Toma de la Habana (1762), el punto de inflexión de la política político-militar de los borbones en América
Introducción
La promulgación
de distintos reglamentos militares fueron una medida del rey Carlos III para
poner atajo a las amenazas de distintas potencias extranjeras a propósito del
éxito inglés en la toma de la ciudad caribeña de La Habana durante la Guerra de los Siete Años. Sin embargo, el
reto de proteger las colonias presentó a España nuevas e inconmensurables
dificultades. Inglaterra contaba ya con una potente base
industrial y una dinámica presencia colonial en América del Norte, dotándola
del poder de lanzar grandes flotas y ejércitos a la guerra. Esta “nueva”
realidad, obligó a los Borbones a reevaluar y modernizar su sistema de defensa
terrestre en América, ampliando el complejo dispositivo de defensa de las
plazas fuertes, así como la organización y el número de militares en las guarniciones fijas. Carlos III, luego de la pérdida de La Habana (1762), optó por armar sistemáticamente a los colonos en el marco de un cuerpo de milicias,
al mismo que tiempo en que reforzaba a las fuerzas veteranas. La drástica
expansión de las fuerzas armadas coloniales constituyó una característica
fundamental del Imperio en el XVIII, y el complejo militar surgido de estas reformas, llegó a ser
una institución central dentro de la estructura colonial, a la vez que el mayor
consumidor de los fondos del Real Erario. Todo esto tendría consecuencias para
el futuro de América.
Cuando las amenazas externas en las posesiones de ultramar del Imperio español consistían en ataques de piratas y corsarios, poco numerosos por lo demás, fue posible defender de manera "económica" las colonias a través de un
sistema de plazas fuertes, guarnecidas con pequeñas unidades regulares de
infantería y artillería. Los esencial para España era la defensa de las
rutas comerciales, lo que determinó las defensas del Caribe y del Golfo de
México. La construcción y mantenimiento de fuertes en puntos clave como La
Habana o Cartagena, era costoso, pero el dinero que se gastaba en personal no era muy oneroso. Por su
parte, el enemigo, falto de alimentos y expuestos a enfermedades, se mantenía
poco tiempo en suelo español (sobre todo en las zonas caribeñas), por lo que, podían dar los enemigos de España golpes duros, pero no
constituían pérdidas territoriales. Ejemplo de esto son los saqueos del Barón
de Pointis en Cartagena, y de Henry Morgan en Panamá.
A partir
de 1719, la nueva dinastía de los borbones empezó a sustituir las pequeñas unidades con
batallones fijos en las plazas fuertes. El primero fue el batallón de
Infantería de La Habana, formada por siete compañías de 100 hombres, bajo el
mando de una plana mayor, encabezada por uno de los capitanes de la compañía.
Se aumentó el número de oficiales y de sargentos, además de transformar
unidades de fusileros en granaderos, y agregar compañías de artillería y
caballería. Esto representó una modernización del sistema de mando y una
centralización de las operaciones.
Además
de estos cuerpos fijos, España contaba con batallones de refuerzo en
la península (allá era más económico mantenerlos), los cuales, a la primera
señal de peligro en ultramar, se enviaban a las plazas vulnerables. La desventaja de este
sistema era el gran número de bajas por enfermedad, el tiempo de adaptación
ambiental, y las deserciones durante el traslado. Tampoco se garantizaba que
llegaran a tiempo.
Esta
estrategia era lógica y práctica. Dado que los ingleses controlaban el mar,
podían elegir el punto de desembarco, además de contar con la superioridad
numérica, pues, España debía dividir sus efectivos en las distintas plazas construidas. La
ventaja hispana eran las macizas fortificaciones que hacían posible una
resistencia prolongada aún con poco número de efectivos, y las enfermedades que atacaban a
los foráneos, siendo muy devastador, en estos casos, la famosa fiebre amarilla.
El punto de inflexión;
la derrota española en La Habana (1762)
La
derrota española en La Habana (1762), durante la Guerra de los Siete Años
(1756-1763) puso fin al sistema defensivo conservador de los primeros borbones,
marcando el inicio reformista de Carlos III. Los ingleses en esta batalla, a
pesar de que llegaron tropas peninsulares (lo aumentando la guarnición de La Habana a 2.200
hombres), contaban con una superioridad de seis a uno, y pese que el asedio duró
más de dos meses, hallaron la forma de retrasar las enfermedades.
1) Defensa de La Habana; al fondo, el Castillo del
Morro; 2) La flota británica
entrando en La Habana, 21 de Agosto 1762; 3) Captura del Castillo del Morro; 4) La flota española capturada. |
España logró recuperar La Habana a cambio de Florida en el Tratado de París en
1763, pero Carlos III, consciente de las debilidades expuestas del sistema, ya estaba convencido de emprender una ambiciosa reforma
militar. La nueva estrategia debía armar eficazmente a los vasallos
americanos, que por primera vez compartirían con los soldados españoles la importante responsabilidad de defender el espacio colonial (rememorando aquella jornada,
en 1734, en que la Corona levantó "milicias disciplinadas" en
Castilla para que apoyasen a las tropas veteranos durante la Guerra de
Sucesión polaca). Un factor relevante en la pérdida de La Habana fue el corto
número de tropa regular. Para esto fueron contratados expertos en el tema, como
el mariscal Alejandro O'Reilly (inspector General de tropa) los cuales se
dedicaron a entrenar a las nuevas milicias para que actuaran de un modo
disciplinado cuando fueran requeridas, siendo Cuba el primer lugar en donde se
llevó a cabo este nuevo sistema, desde allí, se expandiría por todo el
continente hispano:
Por ello se extendió a todo el continente, salvo a Nueva España y al Río de la Plata, sirviendo como patrón en la elaboración de los distintos reglamentos territoriales, los cuales prácticamente serían casi una copia literal del cubano, salvo las pertinentes modificaciones imprescindibles para su adaptación a las condiciones del lugar. (Ibañez & Orellana, 2012, p. 149.)
La
esperanza era que las filas de las milicias se habrían de completar con
voluntarios, pero en caso de necesidad, la selección se realizó mediante una
lotería. Los tenientes veteranos mantenían relaciones de los hombres útiles
para las armas entre 15 y 45 años. Los miembros de algunas ocupaciones estaban
exentos de alistamiento, como abogados, escribanos, médicos, sacristanes,
maestros de escuela, etc. En Cuba y en América en general, no hubo falta de
aspirantes al honor del uniforme y sus privilegios, especialmente entre los
terratenientes que abrigaban pretensiones de nobleza.
.
El riesgo de
estas nuevas reformas
Aunque
el sistema de milicias introducido en Cuba prometía remediar la escasez de
efectivos en las fuerzas terrestres de la colonia, también entrañaba enormes
riesgos políticos para la Corona y su soberanía. Armar a la población criolla
era transferirle, junto con conocimiento militar, un elemento fundamental de
poder político. Se esperaba que los cuerpos fijos, dominados por españoles,
sirviesen de freno ante el peligro que podía suscitar diferencias políticas
entre Madrid y sus vasallos. El nuevo sistema militar implicó un cambio
fundamental en la realidad política del Imperio.
El resultado de
estas nuevas reformas
Con el
tiempo, la calidad de las milicias varió enormemente. Mientras unas no llegaron
a tener más que presencia nominal, otros contribuyeron de manera clave en la
defensa de sus localidades. El entusiasmo de los milicianos con su servicio de
armas iba ligado a la cercanía del peligro y a los beneficios. De esa manera,
una localidad interior tenía menos entusiasmo que una localidad costera, y este
último menos entusiasmo que una localidad que recibiera el Situado. La Habana
recibía un Situado mexicano, lo que le valió que sus hombres estuvieran mejor
preparados y animados que los demás. Sin embargo, los mexicanos del interior
aborrecían el servicio, pues lo veían como una imposición inútil. El
virreinato peruano, el menos expuesto a invasión, llego a tener en pie una
milicia de 100.000 hombres, pero apenas dos o tres regimientos eran
medianamente disciplinados. En Buenos Aires, la población rural era difícil de
enganchar, y la élite comercial urbana tenía poco interés por el
servicio. Por lo general, fueron las fuerzas del Caribe, dado el carácter
estratégico de la región, las de mayor calidad (Santo Domingo, Cartagena, La
Habana, etc).
1) Infantería y caballería de milicias disciplinadas en Puerto rico; 2) Infantería y caballería de milicias disciplinadas en el reino de Chile. |
Costos de estas
nuevas reformas
Los
gastos que originaba el mantenimiento de un ejército en América era inmenso. En
la década de 1760, un batallón fijo necesitaba más de cien mil pesos anuales en sueldos.
España nunca podría sostener de modo permanente una defensa adecuada para todo
el imperio, realidad que no dejo de constatar José de Gálvez, uno de los
principales creadores del sistema defensivo de Carlos III. Por ende, Ricla y
O´Reilly, al implantar el nuevo sistema militar en Cuba, establecieron también
una reforma fiscal administrativa, la que consistía en el aumento sistemático de los
impuestos, la concesión de monopolios, y la creación de intendencias encargadas de
aplicarlos. Estas medidas se extendieron a otras colonias. Al mismo tiempo, la
Corona financió distintas Academias de artillería, caballería, además de academias Matemáticas para los ingenieros.
Francisco
de Craywinckel sostenía que la diferencia decisiva entre España y Gran Bretaña,
radicaba en la fiscalidad. Durante la guerra, Inglaterra recaudó 108 millones
de pesos; España 20 aproximadamente, por lo que Inglaterra podía movilizar 372
navíos, mientras que España solo podía oponérsele con 84. Craywinckel estimaba
que los ingresos de Estado procedían mayormente de impuestos sobre el comercio
y sostenía que, mientras Inglaterra comerciaba en todo el mundo, “España tiene
su comercio interior en una situación muy lánguida, no hace otro comercio
exterior ni más navegación que con sus propias colonias…”. El atraso en el
comercio determinaba la “pobreza del vasallo”, de la que seguía “la del
Soberano y el descaecimiento de su poder”.
Esquilache
confió al fiscal de Hacienda Francisco de Carrasco el encargo de desarrollar un
plan para mejorar el funcionamiento de la hacienda. Él destacaba el poco
provecho que la Corona obtenía de sus posesiones en las Indias. De un cálculo
de una recolección de 4 millones de pesos, solo pasaban a la Real Hacienda unos
840.000, el resto se repartía en funcionarios corruptos y defraudadores.
Carrasco consideraba que era en México donde los intereses del rey resultaban
más perjudicados, por lo que allí debían comenzar. Carlos III inició sus
acciones con una Visita General encomendad a José de Gálvez.
Por su
parte, las plazas fuertes costeñas se financiaban con los Situados provenientes
de las zonas ricas. Así, por ejemplo, México sostenía La Habana; Quito y Santa
Fe a Cartagena; Lima a Panamá y Valdivia; Potosí a Buenos Aires; y Caracas a
Maracaibo, Cumaná y Guayana. Estos situados eran millonarios, y no pocas veces
constituyeron fuente de resentimiento y protesta de parte de los
contribuyentes.
Un gasto
adicional, aunque indirecto, lo constituía el impacto de los privilegios
militares sobre la sociedad. Entre ellos el fuero militar, que exoneraba a
la tropa del pago de ciertas licencias locales. El fuero era un privilegio
judicial, por lo que el soldado tenía derecho de comparecer ante la
jurisdicción militar. La existencia de este fuero militar tuvo
consecuencias muy amplias. Este privilegio convirtió al cuerpo castrense
en una clase aparte, prácticamente autónoma, pues no debía dar cuenta de sus
actos ante ninguna institución
La nueva
constitución de las fuerzas armadas
Con las
reformas de Carlos III, el cuerpo de oficiales fue ocupado casi en su totalidad
por gente de origen noble (80%) a finales de siglo, constituyendo la
oficialidad militar en algo de prestigio social, sin embargo, con el tiempo, la
supremacía de la oficialidad española en el ejército veterano fue
debilitándose. A partir de 1780 el número de oficiales americanos creció
rápidamente, y a inicios del XIX, los criollos llegaron a ocupar el 60% del total
de dichos puestos. Por otra parte, el remplazo de los batallones del ejército
de refuerzo mediante el aumento de las guarniciones fijas (1786), y la
interrupción del envío de fuerzas durante la Revolución francesa y el Imperio
Napoleónico, hicieron que el porcentaje de americanos en el ejército aumentara,
llegando a constituir el 90% de los efectivos a inicios del siglo XIX.
Conclusiones
El
sistema de defensa americano implantado hasta antes del gobierno de Carlos III
funcionó Sus ventajas eran obvias; la política basada en pequeñas guarniciones veteranas
era económica y funcional. Las desventajas consistían en la posibilidad de que
los refuerzos europeos no llegaran a tiempo o de forma insuficiente. Por otra
parte, sin duda, la reforma militar iniciada por Carlos III tras la toma de La
Habana, consiguió sus objetivos inmediatos de defensa. Salvo la pérdida de la
Isla Trinidad por los ingleses, el imperio se mantuvo intacto hasta el final de
la Colonia. Puerto Rico rechazó una invasión inglesa en 1797, y lo mismo Buenos
Aires en 1806. Además, las fuerzas armadas españolas pasaron a la ofensiva en
Florida, expulsando a los ingleses del Golfo de México en 1781.
Por otro
lado, no hay duda que España pagó un gran precio por estos éxitos. El gasto
público para la defensa aumentó estrepitosamente, pasando de 2.180.000 en las
primeras décadas del siglo, a 18.250.000 en la última. Buena parte de la plata
que se podía enviar a España se quedó en América para la defensa, lo que privó
Madrid de percibir muchos frutos del colonialismo, dejando importantes riquezas
para la constitución de las riquezas locales. En definitiva, a comienzos del XIX,
el control del financiamiento de todo el aparato defensivo estaba en manos de
las élites locales. Esto sería una de las causas de la formación de
un capital financiero propiamente americano.
Este último hecho –la formación de un capital
financiero propiamente americano– sumado al poder que alcanzó la aristocracia
militar, constituye sin duda un antecedente importantísimo de lo que sería, pocos años
más tarde, la resistencia y ofensiva militar llevada a cabo en la
Independencia de Hispanoamérica por distintas regiones. No por nada la incapacidad de la Corona para
controlar la composición del cuerpo de oficiales, hizo que España se encontrara, al iniciarse el siglo XIX, con un ejército colonial dominado por los criollos y
financiado por ellos mismos. A partir de ese momento, la opción de permanecer
como vasallos de la Corona o de emprender la ruta de la independencia estaba
en sus propias manos.
Bibliografía
·Delgado, J., & Fontana, J. (1999).
La política colonial española: 1700-1808. En J. Hidalgo, & E. Tandeter, Historia
general de América Latina (págs. 17-32). España: Trotta : Ediciones
UNESCO.
·Ibañez, I., & Orellana, A. (2012). Chiloé:
cuerpos armados, reforma e Independencia (1780-1813). En Departamento de
Historia Militar del Ejército, Cuaderno de Historia Militar N°8 (págs.
143-165). Santiago: Talleres del Instituto Geográfico Militar.
·Kuethe, A. (1999). Conflicto
internacional, orden colonial y militarización. En A. Castillero, & A.
Kuethe, Historia general de América Latina, Tomo 2 (Vol. III, págs.
325-348). España: Trotta : Ediciones UNESCO.
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