Antecedentes de la revolución de 1851 en Chile; desde las revoluciones de 1848 al conflicto provincial

¿Qué fueron y qué representaron los movimientos revolucionarios de 1848 en Europa, a propósito de las ideas y los hechos de la revolución de 1851?, es la pregunta introductoria que se hace el historiador Cristián Gazmuri en su libro “El 48 chileno”[1]; ¿Que tuvo que ver el resentimiento de las provincias en relación al levantamiento armado que estas suscitaron estas contra su capital?, es lo que, al mismo tiempo, se pregunta otro historiador, Luis Vitale[2]. Sin duda, la revolución fue una cuestión multifactorial, y en este espacio nos dedicaremos a señalar esta idea. Antes de estudiar, en primer lugar, la relación de la revolución del 48 en Europa y la revolución de 1851 en Chile, conviene realizar una síntesis de las ideas que se cristalizaron en las mentes de algunos compatriotas a propósito de estos movimientos revolucionarios europeos. 

Luego de la derrota de Napoleón en Leipzig, también llamada la Batalla de las Naciones (1813), las monarquías europeas –enemigas de Napoleón y de la Revolución Francesa– se reunieron en la ciudad austriaca de Viena para acordar el futuro político, ideológico y territorial de Europa a través de una política completamente antirrevolucionaria y antiliberal, que tenía como fin último la restauración de las fronteras europeas anteriores a 1789 –es decir, antes de la Revolución Francesa y la expansión del imperio napoleónico– y la restauración del absolutismo. El Congreso de Viena de 1814 determinaría el funcionamiento de las Relaciones Internacionales durante décadas.

En el periodo de tiempo que transcurre desde el Congreso de Viena hasta la revolución de 1848, la sociedad europea ya no era la misma, había cambiado, sobre todo a partir de 1830. El año señalado significó una innovación política e ideológica radical: la aparición de la clase trabajadora como fuerza política independiente en Inglaterra y Francia, y la de los movimientos nacionalistas en muchos países europeos. Detrás de estos grandes cambios en política hubo otros en el desarrollo económico y social (industrialización, urbanización, migraciones, artes, ideologías)[3].

Ahora bien, una serie de factores se materializaron en Francia y dieron inicio a lo que la historia conoce como la revolución de 1848. En primer lugar, hubo factores económicos: continuas crisis económicas que disminuyeron fuertemente el poder adquisitivo de las familias, al mismo tiempo que una crisis agrícola repercutió sobre la economía en general y prácticamente eliminó la cosecha de la patata, elemento vital en el régimen alimenticio de las familias europeas. El hecho de que se tuviese que comprar alimento en el extranjero condujo inexorablemente el agotamiento de las arcas fiscales de distintos Estados, lo que a su vez produjo el cierre de fábricas, trabajos, construcciones, el aumento la miseria y claramente, el desempleo[4]; el malestar intestino era evidente. A estas interpretaciones conviene complementar lo que otros historiadores como Jaques Droz[5] interpelan como una cuestión no solamente económica sino también política e ideológica, de un descontento político generalizado, dada la falta de representatividad, que erosionó la autoridad del Estado. Droz afirma consecuentemente que “la crisis despertó todos los agravios, intensificó y sincronizó los descontentos”[6].



Entonces, ¿Qué representaron finalmente estos movimientos revolucionarios del año 1848? Gazmuri realiza una interesante revisión histórica[7] en donde una de las principales características es el resurgimiento de los ideales político-sociales de la Revolución Francesa, es decir, el liberalismo político, el deseo de establecer constituciones que garantizaran los derechos y libertades individuales, la libertad económica y la protección de la propiedad privada, también el deseo de libertad de prensa, de culto, la eliminación de los últimos vestigios del feudalismo, del monarquismo, etc. Al mismo tiempo, estos lineamientos ideológicos se mezclaron con ideas que nacieron en la primera mitad del siglo XIX: el socialismo utópico, el catolicismo social, el populismo romántico, etc. En efecto, ya existía en Francia, incluso antes de la revolución de 1830[8], una tendencia a la implantación de una doctrina pro republicana, populista, democratizante y que reivindicaban los ideales ilustrados de la Revolución de 1789, forjándose incluso un vocablo en donde las palabras como pueblo, fraternidad, igualdad o república, cobraron gran resonancia en el país galo.

De esta manera, todo este aparato intelectual que comenzó a pensar y trabajar, sumado al descontento social dado la crisis agraria, política y financiera, hizo que esta tendencia, obra y trabajo de un pequeño círculo intelectual, se extendiera progresivamente a la clase media y los demás sectores populares, con el común deseo, claro está, de alcanzar la democracia política y el mejoramiento socio-económico del país[9]. Y fue a través de las reflexiones respecto a las desigualdades y la explotación a los trabajadores de socialistas como Cabet, Leroux, Blanc; comunistas como Marx o Engels, o anarquistas como Bakunin, que en el año 1848 una sucesión de manifestaciones, con el beneplácito de las fuerzas armadas, provocaron la abdicación de Luis Felipe Borbón, en medio de las barricadas parisinas; se iniciaba así la efímera II República francesa.  

Estas fueron los principales lineamientos que provocaron los movimientos revolucionarios europeos de 1848. Ahora surge la obvia pregunta, ¿Qué relación tuvieron estos acontecimientos con la realidad político-social chilena del año 1851?

Como señala Edward Blumenthal[10], dos jóvenes chilenos, portadores de estas nuevas ideas europeas, participes de los levantamientos de París de 1848 y conocedores –por su base intelectual, ilustrada y monetaria– de las ideas de la Revolución de 1798, nos referimos a Francisco Bilbao y Santiago Arcos Arlegui, son los primeros en difundir en la capital de nuestro país, públicamente, masivamente, los principios liberales de la igualdad y la libertad, y fundan, además, en febrero de 1850 la popularmente conocida Sociedad de la Igualdad[11]. El objetivo de esta reconocida institución era difundir los valores democráticos y educar a las clases bajas para fomentar su participación en la vida política, en el sentido de mejorar la situación de los pobres, es decir, principios muy similares a los de la Revolución de 1848. Esta institución, en la que militaron importantísimas personalidades de nuestra historia como Eusebio Lillo, Ramón Carnicer, José Victorino Lastarria, Benjamín Vicuña Mackenna o José Miguel Carrera Fontecilla, también aglutinaba personalidades del mundo artesano y manual. Según Gazmuri, esta anomalía dentro del espectro político de la nación significó “un relativo quiebre del monopolio de la vida política activa por parte de la oligarquía”, lo que claramente despertó la inseguridad del bando conservador[12].

Recordemos que la sociedad chilena de aquellos años era hija de la Constitución de 1833 y de la enérgica aplicación de un gobierno fuerte y centralizado que, pese a no ser dictatorial –pues se apoyaba en una constitución y la ley– dejaba interpretar su estilo autoritario[13] con el fin de asegurar el tan ansiado orden.

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Ahora bien, otros autores como Luis Vitale nos narran otra interpretación del origen de la Guerra Civil de 1851 en Chile. Básicamente, la guerra fue la precipitación del descontento de las provincias contra la capital[14]. En efecto, América Latina en general ha estado históricamente marcada por conflictos entre el poder central y el poder regional, entre unitarios y federalistas, entre centralistas y regionalistas. Chile no ha sido ajeno a esta situación, y tres guerras civiles durante el siglo XIX (1829, 1851, 1859) han dejado impresa la cuestión presentada: los intereses de las provincias contra los intereses de la capital.

Frank Safford[15] nos señala que los argumentos centralistas sostenían que el dominio de la corona española, al mantener a la gente en la ignorancia y al no haberle permitido adquirir experiencia política, no le había preparado para adoptar un tipo de gobierno democrático y republicano tan extremo: La gente no tenía virtud cívica; no había suficientes hombres competentes para todos los cargos provinciales; la multiplicación de puestos era impagable para las nuevas repúblicas. Además, estaba el riesgo de la temida anarquía, que tantos estragos causaría en naciones como Argentina o Perú. Los centralistas decían sacrificar un poco de libertad para poder tener orden.

En Chile, esta lucha tuvo un importante punto de inflexión. Pese a que las provincias, presas de la miseria y el descontento, logran provocar la abdicación de O´Higgins en 1823, todo proyecto de aplicar alguna constitución de tipo federalista –contraria a aquella constitución unitaria y centralista de 1822– fracasó en la Guerra Civil de 1829, guerra financiada por los terratenientes, el clero y los burgueses comerciantes contra los intereses provinciales de los pipiolos. En definitiva, los conservadores logran la victoria en la desviva batalla de Lircay (17 de abril de 1830), iniciándose el periodo de consolidación de la burguesía y del Estado centralista en detrimento de las provincias y el movimiento liberal.
De esta manera, Vitale afirma que la Guerra Civil de 1851 “fue la expresión violenta de las contradicciones que se habían generado entre el centralismo de la capital y la burguesía provinciana”[16]. Recordemos que Concepción era un importante centro de producción agrícola, en especial de trigo, el cual recuperó –tras los eventos emancipatorios– el histórico mercado que tenía con Perú, además de beneficiarse de la apertura de nuevos mercados dada la “fiebre del oro” y la inmigración en California (1848) y Australia (1851). Al mismo tiempo, se desarrollaba allí una productiva economía ligada a la molinería y la comercialización internacional de harina[17]. Por su parte, la zona del Norte Chico (poco afectada por las inclemencias de las guerras emancipatorias) se caracterizó por proporcionar a Santiago gran parte de las entradas fiscales provenientes de la explotación de minerales, base de la riqueza del país[18]. Recordemos que, hacia 1832, el cateador Juan Godoy descubrió el mineral de plata de Chañarcillo[19]. La riqueza de Chañarcillo, como afirma Fernando Oyarzun[20] “permitió edificar palacetes en Santiago y Valparaíso, potenciar el comercio y modernizar la agricultura de Chile”. Poco quedó en Copiapó y desde luego, mucho menos en Chañarcillo. Esta contradicción dentro del país fue claramente expresada por un periódico del Norte Chico, El Curicano: “Los provincianos somos hijos desheredados de la patria; contribuimos con nuestros elementos, con todas nuestras fuerzas a su engrandecimiento, sin que se responda nuestro sacrificio. La capital absorbe todas las rentas, recibe todas las mejoras, concentra todas las ventajas, mientras que las provincias abandonadas a mezquinos recursos vegetan en la miseria i el atraso”[21].

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Cuando el período presidencial del general Manuel Bulnes llegaban a su fin, existía la opinión generalizada de que el seguro próximo presidente del país sería –con el beneplácito del general Bulnes– el conservador y centralista Manuel Montt, lo que alertó enormemente a los liberales (para los miembros de la Sociedad de la Igualdad, Montt representaba todo aquello que despreciaban) y también a los provinciales (quienes venía en Montt la clara representación de los intereses de la capital). En noviembre de 1850 se produjo un motín en San Felipe, instigado por la Sociedad de la Igualdad, que el gobierno controló sin mayor dificultad[22]. Pero al iniciarse el año siguiente, con la intención de frenar a Montt, una asamblea de vecinos de Concepción proclamó como candidato al general José María de la Cruz, quien también fue apoyado por los opositores de Montt en Santiago[23]. Ahora bien, Cruz no era liberal ni mucho menos, era más bien un pelucón más, pero de provincia, por ello, el hecho de que se halla triunfado la candidatura de Montt, en medio de un clima electoral en donde el fraude era algo común, hizo que la candidatura de Montt fuese interpretada por Cruz como un fraude y, por Concepción, como “la pérdida de una indisputada hegemonía familiar representada por los presidentes Prieto y Bulnes”[24] En definitiva, nuevamente, era el triunfo de la capital por sobre las provincias. Chile estaba ad portas de una nueva y sangrienta guerra civil.




[1] Cristián Gazmuri, “El 48 chileno”, editorial universitaria, Santiago, 1999, p. 37.
[2] Luis Vitale, “Historia Social comparada de los pueblos de América Latina”, Tomo II.
[3] Eric Hobsbawn, “La era de las revoluciones”, editorial Crítica, Buenos Aires, 2009, p. 118
[4] Ángeles Lario, “Historia contemporáneo universal, del surgimiento del Estado contemporáneo a la Primera Guerra Mundial”, editorial Alianza, Madrid, 2014, p. 210.
[5] Jaques Droz, “Europa: restauración y revolución 1815-1818, editorial Siglo XXI, Barcelona, 1985, p. 269.
[6] Jaques Droz, “Europa: restauración y revolución 1815-1818, editorial Siglo XXI, Barcelona, 1985, p. 272.
[7] Cristián Gazmuri, “El 48 chileno”, editorial universitaria, Santiago, 1999, p. 37.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Edward Blumenthal, “Milicias y ciudadanía de residencia: la revolución chilena de 1851 en perspectiva transnacional”, Universidad de París, 2015, p. 92.
[11] Sergio Villalobos, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estellé, “Historia de Chile”, editorial Universitaria, Santiago, 2013, p. 547.
[12] Cristián Gazmuri, “El 48 chileno”, editorial universitaria, Santiago, 1999, p. 80.
[13] Patricia Arancibia Clavel (Editora), “El ejército de los chilenos”, editorial Biblioteca Americana, Santiago, 2007, p. 159.
[14] Luis Vitale, “Historia Social comparada de los pueblos de América Latina”, Tomo II.
[15] Frank Safford, “Política, ideología y sociedad. En L. Bethell, Historia de América Latina”, Editorial Crítica, Barcelona, pp. 42-104.
[16] Luis Vitale, “Historia Social comparada de los pueblos de América Latina”, Tomo II.
[17] Luis Riveros y Rodrigo Ferraro, “La historia económica del siglo XIX a la luz de la evolución de los precios”, Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile, Santiago, 1985, p. 59.
[18] Idem.
[19] Javier Gandarillas, “Influencia de Chañarcillo en nuestro desenvolvimiento económico”, Soc. Imp. y Lito. Universo Ahumada Santiago, 1932, p. 3.
[20] Fernando Oyarzun, “Sitios y pueblos mineros de Chile: patrimonio histórico, científico y turístico”, Ciencia y Sociedad, 2008, p. 7.
[21] Idem.
[22] Patricia Arancibia Clavel (Editora), “El ejército de los chilenos”, editorial Biblioteca Americana, Santiago, 2007, p. 159
[23] Sergio Villalobos, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estellé, “Historia de Chile”, editorial Universitaria, Santiago, 2013, p. 548.
[24] Idem.

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