a la coyuntura política de crisis que atravesaba el país, y que determinó que la Armada fuese partícipe de la política. Sin embargo, también destaca que la situación económica del país había afectado directamente a los marinos a través la rebaja de sus sueldos, en un contexto en que sus sueldos ya eran bajos[3].

            Sergio Villalobos, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estellé en su libro Historia de Chile del año 1974 sostienen que las causas del conflicto recaen en el vacío de poder que la renuncia de Ibáñez provocó, –y, coincidiendo con Donoso y Urrutia–  que fue aprovechado por partidos de orientación marxista que se formaron precisamente en la coyuntura de 1931 y 1932[4].

            Sin embargo, décadas más tarde, y en solitario, Sergio Villalobos complejizaría las raíces que para él desencadenaron la sublevación. En efecto, Villalobos en el tomo cuatro de su libro Historia de los chilenos, señala que la causa más visible de la sublevación de la Escuadra fue la reducción de los sueldos que decretó el vicepresidente Manuel Trucco, aunque tampoco le resta participación en el auge del movimiento al Partido Comunista y su infiltración en la marinería y, por último, a la pérdida de disciplina dentro de las ramas castrenses y los malos tratos de la oficialidad a sus subordinados[5]. Todas estas causas que enumera Villalobos condensan de forma más moderada y menos ideologizada, las posturas de Donoso y Urrutia anteriormente nombrados; y también la de los historiadores que se nombrarán a continuación.

            El historiador marxista Luis Vitale, en su Génesis y evolución del movimiento obrero chileno hasta el Frente Popular de 1979 comparte la idea planteada por Villalobos y López en su Historia de los chilenos de que la Rebelión de la Marina tuvo –al menos en su génesis– una causa económica, es decir, la disminución de los sueldos de la marinería. Sin embargo, a lo que realmente pone énfasis Vitale es al tinte político que tomó la rebelión en el proceso, sobre todo cuando los marinos comenzaron a confraternizar con los obreros, adquiriendo el movimiento un tono político, sobre todo con sus demandas[6].

            En 1988 Patricio Quiroga y Carlos Maldonado publicarían El prusianismo en las fuerzas armadas chilenas, trabajo en el que precisamente se estudia la influencia del modelo alemán en el Ejército de Chile desde el año 1885. Sin embargo, en un apartado en particular, cuando se habla respecto al rol del ejército en la coyuntura 1929-1932, tiempo de crisis generalizada al interior de las Fuerzas Armadas –argumentan–, la germinación de un proceso de polarización política dentro de las ramas castrenses dio paso a la acción que constituyó la sublevación, rompiéndose de este modo la jerarquía de mando y los principios de autoridad militar[7]. La interpretación de Quiroga y Maldonado pone énfasis, juntamente, a la pérdida de disciplina, cuestión central en la interpretación de López Urrutia.

            En 1989, el oficial de Ejército Carlos Molina Johnson, profesor militar de Academia, publicó el libro Chile: los militares y la política. En él destaca, respecto a las causas de la sublevación, la crisis institucional después de la renuncia del presidente Ibáñez, lo que produjo anarquía e inestabilidad política, además de la fragmentación de la sociedad. Todos estos factores decantarían en los acontecimientos que ocurrieron en Coquimbo a fines de agosto y se propagaron por el país. Sin embargo, destaca un hecho particular respecto al origen del movimiento: “su origen típicamente comunista”, lo que demostraría los intentos de instrumentalización política dentro de las Fuerzas Armadas[8].    

            Jorge Magasich, doctor en Historia escribió en artículo en el año 2010 en el que realizaba un estudio comparativo en el que recopila y sintetiza un gran número de sublevaciones navales que ocurrieron en el siglo pasado. En el caso particular de la Sublevación de la Escuadra en Chile, Magasich sostiene que las causas del conflicto estriban en torno a la fuerte restricción de los gastos fiscales a los que se vieron adscritos los militares en generales y los marinos en particular. Es por esto por lo que el autor sostiene que el motivo de la sublevación es el deseo de la marinería de defender un cierto estándar de vida dentro de la institución[9].

            Cristián Gazmuri, discípulo de Villalobos, nos indica en su Historia de Chile 1891-1994 del año 2012 que es necesario, para comprender los orígenes del conflicto, hacer una lectura de los antecedentes. En efecto, Gazmuri da cuenta de la rebaja del 30% del salario que sufrieron los marineros de la Armada, medida decretada por el Ministro de Hacienda Pedro Blanquier, decreto que también afectaba a todos los funcionarios públicos. Dicha medida se sumaba a la rebaja salarial del año 1930, un 10% y a la pérdida de bonificaciones por concepto de instrucciones en el extranjero. Por ello, Gazmuri sostiene que la guerra interna fue una consecuencia económica más que política. El autor tampoco deja de mencionar las otras hipótesis que pudieron haber desencadenado los hechos, tales como la agitación política recibida por los marineros en el puerto de Davenport, Inglaterra, en momentos en que el acorazado Almirante Latorre estaba sometido a un proceso de modernización; esta última tesis fue planteada por el contralmirante Edgardo von Schroeder, quien además sostuvo que las campañas propagandísticas partidistas en la tripulación del Latorre fueron una medida del llamado Comité Revolucionario de París, comité constituido por políticos exiliados por el gobierno del presidente Carlos Ibáñez del Campo. Entre los acusados estaba el ex presidente Arturo Alessandri y Marmaduque Grove. Algunos oficiales de la Armada, por su parte, responsabilizaban también a los comunistas, particularmente unos aspirantes a “contables” contratados desde el mundo civil para integrar la tripulación de Almirante Latorre. Pese a todo, Gazmuri nos previene en indicar que la teoría de la infiltración comunista, tanto de los “contables” como del supuesto líder de la sublevación, el técnico Guillermo Steembecker, no tiene mayor fundamento; así también destaca las contradicciones dentro de las argumentaciones del contralmirante von Schroeders[10].

            El año 2014 el profesor de historia de la Universidad de La Serena, Carlos Alfaro Hidalgo, publicó un artículo intitulado La sublevación de la Armada de Chile en septiembre de 1931: ¿Reivindicaciones laborales o infiltración comunista? en el cual realiza una intensa recopilación bibliográfica para explicar desde distintas perspectivas el origen de los hechos, sin embargo, es una la explicación en particular desde donde argumenta su trabajo, tesis que coincide con parte de la argumentación de Sergio Villalobos y Cristián Gazmuri: la Sublevación de la Escuadra como un fenómeno fruto de alzamiento rebelde, un fenómeno de reivindicación laboral producto de la rebaja de un 30% del sueldo de la marinería y la pésimas condiciones de vida de las tripulaciones. Fue desde esta conflictiva arista en que, ante los oídos sordos del mando, la marinería iniciaría el movimiento revolucionario[11].

            Carlos Tromben Corbalán, experto en temas navales, escribió para la Revista de Marina un artículo titulado A 85 años del motín naval chileno de 1931, el cual de alguna manera sintetiza su tesis The chilean naval mutiny of 1931 del año 2010[12]. En dicho artículo sostiene que el contexto de inestabilidad generado por la crisis del 29’ y por las acusaciones de ilegitimidad contra el gobierno de Ibáñez, habría provocado las condiciones necesarias para provocar la revolución a través de la reducción de un 30% de los sueldos de la marinería –tal como lo indicaron Villalobos, Gazmuri y Magasich–. Sin embargo, Tromben nos señala un antecedente muy importante: el 30% de descuento en los sueldos se aplicaría para aquellos que percibieran sueldos mayores a $250; una lectura más atenta a la información que apareció en la prensa al respecto habría revelado que la iniciativa del Ministro de Hacienda prácticamente no afectaba a ningún miembro de la Armada, esto, dado el bajo nivel de los sueldos al interior de la institución[13].

            En base a las fuentes y al peso de la historia, sostengo a modo personal que la Sublevación de la Escuadra no puede comprenderse y explicarse sin tomarle el verdadero peso a los aspectos relacionados con la rebaja de los sueldos y las malas condiciones laborales en un contexto de crisis global, y que serían justamente estos antecedentes los detonantes del conflicto –más que la infiltración comunista o la falta de disciplina–. Casos históricos en donde ejércitos y marinas se han sublevado contra su gobierno abundan en la historia bélica mundial. Uno de los más icónicos, y que personalmente he investigado, es el caso de los múltiples motines del Ejército de Flandes: Existieron dos ciclos bien marcados de motines. El primero de ellos se dio entre 1573 y 1676; el segundo, entre 1589 y 1607. Lo interesante a notar es que en ambos ciclos se dio un factor común: los efectos de los precios, el hambre, y la intensificación de los retrasos en el pago de los sueldos; para poner fin al motín, el gobierno exigía el cese de la recaudación de impuestos por parte de ellos; la evacuación de la ciudad tomada; y ejercer de guarnición de alguna ciudad asignada; por su parte, los amotinados pedían generalmente los sueldos retrasados, el perdón real por el motín y una “revista general. El motín constituyó el desastre financiero y militar de España en el siglo XVI y XVII. Estos movimientos paralizaron al ejército durante campañas completas, saboteando ofensivas y planes, comprometiendo muchas veces el resultado de batallas y hasta de la misma guerra. Sin embargo, estos motines, ocasionados muchas veces por el no pago de salarios, fue uno de los pocos canales a través del cual los soldados podían hacer sentir su descontento con alguna situación; era una medida desesperada de gente desesperada[14].

            Como se sostiene en el ejemplo señalado, podemos identificar cuestiones que son comunes con el movimiento revolucionario ocurrido en Chile el año 1931: manifestaciones colectivas por la dignidad, producto de la miseria permanente, el peligro constante, la incomodidad y la pobreza de cada día, los malos tratos por parte de algunos oficiales, etc. Aquellos factores han determinados un gran número de otras revoluciones del mismo tipo, por lo que yo descartaría la determinación o la importancia que algunos le atribuyen a la infiltración comunista.



III. LOS HECHOS A TRAVÉS DE LOS PRINCIPIOS DE LA GUERRA

Desde el punto de vista de la estrategia militar clásica –como sostiene el profesor Andrés Avendaño Rojas– una de las formas de lograr la decisión en la guerra es a través de una batalla decisiva[15]. En pleno siglo XX, la ocurrencia de una batalla decisiva es muy compleja, dada la magnitud de hombres movilizado y la amplitud del frente en que se combate (piénsese, por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial). Batallas decisivas han existido en abundancia en la historia militar mundial: Salamina, Gaugamela, Zamma, Waterloo, etc., batallas en las que precisamente se determinó el éxito o el fracaso de una campaña completa. En el siglo XX estos eventos no abundan, sin embargo, la Batalla de Talcahuano podría entrar sin problemas en la categoría de batalla decisiva debido a sus características e implicaciones posteriores.

            Uno de los fundamentos básicos para llevar a cabo cualquier operación militar en un conflicto armado, guarda directa relación con una serie de principios científicos bélicos conocidos mundialmente como "principios de guerra". El meditado estudio y la correcta aplicación de estos principios ha determinado, históricamente, el éxito o el fracaso de uno u otro bando en la historia bélica de la humanidad. En este sentido la Sublevación de la Escuadra, y específicamente la batalla ocurrida el día 5 de septiembre de 1931 en Talcahuano, no constituye la excepción a la regla.

            En efecto, a través del análisis y la comparación, se advertirá cómo una serie de factores, que serán especificados en el desarrollo de esta monografía, determinaron el desenlace de los acontecimientos a través de la aplicación u omisión por cada uno de los bandos en conflicto de los “principios de la guerra”.
            Para efectos de este trabajo, tomaremos en cuenta un total de ocho “principios”. Cada uno será definido, ejemplificado con algún hecho bélico nacional o internacional y, finalmente, contextualizado y situado en la Batalla de Talcahuano. 

1) Objetivo
Toda operación militar, independiente de su magnitud o prolongación en el tiempo, debe tener un objetivo claro y asequible para aquellos soldados que arriesgarán sus vidas. El general prusiano Carl von Clausewitz, uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna, entiende este principio como el sometimiento del adversario[16]. Este sometimiento se logrará, según los testimonios escritos por el general, a través de tres derroteros claramente establecidos:
              1)      La destrucción del ejército enemigo;
              2)      La toma del bastión de poder político-militar del enemigo;
              3)      A través de un golpe eficaz contra el principal aliado del enemigo[17].

Paralelamente, podemos entender también este principio como la determinación y la búsqueda permanente del efecto final deseado[18] (efecto final determinado por el objetivo planteado). Andrés Avendaño Rojas, General de División del Ejército de Chile (r) y profesor de Historia militar, por su parte, entiende el objetivo, o la mantención del objetivo como lo plantea él, como la fuente de las acciones y las actividades militares, en donde quebrantar la voluntad de lucha del enemigo es lo esencial[19]. Por ello, es muy importante el liderazgo del comandante a la hora de escoger con criterio el objetivo más adecuado y decisivo para lograr el éxito en la guerra ya que, en el caso contrario, la improvisación en la marcha o la falta de medios podrían provocar un desastre ante otra fuerza más preparada y prevenida. Una vez seleccionado el objetivo, este deberá ser aplicado hasta el final, sin distracciones e improvisaciones innecesarias.

            Un ejemplo de cómo se rompió este objetivo y la jornada terminó en un completo desastre, la encontramos en el año 1187, un 4 de julio, en la llamada Batalla de Hattin (o Batalla de los Cuernos de Hattin), jornada en la cual un ejército cruzado al mando de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, sería aplastado por el ejército musulmán al mando del mítico Saladino. Saladino, quien sitiaba la ciudad de Tiberíades, esperó que los cruzados, que se encontraban en Séfora, se acercaran e intentaran romper el sitio. Guido no estaba convencido de atacar, Raimundo III tampoco; si lo estaba Reinaldo de Châtillon, opinión que finalmente se impuso ante la debilidad del rey a la hora de tomar decisiones. Guido salió de Séfora apenas preparado para la marcha, exponiendo a sus fuerzas a la sed y al calor; tras dos días de marcha, el ejército cruzado es masacrado por el ejército musulmán que les esperaba más preparados y claros en sus objetivos[20]. De esta manera, la incompetencia del mando de las fuerzas cristianas determinó el desenlace de la batalla.

            En el caso específico en estudio, el General de División Guillermo Novoa Sepúlveda (1881-1952), quien al momento de los acontecimientos ostentaba el grado de comandante en jefe de la III División de Ejército con asiento en la ciudad de Concepción, recibió el día 5 de septiembre –el día de la batalla– en torno a las 01:00 de la madrugada la orden del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, General Carlos Vergara Montero, de comenzar las operaciones sobre Talcahuano con amplias facultades[21]; el objetivo era claro y preciso: en palabras del general Sáez, la extirpación de aquel peligroso foco de insurrección que constituía Talcahuano[22] a través del asalto a su Base Naval. Esto se debería cumplir –y se cumplió– a través de la rendición de los distintos cuerpos armados –civiles y militares– que se encontraran tanto dentro del Apostadero Naval, como en las instalaciones militares aledañas (los distintos fuertes presentes en la Bahía a cargo de los Artilleros de Costa, suscritos a la sublevación[23]; la isla Quiriquina; la Península de Tumbes).

            ¿A que respondió la drástica determinación del mando en Santiago por invadir y apoderarse del Apostadero Naval en Talcahuano? Como nos señala el Capitán de Navío e historiador naval Carlos Tromben Corbalán[24], la Base Naval de Talcahuano era –y hasta el día de hoy– la más importante de la Armada de Chile. Tenía al momento de la sublevación varios establecimientos de logística costera, escuelas (de Artillería, Torpedos y Grumetes) y barcos directamente dependientes para realizar tareas en el área sur. Además, tenía unidades navales de reserva y barcos sometidos a reparaciones pertenecientes a otros comandos. Actuó como base para submarinos y base de suministros para la Flota Activa. Por ello, la captura del Apostadero Naval significaba en la práctica el virtual aislamiento de la Flota sublevada en Coquimbo.

            Por otra parte, sin embargo, el objetivo de la marinería, a pesar de ser claro, podría considerarse poco factible. El mismo día 5 de septiembre, cuando las tropas del ejército ya estaban ocupando el centro de la ciudad portuaria, y en momentos en que la desorganización interna era extremadamente grave –en la madrugada había sido derrocado el segundo comité; doce horas más tarde, el preceptor Pacheco, por orden del Estado Mayor a bordo del “Latorre” toma el mando del apostadero al darse cuenta de que el nuevo comité estaba separado e incomunicado– el “Riveros” recibe la orden de organizar la defensa e impedir a toda costa que el Ejército tomase el apostadero; Morir con gloria o vencer con honor[25]; seguidamente, en mensaje directo al preceptor Pacheco, se le asigna el mando con amplios poderes y la misión de organizar la marinería para su defensa; “solo debe atacar en caso de ser atacado”[26].

            Como bien señala el profesor Vergara en estas mismas páginas recién citadas, a pesar de las órdenes que emanaron desde Coquimbo, aludiendo a la marinería a resistir hasta morir de forma heroica, les dejaron atados de manos al privarles de la posibilidad de actuar primero y dar un primer golpe; como indica el refrán, quien golpea primero golpea dos veces. Lo más probable es que dada la desorganización interna, cualquier intento de actuar frente a las mucho más organizadas tropas del general Novoa hubiese terminado en un desastre mayor para la marinería. En esos momentos, cuando llegaron las órdenes rimbombantes desde Coquimbo, los “Húsares” ya tenían capturadas las alturas del cerro “Centinela”, lo que constituía un aliciente tremendo a la hora de iniciar el ataque o, en caso contrario, organizar una defensa efectiva.

2) Unidad de Mando
La Unidad de Mando es un principio que sostiene que sólo en un comandante o líder debe recaer siempre la misión de dirigir y coordinar de la manera más adecuada –acatando de la mejor forma todos los principios que se verán en este trabajo– la acción de todas las fuerzas con el fin de alcanzar el objetivo común. Como bien señala el profesor Avendaño, “el más eficiente y mejor equipado de los ejércitos no es nada si no tiene a su cabeza un comandante que reúna las condiciones necesarias para el cumplimiento de su difícil tarea”[27].

            Ejemplos de ejércitos que han sido más eficientes con un general que con otro abundan en la historia bélica mundial; a continuación, se señalarán dos casos.  En el año 216 a.c ocurre la conocida Batalla de Cannas en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.c). Aníbal Barca, jurado enemigo de Roma, invadió la península y derrotó a los romanos en las sucesivas batallas de Tesino, Trebia y Trasimeno. Muchos esperarían que Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo –generales al mando del ejército romano en Cannas– hubiesen aprendido alguna lección respecto a los errores cometidos en el pasado, sin embargo, los romanos son completamente derrotados, constituyendo aquella batalla en una de las peores derrotas de la historia de Roma. Sin embargo, años más tarde y en territorio cartaginés, el general romano Publio Cornelio Escipión derrotaría definitivamente a Aníbal en Zama (202 a.c), poniendo en práctica todos los conocimientos adquiridos en años de guerra[28]. Ambos ejércitos romanos, tanto el de Cannas como el de Zama, eran prácticamente iguales en cuanto a su constitución y calidad de hombres, sin embargo, el general marcó la diferencia.

            El principio se cumplió sin dudas en el bando leal al Gobierno del vicepresidente Manuel Trucco. El mando único de las fuerzas que operarían sobre la ciudad de Talcahuano recayó, como se nombró anteriormente, sobre el General Guillermo Novoa Sepúlveda. Este general, descendiente de una familia con amplia tradición militar[29] y curtido por años de servicio tanto en el país como en Alemania[30],  logró, junto a su Estado Mayor –y sin la interferencia desde el aparato gubernamental en las decisiones estrictamente militares–, coordinar las acciones de todas las unidades que bajo su mando participaron en la Batalla de Talcahuano (es decir, los regimientos de infantería N°6“Chacabuco” y N°9“O’Higgins”, los regimientos de caballería “Húsares” y “Guías”, el regimiento de artillería N°3“Silva Renard” y los distintos oficiales de la Armada que se integraron –luego de abandonar sus respectivas dependencias en el Apostadero Naval– en los distintos cuerpos que operaron sobre Talcahuano) con gran liderazgo y capacidad profesional, demostrando la superior calidad del mando en relación al bando contrincante. En efecto, esta situación posibilitó, para la desgracia de la marinería y los civiles que defendieron la causa de la sublevación, la ejecución y el cumplimiento de un plan adecuadamente estudiado, estructurado y sistemático, el cual resultó totalmente eficaz a la hora de lograr su objetivo operacional.

            En cambio, las fuerzas sublevadas dentro del Apostadero Naval carecieron de un mando único, y peor aún, la desorganización interna impidió la formulación de un plan único y coordinado que actuara de forma consecuente ante la amenaza que se les aproximaba. El profesor Sandrino Vergara afirma esta situación al señalar precisamente que “gracias a la descoordinación interna, no se realizó la debida planificación de una defensa entendida como tal dentro del marco de las Acciones Tácticas Fundamentales”[31]. Justamente, el comité que formó la marinería el día 3 de septiembre para coordinar cualquier acción militar o diplomática (a cargo del suboficial Morales y, en segundo plano, el preceptor Luis Henríquez), fue rápidamente destituido producto de que sus medidas fueron catalogadas como “blandas” contra la oficialidad.

            Llegado el día 5 de septiembre, el mismo día de la batalla, el pseudo mando que existía en la marinería fue reemplazado por un nuevo comité al mando del suboficial Gerardo Espinoza, un maquinista de apellido Rubilar, un sargento Muñoz, un cabo Marín y un marinero primero de apellido Leyton[32]. Sin embargo, ese mismo día, el suboficial Espinoza se embarcó en el destructor “Riveros” –en momentos en que las fuerzas del Ejército se disponían a capturar el fuerte “El Morro”–, ante el temor de que aquel destructor, en el hipotético caso que intentara impedir el ataque del Ejército, abriera fuego sobre la ciudad y su población[33]. Las comunicaciones entre Espinoza y el resto del mando en tierra no fueron fluidas, por lo que nuevamente el Apostadero quedó descabezado. Desde Coquimbo llegó –como nombramos anteriormente– el siguiente comunicado al Apostadero: “Al preceptor Pacheco del Almirante Latorre; tiene UD. el mando con amplios poderes. Organice la marinería para la defensa. Sólo debe atacar en caso de ser atacado”[34]. De esta manera, el mando fue entregado al preceptor Pacheco, apenas unas horas antes de la batalla. Consciente de que sus conocimientos no lo convertían en la persona más indicada para dirigir la defensa del Apostadero Naval, el profesor Pedro Pacheco nombró al suboficial José Ravest-Ravest para dirigir las acciones defensivas[35].

            Toda esta situación dentro del Apostadero Naval explica la descoordinación entre las fuerzas y la existencia de un verdadero plan de batalla que aprovechara las ventajas que tiene siempre el defensor.

3) Ofensiva y libertad de acción
La acción ofensiva es el modo práctico por el cual el comandante busca obtener ventaja, mantener el ímpetu de la acción y tomar la iniciativa. Una acción ofensiva se basa en la acción más que en la reacción. Su ejecución, sostiene Hugo Fontana Faúndez[36], requiere de una serie de factores y principios que se indicarán a continuación:  
·         Libertad de acción.
·         Iniciativa.
·         Agresividad.
·         Alta moral.  
·         Superioridad potencial, al menos relativa.
·         Su aplicación ideal allí donde el enemigo sea más débil, de tal manera de hacerle sentir nuestra superioridad con mayor amplitud.

El principio de la libertad de acción, por su parte, es el modo explícito en el cual el general al mando buscar obtener alguna ventaja –o se generar ventajas– a través de las eficiencias de sus fuerzas y/o las deficiencias y carencias del bando enemigo. Lo más importante de la ofensiva es mantener el ímpetu de las operaciones y tomar la iniciativa para obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad. El profesor Andrés Avendaño Rojas sostiene que la guerra es una lucha constante por la libertad de acción[37], por lo que cada comandante debe explotar de la mejor manera posible todo margen que el contexto geográfico-militar-político-social le entregue.

            Durante la Guerra del Golfo (1990-1991) y en particular en la Batalla de 73 Easting, los estadounidenses, al contar con la gran movilidad de sus tanques Abrams y sus vehículos Bradley, contaron con la libertad de acción pues, en primer lugar, invadieron el sur de Irak por el camino que ellos determinaron como el más beneficioso para su planes –gracias a la ventaja espacial que les entregaba las nuevas tecnologías, en particular los GPS– y, además, al llegar a 73 Easting (punto en el mapa desde el cual la batalla tomó su nombre), tomaron la ofensiva ante un enemigo parapetado. Los iraquíes por su parte, al tener muchos de sus tanques y vehículos blindados en trincheras y agujeros en el desierto, hicieron de sus movimientos fueran limitados en el teatro de operaciones, esto sumado a que su estrategia era completamente defensiva, salvo en los últimos momentos de la batalla. Esta libertad de acción fue paralela a la ofensiva de la fuerza expedicionaria occidental.

            Ofensiva y libertad de acción fueron los principios dominantes que capitalizó el Ejército en la batalla de Talcahuano, en otras palabras, desde que el General Novoa comenzó a reunir sus fuerzas a la espera de una orden de ataque desde Santiago, el ejército actuó ofensivamente y desde posiciones de asalto convenientes a sus objetivos. Repasemos los hechos para sustentar estas afirmaciones.

            La marinería en Talcahuano comienza a sublevarse de forma progresiva a partir del día 3 de septiembre (sólo el día anterior se enteraron de la sublevación de sus camaradas en Coquimbo); desde las 22:30 horas del mismo día 3 de septiembre comenzaron a llegar de forma gradual los regimientos provenientes desde las ciudades de Chillán y Angol. Tras la autorización del general Carlos Vergara desde Santiago para operar sobre Talcahuano a eso de las 01:00 de la madrugada del día 5 de septiembre, las fuerzas del General Novoa comenzaron a desplegar avanzadillas y ocupar posiciones de avanza hacia el objetivo. De este modo avanzaron sin disparar un solo tiro, sin interrupciones, desde la estación de trenes de Concepción hasta el Fuerte el Morro en Talcahuano, primer reducto de los sublevados, el cual se rinde sin resistencia a eso de las 08:40 horas. La libertad de acción del bando leal al gobierno no se vería interrumpida sino hasta las 15:50 horas, cuando el regimiento de Artillería “Silva Renard”, del ejército precisamente, abrió fuego sobre el destructor “Riveros” que se encontraba raudo sobre la bahía de Concepción, frente a la Aduana de la ciudad.

            Entre las 08:40 y las 15:50 horas, el ejército, valiéndose de su libertad de acción, realizó una serie de acciones que posibilitaron el éxito en la posterior batalla. En primer lugar, ocupado ya el fuerte “El Morro”, las tropas del general Novoa irrumpieron en la ciudad (lo que hoy es el centro histórico de Talcahuano) y, paralelamente, al mando del teniente coronel Luis Clavel, un grupo de hombres del regimiento “Guías” iniciaron un reconocimiento de las posiciones de los marinos sublevados en la Puerta de Leones. En ese momento se reafirmó la idea, ya estudiada por el General Novoa y su Estado Mayor, de que el ataque principal que efectuarían las tropas gubernamentales no debería enfocarse en la Puerta de Leones.

            La recién nombrada Puerta de Leones es –entonces y actualmente– la puerta de entrada a la Base Naval de Talcahuano. Se encuentra delimitada, a un lado y otro, por el mar y los cerros de la ciudad respectivamente. Fue precisamente allí donde la marinería sublevada concentraría sus esfuerzos de defensa, aprovechando la estrechez de espacio que existía entre los cerros y el mar, además de los edificios de concreto a sus costados. En aquel acceso se improvisaron parapetos y se concentraron armas de distinto calibre y cadencia con el fin de interferir el hipotético avance del ejército. Sin duda, un ataque a través de la Puerta de Leones hubiese terminado en una carnicería para ambos bandos.

                Por otra parte, en este mismo lapsus de tiempo señalado anteriormente, se ocupó el centro de la ciudad y se emplazó a los distintos regimientos a ocupar las posiciones dispuestas por el planteamiento estratégico del General Novoa y su Estado Mayor: el regimiento “Silva Renard” ocupó posiciones frente a la Gobernación Marítima apuntando sus cañones hacia el destructor “Riveros”; el segundo batallón del regimiento “Chacabuco” ocupó posiciones a cien metros de la Puerta de Leones, en la estación de trenes de la ciudad, con el objetivo de hacer creer a los sublevados que el ataque iría por ahí; el primer batallón del “Chacabuco” quedaría como reserva tras el segundo batallón, en la línea férrea que se dirige a San Vicente; la vanguardia, encabezada por el segundo escuadrón del regimiento “Húsares” ocuparía sin resistencia la cima del cerro Centinela a eso de las 11:00 horas; por último, a eso de las 13:30 horas, el regimiento “O’Higgins” y el resto del “Húsares” procedieron a subir el cerro Centinela a través del “Puente de Arco”. Luego de esto, los regimientos “O’Higgins”, “Húsares” y “Silva Renard” iniciarían la ofensiva de forma simultánea cuando este último abrió fuego contra el destructor “Riveros”.

            Como podemos evidenciar, la inactividad de la marinería y sus mandos permitió al General Novoa y sus fuerzas ubicarse en posiciones favorables y ventajosas e iniciar la ofensiva justo de la manera en que se había planeado, manteniendo la ofensiva durante el resto de la jornada de la batalla.   

4) Sorpresa y Astucia
Una concepción estratégica dentro del campo de batalla igual de importante y general como la superioridad numérica, es la sorpresa. Esta, sostiene Clausewitz[38], además de tener los lógicos efectos físicos sobre el adversario, posee efectos espirituales y psicológicos: confusión, quiebre del valor, pérdida de moral, entre otros factores que finalmente multiplican las expectativas de éxito. Andrés Avendaño Rojas, por su parte, define la sorpresa como la capacidad de poner al adversario “en una situación para la cual no estaba preparado, prevenido o advertido”,[39] es decir, atacar por donde no piensan que podrías atacar, por dar un ejemplo. Hernán Pérez complementa el punto afirmando que la sorpresa “conlleva distintos grados de secreto, velo y engaño, originalidad, audacia y ritmo”[40]. Eso último tiene sentido a la hora de entender que, en cualquier conflicto, ya sea alguna ofensiva que dé inicio a una guerra o una batalla en particular, la sorpresa total casi nunca es posible, por lo que el principio suele aplicarse más a la táctica, es decir, a las acciones que se realizan durante la batalla. A través de las correctas disposiciones del Estado Mayor o de quien se encuentre al mando de la fuerza operativa, se debe entrar en combate conociendo, al menos, la ubicación del enemigo, sus movimientos, sus puntos débiles y sus disposiciones defensivas, con el fin de atacarlo justamente allí donde su defensa tenga menos eficacia.

 Fontana, por su parte, nos señala la existencia de cuatro niveles de sorpresa[41]:
a)      La Sorpresa moral: Se ejerce cuando se logra demostrar al enemigo que su poder de lucha no es lo suficientemente fuerte para obtener la victoria.
b)     La Sorpresa político-estratégica, cuando se coloca al adversario ante una situación de esta índole, que éste no había previsto.
c)      La Sorpresa estratégica, cuando el enemigo se enfrenta a una situación estratégico que no esperaba; suele tener gran repercusión.
d)     La Sorpresa técnica, cuando el enemigo se enfrenta a tecnologías o métodos de ataque desconocidos o no esperados para la ocasión.

Ejemplo de sorpresas abundan en la historia militar. Durante la Batalla de Francia en 1940, el hecho de que el grueso de la Wehrmacht invadiera Francia a través de un bosque que para los franceses constituía un lugar intransitable, el bosque de las Ardenas, representó un sorpresa estratégica y moral de inmensas repercusiones: la rápida invasión y la rendición de Francia[42]. Tenemos también el reconocido ataque a Pearl Harbor en Hawái el día 7 de diciembre de 1941, ofensiva militar que implicó en forma directa el ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Dicho ataque, obra intelectual del legendario almirante japonés Isoroku Yamamoto, involucró más de 350 aviones cuyo fin era destruir a la Flota estadounidense del Pacífico anclada en el puerto. La incapacidad norteamericana de detectar la amenaza japonesa sino hasta que los tenían encima, constituyó precisamente la sorpresa que postula el principio[43]. Asimismo, tenemos el ejemplo de la Guerra de los Seis Días, guerra en la cual la letal fuerza aérea israelí, en una suerte de guerra preventiva, desencadenó todo su poderío sobre su símil egipcio, acabando con gran parte de su arsenal aun cuando este estaba en tierra en la llamada Operación Foco. De esta manera, en sólo un par de horas, Egipto perdió 286 de sus aviones de combate, más de la mitad de su flota; en cambio, Israel sólo tuvo que lamentar la pérdida de 19 de sus naves (de una flota de 250 aviones de combate)[44].  

            Ahora, bien, existe otro principio que se encuentra muy relacionado con la sorpresa: La astucia. Clausewitz sostiene al respecto que la astucia presupone una intención oculta y se opone a la forma de actuar recta y sencilla[45], sin embargo, no es lo mismo que el engaño. Se diferencia del engaño, por el simple hecho de no implicar faltar directamente la palabra. La astucia puede materializarse a través de proyectos u órdenes aparentes, por ejemplo, noticias falsas u amagos de ataque. El peligro que conlleva este último punto tiene que ver con el hipotético caso en que, en el momento que se desarrolle un ataque definitivo por algún otro lugar, no se tengan las suficientes fuerzas concentradas para concretar el objetivo. Por ello, mientras más débiles se vuelvan las fuerzas sometidas en dirección del engaño, existen más posibilidades de cumplir el objetivo.

            Uno de los más icónicos –quizá el más icónico, la operación de engaño por antonomasia–es la Operación Bodyguard, durante la Segunda Guerra Mundial. Bodyguard fue el nombre clave ideado por las naciones aliadas durante la planificación de la liberación de Europa en 1944. El plan consistía básicamente en engañar a la inteligencia alemana respecto al punto exacto donde los aliados desembarcarían. El señuelo sería Calais, pues era el punto más cercano entre Inglaterra y Francia y por ello, el punto más obvio para lanzar la ofensiva y abrir el segundo frente que tan ansiosamente pedía Stalin; para ello, se dispuso de cientos de señuelos (como de tanques, camiones y lanchas de desembarco inflables) que desviaran la atención de los alemanes respecto al verdadero punto de desembarco que sería Normandía.

            Las características físicas y geográficas de Talcahuano hacen, contrario a lo que pasó en Pearl Harbor o durante la Guerra de los Seis Días, muy dificultosas las opciones del bando atacante para generar una total sorpresa a los defensores. Como sostiene Sandrino Vergara Paredes, los marinos sublevados en la Base Naval de Talcahuano, enterados de la determinación de las fuerzas gubernamentales de tomarse el Apostadero Naval por la fuerza, comenzaron a tomar algunas medidas para evitar precisamente la sorpresa. En efecto, se iluminó el camino que unía concepción con Talcahuano con una serie de reflectores[46], además de mantener vigías en la cima del cerro "Centinela"[47] que vigila desde una panorámica excelente la totalidad del territorio de lo que hoy conocemos como “El Gran Concepción”. Además de ello, los sublevados le encargaron una tarea similar al destructor “Riveros” y al escampavía “Orompello”, para vigilar el hipotético avance de las tropas del ejército desde la bahía de Concepción[48].

            En efecto, ante la imposibilidad de tomar a los sublevados por sorpresa, el plan de ataque diseñado por el Estado Mayor de la División consistió en atacar en un lugar en que los defensores no esperaran un ataque.

5) Seguridad
El principio de la seguridad abarca muchos aspectos, tanto la seguridad física como la seguridad mental de los soldados. Consiste en implementar medidas adecuadas y eficaces con el fin de que el enemigo nunca obtenga alguna ventaja inesperada[49]. Complementando esta definición, Hernán Pérez señala que la seguridad se debe lograr para proporcionar “la necesaria libertad de acción, donde y cuando se requiera, para alcanzar los objetivos”[50].

            La seguridad debe estar presente en todo momento, tanto en el minuto de ejecutar los movimiento ofensivos, evitando la fuga de información, encubriendo adecuadamente las intenciones al adversario, intentando descubrir las intenciones del enemigo, anticipando sus movimiento, capturando las zonas que le otorguen la supremacía del terreno al bando aliado y ejecutando las operaciones de forma tal que permitan el cumplimiento de la misión a un costo razonable; y en la defensiva, evitando que el enemigo sorprenda a través de acciones ofensivas y realizando acciones que neutralicen su accionar. En palabras más sencillas, la seguridad implica básicamente evitar la sorpresa por parte del enemigo. Fontana señala que existen diversas formas de seguridad: una tiene relación con la inteligencia, es decir, “el sistema de prevención involucra poseer conocimientos completos de la capacidad del adversario”[51] y el otro se refiere más al sistema de acción, es decir, al “sistema de reacción involucra contar con reservas suficientes y hacer un empleo adecuado de las propias armas y mantener un suficiente grado de alistamiento para la entrada en acción de las fuerzas”[52].

            Durante la Guerra del Golfo, el Alto Mando norteamericano se preocupó de que sus fuerzas estuvieran preparadas ante un posible ataque con armas químicas por parte del régimen de Saddam Hussein. Para ello, los soldados comenzaron a entrenar con trajes especiales, además de tomar ciertos medicamentos que, en caso de ataque, podrían disminuir los efectos perjudiciales para su salud. Esto constituyó un ejemplo de seguridad, entendida dentro de los parámetros de los principios de la guerra.

            Una forma en que la fuerza del general Novoa intentó positivamente resguardar la seguridad de sus tropas, fue a través del envío de avanzadillas que resguardaran el avance del grueso del ejército. Como sostiene Clausewitz, las avanzadillas son los ojos del ejército[53]. En efecto, a eso de las 02.00 hrs, el general Novoa envió a la caballería al primer punto de avance, el cual se encontraba en las alturas del cerro San Miguel, conocido actualmente como cerro Macera, a un costado del Puente Perales. El cerro recién nombrado se eleva hasta una altura de 90 metros[54]. Más tarde, como se nombró en párrafos anteriores, el general Novoa dispuso que, una vez capturado el centro de la ciudad, que la caballería capturara el cerro Centinela antes que los marinos; la captura de las alturas siempre dará una ventaja adicional a quien ataca o defiende.

6) Concentración o masa
Consiste en la aplicación de un poder de combate superior en forma sincronizada y decisiva, para lograr el efecto buscado en el momento y lugar deseado. Hay que tener en consideración, sin embargo, que el principio no implica necesariamente que las fuerzas ataquen todas juntas y en el mismo lugar, pues, las fuerzas pueden encontrarse dispersas en el teatro de operaciones. Lo importante es que “su capacidad combativa (…) se encuentre concentrada”[55]. Fontana complementa que masa no sólo significa superioridad numérica, sino también “material, poder de fuego, armas, "habilidad, determinación, disciplina, dirección, administración y moral”[56].

            Clausewitz considera que, tanto en práctica como en la estrategia el principio más general de la victoria es precisamente, la superioridad numérica[57]. Obviamente, este factor en un combate es sólo uno de los tantos que determinarán la victoria. Por ejemplo, durante la campaña oriental del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, la amplia superioridad numérica de las tropas del zar no fue suficiente para amedrentar y derrotar decisivamente a las mejor preparadas, aunque numéricamente inferiores, tropas del káiser. Sin embargo, sostiene Clausewitz posteriormente, y haciéndose cargo del "pero", la superioridad numérica debe ser un factor lo bastante grande como para suplir el equilibrio de los demás factores, que veremos a continuación, determinan el resultado de la contienda. Por ejemplo, pese a la evidente inferioridad material, moral y militar, el ejército persa del rey Jerjes pudo al final derrotar a las tropas espartanas del rey Leónidas que eran inmensamente inferiores en número pese a estar muchísimo más preparadas en cuanto a la técnica y la preparación. Entonces, la primera regla de Clausewitz, sería pues, salir al campo de batalla con el mayor número de tropas disponibles.

            De acuerdo con lo que escribe el profesor Sandrino Vergara respecto a los hechos de aquel 5 de septiembre, el General Novoa ordenó a la Caballería a las 02:00 de la madrugada, dirigirse hacia el primer punto de avance, con el fin de proteger la marcha de las demás unidades de infantería y artillería. Los encargados de personificar esta avanzadilla fueron el primer escuadrón del regimiento “Húsares” y el grupo de Caballería Divisionario del mismo regimiento. Aquel punto de reunión se encontraba en el cerro “San Miguel”, a 5km del fuerte “El Morro” y a 8km de la Puerta de Leones.  Aquel cerro se eleva a 90 metros sobre el nivel del mar, lo que otorgó en ese entonces una excelente panorámica de la ruta hacia Concepción y hacia Talcahuano.

7) Economía de Fuerzas
Este principio hace alusión al correcto uso de las fuerzas militares, es decir, en otras palabras, consiste en “dosificar y administrar adecuadamente las fuerzas disponibles de manera tal que no sean mal empleadas”[58]. Se debe tener en consideración que las fuerzas militares disponibles no son infinitas ni inagotables. Clausewitz hace mención de la necesidad imperiosa de que ninguna de las fuerzas operativas se mantenga ociosa: quien tenga fuerzas allá donde el enemigo no las emplea suficientemente, quien hace marchar a una parte de sus fuerzas (…) mientras las enemigas atacan, gestiona mal sus fuerzas”[59].

            Un ejemplo que podemos encontrar en la historia respecto a una mala administración de las fuerzas disponibles y que decantó en un estrepitoso fracaso político y militar, ocurrió en el año 1881, a las afueras de Lima y en el contexto de la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile contra los aliados peruano-bolivianos. Las líneas defensivas de San Juan y Miraflores, organizadas por el presidente Piérola y los oficiales del ejército peruano, fueron dispuestas de tal forma que quedaron extremadamente largas –aunque pensando quizá, en el hecho de evitar el rodeo de la línea por parte de las fuerzas chilenas–. Esta situación decantó en que, durante el curso de ambas batallas, hubiera cuerpos del ejército peruano que no llegaron nunca a combatir, pues el ejército chileno concentró los ataques en puntos más concentrados y específicos.

            Durante la Batalla de Talcahuano, el general Novoa dividió sus fuerzas para el ataque en dos secciones. Por una parte, estaban los regimientos de caballería e infantería que atacarían desde los cerros del Apostadero Naval (regimiento “O’Higgins” y “Húsares”) y rodearían a los insurrectos aprestos en la “Puerta de Leones”. Por otra parte, esperando fuera de la entrada al Apostadero, en la estación de trenes y en calle Valdivia, estaba los regimientos “Chacabuco” y “Guías”, aprestos a atacar cuando los otros regimientos cayeran sobre el Apostadero.



CONCLUSIONES

En primer lugar, es inconcebible intentar comprender los inicios de la Sublevación de la Escuadra desde sólo una perspectiva. Muchos argumentos acotados en la sección de discusión bibliográfica grafican la fuerza gravitatoria de los análisis ideologizados, lo que finalmente sesga una interpretación más objetiva de los hechos; sin duda la historia no es subjetiva, y la Sublevación de la Escuadra no es la excepción, sin embargo, un análisis unilateral del conflicto nos deja más sombras que luces a la hora de intentar comprender el conflicto que afecto al país en el año 1931.  

            Se pudo constatar, justamente a través del análisis bibliográfico, que las interpretaciones del conflicto diferían de mayor o menor manera dependiendo del origen académico o ideológico del autor. Encontramos, por ejemplo, los autores provenientes del mundo castrense –ya sea del Ejército o la Armada–,ponen su atención en la cuestión de la falta de disciplina y la infiltración comunista; están los autores marxistas, quienes ven de forma positiva esta misma infiltración, además de poner más énfasis al tema económico; el tercer lugar, están los autores estructuralistas, quienes ven el conflicto desde una mirada más holística, destacando más de un solo factor a la hora de explicar el conflicto; por último, están los autores que problematizan el conflicto desde otras perspectivas como la reivindicación laboral.
*
En segundo lugar, a través del análisis de los principios de la guerra aplicados en la Batalla de Talcahuano podemos concluir una serie de antecedentes que nos ayudarán a comprender por qué el Ejército venció y la Armada perdió.

            En primer lugar, el triunfo por parte del bando de la marinería era prácticamente imposible por una serie de motivos.  En primer lugar, la desorganización interna dentro del Apostadero Naval hizo imposible que se organizara un tipo de defensa eficaz contra las mejor preparadas tropas del general Novoa. En segundo lugar, era evidente la desventaja en cuanto a los medios que tenía la Armada; el ejército atacó con un mayor número de hombre (tres mil aproximadamente) y con armas que tenían años de ventaja tecnológica. En tercer lugar, dentro del Apostadero Naval, la calidad de los defensores era homogéneo: entre ellos, hubo obreros pertenecientes a los astilleros; muchos de ellos no sabían ocupar armas, otros tantos apenas las podían cargar. Obviamente la determinación de lucha de estos últimos flaquearía en los momentos críticos de la batalla. Todos estos puntos disminuían prácticamente a cero las ventajas que de por sí tiene que defensor dentro de una batalla.

            Paralelamente, los regimientos del ejército que participaron en la batalla ostentaban la superioridad numérica, material e intelectual: superaban en número a la marinería; poseían mejores y más armas; tenían un mando único preparado e intelectualmente superior a través del general Guillermo Novoa Sepúlveda, quien incluso tuvo formación militar en Alemania.

            Con el triunfo del ejército en Talcahuano las principales dependencias logísticas de la Armada fueron capturadas; una armada sin logística es una armada con una capacidad combativa limitada y con una libertad de movimiento determinada por el nivel de combustible restante dentro de los buques. Esta situación, más que el posterior bombardeo de la Fuerza Aérea a los buques en Coquimbo, determinó la rendición de los marinos que aún se mantenían insurrectos y, en consecuencia, el fin de la sublevación.




[1] DONOSO, Ricardo: Alessandri, agitador y demoledor. Tomo II. Colección Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, Primera Edición, 1954, p. 54-74.
[2] LÓPEZ, Carlos: Historia de la Marina de Chile. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, Primera edición, 1968, p. 499.
[3] Ibidem, p. 501.
[4] VILLALOBOS, Sergio; SILVA, Osvaldo; SILVA, Fernando; ESTELLÉ, Patricio: Historia de Chile. Ediciones Universitaria, Santiago de Chile, 2013, pp. 828-829.
[5] VILLALOBOS, Sergio: Historia de los chilenos. Tomo IV. Ediciones Taurus, Santiago de Chile, 2010, p. 176.
[6] VITALE, Luis: Génesis y evolución del movimiento obrero chileno hasta el Frente Popular. Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1979, p. 49.
[7] QUIROGA, Patricio; MALDONADO, Carlos: El prusianismo en las fuerzas armadas chilenas. Ediciones Documentas, Chile, 1988, pp. 139.
[8] MOLINA, Carlos: Chile: los militares y la política. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1989, p. 118.
[9] MAGASICH, Jorge: Estudio comparativo de las revueltas navales acontecidas durante el siglo XX. Universidad de Chile, cuadernos de historia número 33, Santiago de Chile, 2010, p. 120.
[10] GAZMURI, Cristián: Historia de Chile 1891-1994. Política, economía, sociedad, cultura, vida privada, episodios Ediciones RIL, Santiago de Chile, 2013, pp. 160-162. 
[11] ALFARO, Carlos: La sublevación de la Armada de Chile en septiembre de 1931: ¿reivindicaciones laborales o infiltración comunista? Cooperativa de Estudios Históricos y Ciencias Sociales, Cehycso, Revista Norte Histórico, La Serena, 2014, pp. 69-70.
[12] TROMBEN, Carlos: The chilean naval mutiny of 1931. Doctoral thesis, University of Exeter, England, 2010.
[13] TROMBEN, Carlos: A 85 años del motín naval chileno de 1931. Revista de Marina N° 957, Valparaíso, 2017, p. 63-64.
[14] PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el Camino Español 1567-1659, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pp. 184-204.
[15] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 20.
[16] CLAUSEWITZ, Carl von: De la Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 655.  
[17] Ibidem, p. 656.
[18] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés; & TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 26.
[19] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 112.
[20] MADDEN, Thomas: Cruzadas. Editorial Blume, Barcelona, 2008, pp. 74-75.
[21] VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 109.
[22] Idem.
[23] HAWA, Samy y TOVOLARI, Andrés: Historia y situación actual de los Fuertes de la infantería de marina en la Bahía de Concepción. Crónicas y reportajes de Revista Mar N°4, Valparaíso, 2009, p. 382-383.
[24]  TROMBEN, Carlos: The chilean naval mutiny of 1931, University of Exeter, Exeter, Reino Unido, 2010, p. 180.
[25] VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 117.
[26] Idem.
[27] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 212.
[28] LIVIO, Tito: Historia de Roma desde su fundación. Tomo II, Libro XXII y Libro XXIX, pp. 38-307.  
[29] VERGARA, Sandrino: El general Guillermo Novoa Sepúlveda y su papel protagónico en Talcahuano. 5 de septiembre de 1931, Anuario de la Academia de Historia Militar N°30, Santiago de Chile, 2016, p. 197.
[30] Ibidem, p. 201.
[31]  VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 105.
[32]  Ibidem, p. 116.
[33]  Ibidem, p. 117.
[34]  Ibidem, p. 118.
[35]  TROMBEN, Carlos: The chilean naval mutiny of 1931, University of Exeter, Exeter, Reino Unido, 2010, p. 204.
[36]  FONTANA, H: Repensando los principios de la guerra, Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra Naval, Valparaíso, 2000, p. 26.
[37] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 112.
[38] CLAUSEWITZ, Carl von: De la Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 164. 
[39] AVENDAÑO, Andrés: Las batallas de Concón y Placilla. Las causas de la victoria. Las razones de la derrota, Academia de Historia Militar de Chile, Santiago, 2015, p. 112.
[40] PEREZ, H: La aplicación de los Principios de la Guerra en las operaciones militares desarrolladas por Israel desde su independencia y en particular en la guerra de 1973, Escuela Superior de Guerra, Buenos Aires, 2011, p. 19.
[41] FONTANA, Hugo: Repensando los principios de la guerra. Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra Naval, Valparaíso, 2000, p. 23.
[42] MACKSEY, Kenneth: Guderian, general Panzer. Editorial Tempus, Barcelona, 2010, p. 153-195.
[43] GUNTHER DAHMS, Hellmuth: La Segunda Guerra Mundial. Editorial Bruguera, Barcelona, 1966, pp. 160-179.
[44] PEREZ, H: La aplicación de los Principios de la Guerra en las operaciones militares desarrolladas por Israel desde su independencia y en particular en la guerra de 1973, Escuela Superior de Guerra, Buenos Aires, 2011.
[46] VERGARA, S: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 105.
[47] Idem.
[48] Idem.
[49] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés; & TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 31.
[50] PEREZ, H: La aplicación de los Principios de la Guerra en las operaciones militares desarrolladas por Israel desde su independencia y en particular en la guerra de 1973, Escuela Superior de Guerra, Buenos Aires, 2011, p. 15.
[51] FONTANA, Hugo: Repensando los principios de la guerra, Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra Naval, Valparaíso, 2000, p. 30.
[52] Idem.
[53] CLAUSEWITZ, Carl von: De la Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 286. 
[54] VERGARA, Sandrino: La sublevación de la marinería del año 1931 y el combate de Talcahuano, Anuario de la Academia de Historia Militar N°25, Santiago de Chile, 2011, p. 109.
[55] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés; & TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 32.
[56] FONTANA, H: Repensando los principios de la guerra, Trabajos de Investigación N°1, Academia de Guerra Naval, Valparaíso, 2000, p. 24.
[57] CLAUSEWITZ, C: De la Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 159. 
[58] IZCUE, Carlos; ARRIARÁN, Andrés; & TOLMOS, Yuri: Apuntes de estrategia operacional, Escuela superior de Guerra Naval, Perú, 2003, p. 34.
[59] CLAUSEWITZ, C: De la Guerra, Traducción directa del alemán por Carlos Fortea, Primera Edición, editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2014, p. 180.  

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