DEL MANDATO BRITÁNICO DE MESOPOTAMIA A LA CREACIÓN DEL REINO IRAQUÍ (1920-1932): GANADORES Y PERDEDORES DEL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE IRAK
Problemática
Terminada la Primera Guerra Mundial en 1918, los intereses coloniales tanto de Inglaterra como de Francia apuntaron libremente hacia Medio Oriente, allí donde el territorio del derrotado Imperio Otomano ofrecía a los distintos agentes extranjeros valiosas garantías económicas que conquistar. Un mandato de la Sociedad de Naciones otorgó a los ingleses el llamado Mandato Británico de Mesopotamia en 1920, tal como estipulaba el tratado de Sévres; esta situación confió al Reino Unido la partición del Imperio turco y el gobierno del territorio ocupado, que pasó a ser denominado por los ocupantes como Irak. Una serie de problemas internos provocados por la oposición al impopular gobierno británico llevó a sus autoridades a firmar tratados –después de una serie de conflictos armados– que otorgaron al gobierno iraquí, en manos de un rey designado (1921), un parlamento y una Constitución, aunque no fue reconocida como una nación soberana. Esta situación jurídica sería finalmente aceptada en el año 1932, año en que Irak fue admitida en la Sociedad de Naciones.
Sin embargo, una serie de interrogantes surgen: ¿Cuál fue el grado de participación de las distintas minorías étnico-religiosas dispersas en el territorio en la obtención de la independencia iraquí? ¿Fue esta una causa directa de la impopularidad del Gobierno británico? ¿Qué consecuencias trajo el sentimiento de los distintos grupos del territorio al haber sido troceado su mundo árabe y habérseles impuesto un monarca en Bagdad? ¿Quiénes fueron los ganadores y los perdedores de este histórico proceso?
Sin embargo, una serie de interrogantes surgen: ¿Cuál fue el grado de participación de las distintas minorías étnico-religiosas dispersas en el territorio en la obtención de la independencia iraquí? ¿Fue esta una causa directa de la impopularidad del Gobierno británico? ¿Qué consecuencias trajo el sentimiento de los distintos grupos del territorio al haber sido troceado su mundo árabe y habérseles impuesto un monarca en Bagdad? ¿Quiénes fueron los ganadores y los perdedores de este histórico proceso?
Contextualización
Las consecuencias de la Gran Guerra (1914-1918) respecto al Golfo Pérsico fueron draconianas: significó para el orgullo imperio turco el reparto de sus antiguas provincias –en las que aún la fiebre de los nacionalismos había tenido éxito– entre los vencedores. De esta forma, Irak –entre otras zonas– pasó a manos británicas hasta 1932, año en que el país alcanzó su independencia por designio de la Sociedad de las Naciones. De inmediato comenzaron los descubrimientos y las concesiones de los yacimientos de petróleo con EEUU cono nuevo actor presencial de la zona comercial.
Los distintos tratados de paz de postguerra tuvieron la difícil tarea de forjar una paz duradera, estable y conveniente frente a la tentadora caída de los imperios de los Habsburgo, los Romanov y los Hohenzollern, sin embargo, la mala salud del presidente Wilson –el mediador que menos intereses comprometidos– lo obligó a no formar parte de una serie de tratados “menores” concernientes a la Europa oriental y Próximo Oriente. Por ello, “en la medida en la que los vencedores pudieron imponer sus opiniones, Gran Bretaña, Francia e Italia fueron las que tuvieron más influencia en el sudeste de Europa” (Stevenson, 2014), en perjuicio, claramente, de los intereses mismos de las provincias y territorios en “reparto”.
En efecto, terminada la Primera Guerra Mundial en 1918, los intereses coloniales tanto de Inglaterra como de Francia apuntaron libremente hacia Medio Oriente, allí donde el territorio del derrotado imperio otomano ofrecía a los distintos agentes extranjeros valiosas garantías económicas que conquistar. Allí, como señala Stevenson, las rivalidades entre los Aliados fueron mucho más fuertes, pues no faltaban los apoyos militares (2004); además de la supremacía naval británica en la zona, los ingleses mantenían a casi un millón de hombre en armas en la región durante el armisticio, invadiendo Mesopotamia, Palestina y Siria.
El más conocidos de los acuerdos firmados por los franceses y los británicos respecto a los territorios árabes fue el Tratado de Sykes-Picot en abril de 1916. En dicha fecha, el diputado inglés Mark Sykes y el cónsul francés Georges Picot definieron de forma secretas las esferas de influencias y control que gobernarían en Próximo Oriente una vez que el Imperio Otomano caiga. Posteriormente, un mandato de la Sociedad de Naciones otorgó a los ingleses el llamado Mandato Británico de Mesopotamia en 1920, tal como estipulaba el tratado de Sévres; esta situación confió al Reino Unido la partición del imperio turco y el gobierno del territorio ocupado, que pasó a ser denominado por los ocupantes como Irak. Una serie de problemas internos provocados por la oposición al impopular gobierno británico llevó a sus autoridades a firmar tratados –después de cuentos conflictos armados– que otorgaron al gobierno iraquí, en manos de un rey designado (1921), un parlamento y una Constitución, más no era reconocida como una nación soberana. Esta situación jurídica sería finalmente aceptada en el año 1932, año en que Irak fue admitida en la Sociedad de Naciones.
¿Quiénes fueron los ganadores y los perdedores de este proceso?
Hoy en día, el islam es la segunda religión más popular del mundo, con cerca de 1.300 millones de fieles. De estos, el 90% son sunitas, y el 10% chiitas. La razón que fundamenta esta división es que ambos grupos religiosos se creen a sí mismos los portadores de la auténtica voluntad de Alá. Esta disyuntiva nace en torno al 632 después de Cristo, año en que muere Mahoma –el principal profeta del islam–, sin descendencia masculina. Desde entonces, comenzó una lucha –que en muchos momentos tomó tintes violentos– por la herencia del profeta: su poder político y religioso. De esta manera, la comunidad musulmana se dividió en dos grupos principalmente: por una parte, estaban los chiitas, partidarios de Alí, quien fuera primo de Mahoma y esposo de la hermana del Profeta, Fátima. La relación sanguínea sustentaba su reclamo. De forma paralela, los sunitas se acogieron a la sunna, el texto sagrado que recogió las prácticas y enseñanzas de Mahoma; según la sunna, el Califa debía ser elegido por la comunidad musulmana.
Ahora bien, pese a que los sunníes son mayoría en el mundo musulmán, en Irak –al momento de inventarse el territorio– la situación no es similar, pues los chiitas constituyen la mayoría del país. Esta situación decantaría en una contradicción fatal. Cuando los británicos se hicieron cargo del territorio a través del Mandato Británico –luego de la Primera Guerra Mundial–, el gobierno iraquí se compuso –administrativamente– fundamentalmente de sunníes, la elite ciudadana de Bagdad, quedando marginados a tareas menores y/o nulas los sunitas y los kurdos. Como sostienen Cesáreo Gutiérrez y Enrique Silvela (2006), la población del nuevo país –que, recordemos, fue creado artificialmente por el imperialismo británico a través de la unión de tres provincias que otrora pertenecieron al derrotado Imperio Otomano– estaba compuesta por un 50%, al menos, de árabes chiitas (apostados principalmente en la provincia de Basora), un 20% de árabes suníes (apostados en la provincia de Bagdad), otro 20% de kurdos suníes (apostados en el norte del territorio, en la provincia de Mosul) y menos de un 10% de muchas otras etnias y credos, entre los que destacaban los judíos.
Con la aplicación de una política de “divide et impera” –como sostiene Angélica Alba (2011)– los británicos construyeron una especie de sistema con que se balanceó el poder con los líderes regionales, ignorando de esta forma, a la mayoría chií a la hora de conformar el gobierno de Irak. De esta manera, este grupo mayoritario se vería ajeno a la integración y participación de los distintos gabinetes del gobierno.
En torno al año 1920, un grupo de nacionalistas iraquíes se reunieron para nombrar a Abdullah –hermano del futuro rey Faisal–, rey de Irak, pues este representaría los verdaderos intereses de los iraquíes y no los intereses británicos. El movimiento de los nacionalistas, que demandaban por la verdadera independencia del país –ajena a cualquier intervención externa– fue duramente reprimido por los británicos. Esta situación convenció a los británicos que era necesario llegara un acuerdo. En efecto, Churchill (secretario de Estado para las Colonias), Percy Cox (alto comisario) y Gertrude Bell (especialistas en cuestiones de la zona) –entre otros–, decidirán en El Cairo la candidatura de Faisal al trono de Irak quien, finalmente, sería coronado –tras un referéndum bastante cuestionable que legitimaría legalmente al rey en su trono– el 23 de agosto de 1921. A pesar de que este nuevo estatus jurídico de Irak ponía fin al Mandato Británico en la zona, un Tratado de Alianza con Londres, firmado el 10 de octubre de 1922, estipularía muchas de las disposiciones del Mandato, una “fotocopia” de estas provisiones sentencia duramente Xavier Batalla en su historia del país (2003).
La elección de Faisal, quien era hijo del jerife hachemita de la Meca y que, en teoría, no era iraquí, responde –como sostienen Cesáreo Gutiérrez y Enrique Silvela (2006)– “a una política exclusivamente centrada en las élites gobernantes, a las que se podía encomendar la administración del territorio desde la metrópoli”, es decir, desde Inglaterra a la elite ciudadana sunní de Bagdad.
La Constitución del nuevo Estado de Irak de 1921, aunque no hace ninguna mención a sunníes o chiís, hace que estos últimos consideren que la proclamación del nuevo Estado confirmaría de alguna manera su derrota contra la dominación británica.
El Código de la Nacionalidad iraquí, aprobado en 1924, estableció que la identidad étnica árabe sería la base del nuevo Estado, pero de manera sesgada también confirmó que el sunnismo sería el factor determinante. Uno de los puntos de dicho código estipuló que toda persona sería iraquí de pleno derecho sólo si poseía la nacionalidad otomana, o si uno de sus antepasados lo había poseído; el resto, sería considerado de “incorporación iraní”, y deberían demostrar su nacionalidad. El hecho de cuatro quintas partes de la población iraquí vivía en zonas rurales, zonas en donde la administración otomana nunca llegó, constituyó que la mayoría de la población del país fuese considerada sin nacionalidad, es decir, mayormente kurdos y chiitas.
Por su parte, los Kurdos, un histórico pueblo nacido en los albores del siglo VII antes de Cristo, descendiente de los medos, conquistados por los persas en torno al año 6 antes de Cristo, luego por los musulmanes –siendo islamizados–, tienen una problemática muy particular: los deseos de un Estado propio. El desmembramiento del Imperio Otomano –territorio habitado por kurdos– les daría la oportunidad de obtener su autonomía. Sin embargo, los sectores más conservadores de la sociedad kurda, más interesados en la protección de sus intereses religiosos que en un inseguro proyecto de tintes nacionalistas, no apoyaban el proyecto, que prometía un Estado independiente, el Kurdistán. Los intereses occidentales tampoco ayudarían a esta cuestión. El diseño de las fronteras de Oriente Próximo por parte de británicos y franceses, que no se interesó por cuestiones históricas, religiosas o étnicas, creó distintos Estados en los que la población kurda se vio separada por líneas imaginarias: Siria, en el caso de los franceses, e Irak, para la que Reino Unido reclamó la rica zona petrolera de Mosul. Distintos movimientos kurdos pro independencia surgirían –hasta el día de hoy–, sin embargo, el período de tiempo de estudio en esta investigación, el hecho de la que monarquía haya estado al servicio de los intereses británicos, hizo imposible cualquier deliberación o solución a la problemática kurda.
Como se puede constatar, la línea divisoria entre ganadores y perdedores en el proceso de independencia de Irak es clara: por una parte, el principal ganador fue el imperio británico que, a través de un su instrumento local –la monarquía de Faisal I– logró controlar sin mayores contratiempos la rica zona petrolífera de Mosul (la única zona del país que realmente le interesaba gobernar). Paralelamente, los otros ganadores fueron los sunníes que, a pesar de ser el grupo minoritario del territorio, logró aglutinar tras de su elite ciudadana el monopolio de los cargos de gobierno más importantes. En la otra vereda, el grupo perdedor estuvo constituido por la mayoría chiita, que se vería marginada del poder y de la zona de influencia británica y, por otra parte, los kurdos, que pese a que se les fue prometido un territorio independiente a través del Tratado de Sévres (Batalla, 2003) , dicho acuerdo nunca entraría en vigor, siendo finalmente dividido el Kurdistán entre Turquía, Siria, Irak y la URSS. Por último, aunque no de forma excluyente, otro grupo perdedor serían los distintos grupos nacionalistas árabes que intentaron combatir al imperialismo británico; dicha lucha sólo alcanzaría éxito el día 14 de julio de 1958, un día decisivo para el país; la monarquía, que en ese momento era detentada por el rey Faisal II (tercer rey de Irak), sería apartada de forma trágica para siempre del poder encabezados por un grupo de oficiales iraquíes instigados por Gamal Abdel Nasser, el “demagogo nacionalista” presidente de Egipto (Ferguson, 2005).
Bibliografía
-Alba, A. (2011). Irak y Occidente en el siglo XX: La historia de una relación estratégica y tumultuosa. Revista Análisis Internacional (RAI), 111-130
-Batalla, Xavier. (2003). ¿Por qué Irak? Barcelona, España: Editorial DEBOLSILLO.
-Ferguson, Nial. (2005). Coloso. Auge y descadencia del imperio americano. Barcelona: Editorial Debate.
-Stevenson, D. (2014). 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial. Buenos Aires: Editorial Debate.
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