El primer ejército "profesional y pagado" de América: los Tercios de Arauco; las fuerzas armadas del Reino de Chile

A propósito del legado de España en la historia militar de Chile, el siguiente artículo tiene como finalidad aproximar a los lectores –de forma introductoria– a la historia militar del Imperio Español en el Nuevo Mundo, esto, a través del estudio de la historia del Ejército de Arauco, primer ejército permanente, pagado y profesional que el Imperio Español financió en América. A través del uso de distintas fuentes, se revisarán los antecedentes de las fuerzas militares españolas en el continente, las causas coyunturales que llevaron al imperio a financiar un ejército en Chile –reino sumamente poco productivo para la Corona, a miles de kilómetros de distancia, en momentos en que la Guerra de los Ochenta Años en Europa demandaba ingentes sumas de dinero–, y, finalmente, una síntesis a propósito del legado del Ejército Real de Chile.




Antecedentes
Los principales actores que llevaron a cabo la conquista de América fueron los llamados "hidalgos", gentes de vida modesta que, en busca de aquel ideal romántico de la fama y la riqueza, emprendieron la más peligrosa de las aventuras. Bajo el mando de un caudillo, con el permiso Real para expedicionar en nombre de la Corona, la hueste indiana constituyó un organismo privado, representación del carácter señorial (feudal) de la empresa de conquista, y completamente contrario a la realidad militar de las distintas monarquías europeas, que desarrollaban sus guerras a través de ejércitos pagados, permanentes y estatales, es decir, Ejércitos Nacionales.

La Corona, con el fin de incorporar los nuevos territorios del Nuevo Mundo, emitió numerosas capitulaciones (convenios jurídicos que comprometían a las partes) a lo largo del siglo XVI. A través de este contrato, se investía a un súbdito de la corona con poderes civiles o militares, con títulos como adelantado, gobernador, capitán general, etcétera, con el fin de ejercer los designios de la Corona y solventar sus deseos de prestigio y riqueza.

Apenas conquistado el territorio, los improvisados guerreros de las distintas huestes se fueron transformando en propietarios agrícolas y habitantes de los poblados que ellos mismos habían fundado. En Chile, a diferencia de Perú o México, no existían aquellas ingentes cantidades de metales preciosos que tanto podían trastornar las mentes de muchos conquistadores, ¡y cómo no! En efecto, desde la primera expedición de don Diego de Almagro a su gobernación jurídica (Nueva Toledo) evidenció que aquel territorio del sur (Chile) constituía una excepción de la conquista y una gran decepción para las aspiraciones de Almagro: Chile era una tierra sin riquezas minerales ingentes y con naturales sumamente violentos y belicosos. Como afirma don Barros Arana, después del regreso de Almagro al Perú, Chile era el país más desacreditado de la Indias. Se le creía la región más pobre y miserable del nuevo mundo, tierra maldita, sin oro, fría y poblada de salvajes.

Sin embargo, aquello no le importó a un hombre de gran visión y ambición, de espíritu aventurero y emprendedor, don Pedro de Valdivia, quien en el momento en que regreso Almagro, era uno de los encomenderos (persona a cargo de indígenas) más acomodados del reino. Valdivia tuvo como primer objetivo no explorar, sino fundar, asentarse y proyectar su territorio y la grandeza de del Imperio Español. La población nativa fue sometida por la hueste indiana con relativa facilidad (a excepción de aquella jornada del 11 de septiembre de 1541, en que Santiago fue casi destruida Michimalonco), pero al llegar más al sur, los araucanos opusieron tenaz resistencia. De ahí que Mario Góngora señale que “la imagen fundamental y primera que de Chile se tiene es que constituye, dentro del Imperio Español en las Indias, una frontera de guerra, una tierra de guerra”.

Las obligaciones de la guerra en el siglo XVI recaían sobre los encomenderos, gente propietaria de la tierra y de indígenas. Durante el gobierno de la Real Audiencia, el régimen de mantención de la guerra se hizo mixto (encomenderos, habitantes, Real Audiencia). Sin embargo, la débil densidad de población, y la dispersión de las distintas ciudades fundadas en el reino (La Serena, Santiago, Concepción, La Imperial, Valdivia, Villarrica, Osorno, Angol, Arauco) impedía que la participación de los pobladores del reino fuera decisiva en la marcha de la guerra. Las obligaciones militares se eludían por todos los medios posibles, incluso tomando órdenes religiosas, o el pago que los eximiera. En efecto, durante el gobierno de Martín Oñez de Loyola, los encomenderos lograron conseguir que el rey les permitiera eludir legalmente sus obligaciones en la guerra (1597), cuestión que fue decisiva para el curso de la guerra. 

Álvaro Jara habla sobre la “Transformación social del conquistador”, los cuales llegaron a América como Hidalgos para convertirse en señores por el camino de las armas. Al obtener los premios inherentes de la conquista, este conquistador cambia deja de lado lo militar para dedicarse a lo económico, la reproducción de sus riquezas a través de sus encomiendas.

Hacia fines del siglo XVI la situación del reino de Chile era crítica. Como señala don Diego Barros Arana, Chile no contaba con tropas suficientes para resistir incluso a la poco concertada organización de las distintas tribus del territorio, no había disciplina militar por parte de los “soldados” ni moral para seguir yendo cada año a luchar al sur, abandonado a la relativa tranquilidad de Santiago. Los vecinos encomenderos decían estar en quiebra, y pedían que se les eximiese de sus obligaciones militares. También, por decisión del virrey, se prohíbe que los gobernadores de Chile pidan derramas. El gobernador don Martín Oñez de Loyola organiza una junta con los militares más experimentados para preguntar sobre la situación y escribir con fundamento al virrey. Las opiniones de la mayoría eran unánimes: las tropas no eran suficientes.

El frágil equilibrio de fuerzas –como le denomina Patricia Arancibia Clavel– presente entre los araucanos y los hispanos se rompió al fin en el año 1598. Hallábase Martín Oñez de Loyola en La Imperial desde diciembre, cuando es sorprendido por una alarmante noticia. El capitán Hernando Vallejo, corregidor de Angol, le comunicaba por medio de un indio que los "bárbaros" de Purén había recomenzado sus correrías hasta las cercanías de aquella ciudad y que habían matado a dos españoles. Sin pérdida de tiempo, el gobernador sale en su auxilio.

Al segundo día de marcha, llegan a un lugar llamado Curalaba, a orillas del río Lumaco, y evidenciando el relajo institucional de la guerra en Chile, acampó sin cuidado cerca de una loma, sin tomar ni siquiera alguna medida de vigilancia en caso de algún ataque, ¡hasta a los caballos dejaron sueltos por allí! El caudillo araucano Pelantaro, junto
Las ciudades de
Chile antes
del gran
levantamiento
indígena
de 1598 
a cuatrocientos o seiscientos hombres, previsto de los movimientos del Gobernador, organizó un ataque con toda resolución. La noche le favoreció, la luna no se asomaba, y la marcha silenciosa les protegía, reinaba en el campamento el más completo descuido; el son de sus trompetas araucanas provocó la más indescriptible confusión; desde la tragedia de Tucapel en 1553 los españoles no habían sufrido un desastre más completo que este. En Curalaba sucumbieron cuarenta y cinco hombres; soldados, frailes, letrados; indios auxiliares, y el gobernador. Sobrevivieron algunos indios y un español; era el inicio de la gran rebelión indígena de 1598, que acabaría con todo el avance español al sur del Biobío, es decir, con las siete ciudades españolas en territorio araucano, y marcaría el fin al período histórico de la Conquista en Chile.


La creación de Ejército Real de Chile
Ya en agosto de 1599 se sabía en Madrid de la gran sublevación indígena, de la muerte del gobernador Martín Óñez de Loyola, y de la amenaza que corría la empresa de Pedro de Valdivia.

En diciembre de 1599, el rey Felipe III designó a don Alonso de Ribera como Gobernador de Chile. Ribera fue un soldado con amplia experiencia militar, curtido en más de veinte años de conflicto en la región de Flandes. Alonso de Ribera y Zambrano, vástago de una familia de modesta fortuna, pero de buena alcurnia, nace por los años 1560 en Andalucía. Apenas con veinte años, participa y se destaca en numerosas batallas por Europa. En 1597 Ribera fue elevado al rango de sargento mayor, esto es, comandante en jefe de los tercios de la infantería española. En 1599, cuando Ribera fue asignado para Gobernador, debía contar con unos cuarenta años de edad. Jamás el rey había enviado a América un soldado que poseyera antecedentes militares más distinguidos y mejor comprobados.

Alonso de Ribera

Por otra parte, por cédula del 21 de marzo de 1600, Felipe III dispuso que el virreinato del Perú auxiliara con dinero al reino de Chile: el
Real Situado, que estableció –al inicio– 82.500 pesos anuales por tres años, base del presupuesto de guerra destinado a crear un cuerpo de tropas, auxiliados por los vecinos de igual forma. La realidad de la guerra hizo que el real situado adquiriera un carácter permanente y a partir de 1606 se incrementó a 293.000 pesos, cantidad que se mantuvo constante durante todo el siglo XVII. Con estas disposiciones, quedaba constituido un ejército estatal, permanente y pagado, a semejanza de los ejércitos nacionales de Europa. Las huestes y los encomenderos cedían el paso a los futuros Tercios de Arauco.

Al llegar a Chile, Alonso de Ribera escribió al rey respecto a la decepción que tuvo en relación a la milicia del reino, catalogando su forma de luchar como bárbara, sin estrategia, apenas con el uso de la infantería, con el vicio de la caballería, sin disciplina, sin centinelas hábiles, sin estandartes, trompetas, ni oficiales. De hecho, cuando salían a campaña, no salían juntos desde Santiago, sino que se juntaban en el Maule, por lo que eran enteramente vulnerables. Por lo demás, ningún soldado quería ser un soldado común y corriente, todos querían ser capitanes; sin ir más lejos, cuando Ribera llegó, un cuarto de la tropa era capitán.

La transformación del ejército fue paulatina. Se inició desde el primer gobierno de Alonso de Ribera, para terminar en el segundo gobierno de Alonso García Ramón. Fue la primera innovación desde los tiempos de Valdivia, sesenta años atrás. El ejército se mantuvo intacto todo ese tiempo, mientras el indígena se modernizaba y equiparaba a los españoles.

Con el fin de reparar la disciplina, Ribera ordeno que cada día y noche se recogiesen los caballos y las vacas que se alejaran. Los guardias y centinelas debían usar santo y seña. En Europa predominaba la infantería. Los tercios españoles fueron la vanguardia, la elite armamentista hasta la batalla de Racroy en 1643, acontecimiento que representó el fin de la preponderancia militar española en Europa. El tercio era imbatible; sus largas lanzas inhibían a la caballería, sumado a sus armas de fuego, inhibían también a la infantería. En efecto, Ribera transformó gran parte de la caballería en infantería, al mismo tiempo que se disciplinó a la infantería con las armas de fuego.

También el gobernador le otorgó gran importancia al tema de logística y el abastecimiento del ejército, pues era muy habitual que, al llegar al teatro de operaciones, la comida fuera escasa. Para esto, Ribera reabrió las cementeras de Concepción y de Quillota para la producción de trigo. Además, construyó un gran número de carretas con el fin de transportar el trigo. En Cauquenes y Concepción, levantó una estancia de vacas. En Melipilla creó un obraje para el abastecimiento de ropa y frazadas. En Santiago estableció una tenería para la fabricación de calzado y sillas de montar. El gobernador también creó un molino para disponer de pan, y un hospital para soldados.

Ribera forjó un Ejército de 2.850 plazas con el fin de contener a los indígenas estabilizando una frontera en el rio Biobío, para incursionar después, con columnas independientes, en búsqueda de los guerreros araucanos y persistir en ello hasta anular la amenaza. Bajo la conducción de Ribera se logró aplicar un verdadero plan de guerra. En lugar de diseminar sus fuerzas para penetrar el territorio araucano, las concentró; y lejos de pretender conquistar la región en forma inmediata, estableció una línea de fuertes destinados a servir de puntos articuladores para cumplir paulatinamente su objetivo. El cambio de fisonomía en la guerra cambió el aspecto del país, al cual se le dio un respiro para desarrollarse en un ambiente normal.


Conclusión
La estabilidad de la guerra en el Biobío dio vida a lo que Sergio Villalobos llamó las relaciones fronterizas, es decir, el acercamiento de los bandos en pugna a merced de la curiosidad y las necesidades mutuas, una cuestión que fue más común que la misma guerra. Los araucanos se sentían atraídos por las baratijas hispanas: el hierro, el alcohol, etcétera; el hispano por su parte, dada la poca productividad del suelo propio, y la inestabilidad del pago del Real Situado, se vio en la necesidad muchas veces de servirse de los alimentos y distintas prendas de vestir (como los ponchos) de los araucanos. En efecto, se crearon lazos sociales y comerciales indispensables, y que dieron vida a la Frontera allí en los márgenes del río Biobío.

Por su parte, la Guerra de Arauco dejó una importante imprenta en la sociedad chilena. Desde luego, el aspecto militar fue una cuestión esencial y cotidiana en la administración y en las personas del territorio. En el imaginario colectivo de la gente siempre estuvo presente el conflicto con el araucano. Como afirma Arancibia Clavel, bajo la protección del Ejército se fue consolidando una sociedad acostumbrada a luchar para sobrevivir en medio del aislamiento impuesto por la geografía, por la pobreza material del suelo y por la presencia amenazante de una raza indomable.

Por último, el Tercio de Arauco en sí, pese a ser en teoría una fuerza profesional y pagada, adoleció de un sin fin de contrariedades que mermaron la moral de la tropa. Como se nombró anteriormente, el Real Situado no llegaba todo los años (y aveces pasaban muchos años sin llegar), lo que se traducía en falta de alimentos, de ropa, pólvora y sueldo. Al mismo tiempo esto es tradujo en la corrupción de muchos hombres, los cuales buscaron por todos los medios sobrevivir en el país más belicoso de América (robo de animales, de alimento, secuestro de indígenas, los que eran sometidos a la esclavitud, etc). Pese a lo anterior, el hecho de que la frontera se haya estabilizado en el río Biobío, y no más allá, dio a las demás ciudades al norte tranquilidad y desarrollo, y el Tercio de Arauco se mantuvo allí, aprestó para las siguientes sublevaciones que depararía el resto de la guerra. 


Referencias
  • Barros Arana, D. (1999). Historia General de Chile. Santiago: Editorial Universitaria .
  • Arancibia Clavel, P. (2007). El ejército de los chilenos, 1540-1920. Santiago: Editorial Biblioteca  Americana.
  • Jara, A. (1971). Guerra y sociedad en Chile. Santiago: Editorial Universitaria .
  • Villalobos, S. (1995). Vida fronteriza en la Araucanía. Santiago: Editorial Andrés Bello.

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