Los aliados y la ciudadanía romana
El siguiente artículo en una síntesis del texto
"Los aliados y la ciudadanía romana" del profesor Alejandro Bancalari
Molina, egresado de Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de Concepción (1982), Magíster en Educación en la Universidad de Concepción (1989) y Doctor en Historia de la Universidad de Pisa (1986).
El propósito del artículo es realizar una síntesis de las ideas que estudia el profesor Bancalari respecto a las desiguales relaciones que Roma mantuvo con sus aliados, aliados que en nombre de Roma conquistaron, asesinaron e hicieron grande a la República, pero que, sin embargo, recibían un trato de súbditos, no de iguales. Por ello, la adquisición de la ciudadanía romana –vinculo juridico que igualaría la relación del aliado con el romano– se convirtió en un tema capital, tema que sería permanentemente negado, al mismo tiempo que sus servicios militares eran cada vez más demandados. Esta situación desembocó finalmente en lo que sería la Guerra Social, es decir, la guerra de los socii (los aliados) contra Roma.
El propósito del artículo es realizar una síntesis de las ideas que estudia el profesor Bancalari respecto a las desiguales relaciones que Roma mantuvo con sus aliados, aliados que en nombre de Roma conquistaron, asesinaron e hicieron grande a la República, pero que, sin embargo, recibían un trato de súbditos, no de iguales. Por ello, la adquisición de la ciudadanía romana –vinculo juridico que igualaría la relación del aliado con el romano– se convirtió en un tema capital, tema que sería permanentemente negado, al mismo tiempo que sus servicios militares eran cada vez más demandados. Esta situación desembocó finalmente en lo que sería la Guerra Social, es decir, la guerra de los socii (los aliados) contra Roma.
Antecedentes; las relaciones de Roma con los socii
El triunfo romano sobre la potencia mediterránea de Cartago en la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C), dejó en evidencia la política expansionista e imperialista de Roma. Sin embargo, este imperio de facto, creado paulatinamente a partir del siglo II, no nació únicamente por gracia y virtud de los romanos (los hombres provenientes de las Siete Colinas), sino también –y de una forma igualmente importante– a los socii populi romani o aliados latinos o itálicos, quienes fueron arrastrados a la empresa imperialista romana.
El triunfo romano sobre la potencia mediterránea de Cartago en la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C), dejó en evidencia la política expansionista e imperialista de Roma. Sin embargo, este imperio de facto, creado paulatinamente a partir del siglo II, no nació únicamente por gracia y virtud de los romanos (los hombres provenientes de las Siete Colinas), sino también –y de una forma igualmente importante– a los socii populi romani o aliados latinos o itálicos, quienes fueron arrastrados a la empresa imperialista romana.
Pese a
la casi indiscutida y probada lealtad que demostraron los aliados en la guerra anibálica (y
en las campañas anteriores), comenzó un paulatino deterioramiento de las
relaciones entre Roma y sus aliados producto del sentimiento de inferioridad –en todos los
aspectos– que sentían los aliados respecto a los ciudadanos romanos.
En
efecto, durante las campañas de Roma, los aliados aportaban un mayor número de soldados
(el número de aliados sobrepasaba en proporción 2/1 al número de ciudadanos);
emprendían las acciones más peligrosas; recibían la peor parte del botín; y, además,
permanecían en servicio activo mucho más tiempo que los romanos. Hubo también
permanentes abusos y atropellos por parte de muchos magistrados romanos, los
que, amparados por su poder, actuaban de forma discriminatoria y autoritaria con los aliados.
Otro aspecto a considerar es el masivo éxodo de aliados a Roma en busca de
mejores oportunidades y condiciones de vida, dejando las ciudades sin el contingente
necesario establecido en los foedera. Esta situación hizo que Roma tomara medidas para acabar con este éxodo, lo tensionó aún más las relaciones. Por otra parte, en el año 168 a.c se liberó a los ciudadanos romanos de pagar el tributum, no así a los socii.
En
efecto, nada hacía Roma para no mantener a los aliados en una categoría de
sumisión e inferioridad, lo que demuestra la falta de criterio y la ingratitud romana por la gestión
realizada por los latinos e itálicos en la conformación del imperio. Nace así
la necesidad de los socii por
obtener la civitas romana, único
medio para lograr la igualdad jurídica, política, social y fiscal. Esta crisis se pondría de manifiesto con
mayor fuerza en el periodo de los Graco, cuando hizo su aparición efectivamente el
denominado “Problema Itálico”.
Las medidas para solucionar el "Problema Itálico"
El tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Graco propone en el año 133 a.C una ley agraria
que proponía limitar a 500 yugadas como máximo los latifundios de los romanos, con la posibilidad de aumentar 250 yugadas por hijo, con un máximo de hasta 1000 yugadas, el resto de
la tierra sería distribuida entre los ciudadanos romanos pobres mayoritariamente. En
efecto, esta ley no era favorable para los socii
ya que gran parte de la tierra a reivindicar se encontraba en su posesión,
y como no eran ciudadanos, no podían participar de la repartición
del ager romanus. Escipión Emiliano se
convirtió en protector de los agravios de los aliados, y permitió a los
itálicos conservar posesiones. Sin embargo, fue encontrado más tarde sin vida en
extrañas circunstancias (claramente, perjudicó al pueblo y al senado romano).
Fue
entre estos dos hechos –la reforma de Graco y la muerte de Escipión– en que la
solicitud de ciudadanía adquiere un valor concreto y efectivo por parte de los socii itálicos.
Existía una ley en el 129 a.C en que los latinos podían alcanzar la civitas
con una inscripción en Roma, siempre y cuando dejaran un hijo en la ciudad
de origen. La ventajas y oportunidades que entregaba Roma pronto se
convirtieron en un problema, pues el número de migrantes era tremendo, y las
ciudades aliadas ya no podían proporcionar los contingentes pactados en la
guerra. Así entonces, el problema mayor no eran los latinos, sino los socii itálicos
Marco
Junio Penno, tribuno de la plebe en el año 126 a.C, en colaboración con el Senado, dictó una
ley que expulsaba a la totalidad de los peregrini (itálicos) residentes en Roma, acusados
de obtener la ciudadanía de forma fraudulenta.
En el año 125 a.C es relevante para el tema de la ciudadanía aliada; Fulvio Flaco, el
electo cónsul y triunviro agrario, propuso una rogatio que confería la civitas
a los itálicos que la desearan, y a los demás, el ius provocationis o
derecho de apelación contra los magistrados romanos. Esta es la primera vez que
se discute abiertamente la moción de la civitas o provocatio a los socii itálicos
pese a la tenaz oposición senatorial, con el fin de que los aliados dejaran de
ser súbditos sino parte de la República. El cónsul Flaco entendió la dificultad
política de la cuestión aliada.
Ese mismo año (125 a.C) la colonia latina de Fregellae, ciudad que se mantuvo leal a Roma en la guerra contra Aníbal, se levanta en armas como respuesta a la negativa del senado a la rogatio civitae de Fulvio Flaco. Esta sedición no se propagó pues la rebelión fue
duramente aplacada por Roma. Sin embargo, Fregellae fue, sin dudas, un antecedente
inequívoco de la guerra que se aproximaba entre Roma y los aliados.
Pese a todo, los hechos ocurridos en Fregellae ablandaron la intransigencia romana pues, después
de la destrucción de la ciudad –según la interpretación de G. Tibiletti– se
dictó una ley que daba la ciudadanía a los altos magistrados de las colinas
latinas, para asegurar de esta manera su permanente lealtad y con el fin de que no se
repitieran hechos similares en un futuro próximo.
Cayo Sempronio Graco, en su segundo tribunado en el año
122 a.C, presentó como objetivo último de sus reformas la rogatio de socii et nomine latino donde les otorgaba la ciudadanía a los latinos. A los itálicos por
su parte, se les otorgaba el ius
sufragio o derecho a voto.
Nuevamente no fue del agrado del senado y se sentenció la expulsión de los aliados. A pesar de esto, Marco Livio Druso, colega, amigo del senado y
opositor de Graco, concede a los latinos como alternativa el ius provationis.
La
incorporación de latinos e itálicos a la civitas debía ser de forma paulatina, ya que,
al aumentar bruscamente el cuerpo jurídico, podría afectar el equilibrio entre
el poder y la participación activa de la ciudadanía misma. Por ello la plebe
se negó a compartir sus escasos privilegios con los aliados, y el senado
defendió su poder y sus privilegios políticos.
En
suma, las propuestas fallidas de Graco y Flaco fueron medulares en el intento
de los aliados de obtener la civitas
a través de medios pacíficos. El sentimiento de que romanos y aliados eran una gran
familia de hecho –no de derecho– se acentuó con las décadas.
Cayo
Mario, general romano de origen itálico, también se preocupó de la situación de
los aliados; tuvo en su poder la autoridad para repartir la ciudadanía entre sus
soldados aliados, y lo hizo (por actos heroicos, por ejemplo), pero no está
claro si este apoyaba la causa de los socii.
Apuleyo Saturnino, tribuno (103 – 100 a.C) formula una reforma agraria que
repartía tierras a la plebe rural en territorios conquistados y también
otorgaba la ciudadanía a algunos aliados.
En
consecuencia, tenemos que la participación de los socii, forzada o consciente, constituyó un vehículo poderoso de
unificación entre romanos y aliados. La amenaza de invasión germánica acrecentó
este sentimiento unitario entre las tropas. Pero al mismo tiempo, la cuestión
aliada se incrementaba por el deseo cada vez más general de los itálicos por
participar en la vida misma de Roma, de igual a igual.
En el siglo I a.C, la agitación itálica continuaba y se
hacía más aguda y latente ya que gran número de estos participaban de manera
ilegal de los comicios y procesos eleccionarios, lo que evidenciaba su interés
por intervenir en la vida política de Roma. En consecuencia, Roma aplicó la Lex Licinia Mucia en el 95 a.C, otra
medida restrictiva para controlar la situación, eliminando de las listas de
ciudadanos a aquellos aliados incorporados de forma ilícita.
Epílogo
El tribuno Marco Livio Druso (hijo) propone una rogatio liviana de soccis cuyo objetivo era conceder la ciudadanía a los aliados, causando el completo rechazo del senado. Druso muere asesinado en extrañas circunstancias, esfumando así los esfuerzos pacíficos para la obtención de la civitas. Estalla la guerra social y la solución definitiva. Mueren más de 300.000 hombres en una guerra que se extendería por más de dos años y que cambiaría para siempre las cualidades jurídicas de la península.
El tribuno Marco Livio Druso (hijo) propone una rogatio liviana de soccis cuyo objetivo era conceder la ciudadanía a los aliados, causando el completo rechazo del senado. Druso muere asesinado en extrañas circunstancias, esfumando así los esfuerzos pacíficos para la obtención de la civitas. Estalla la guerra social y la solución definitiva. Mueren más de 300.000 hombres en una guerra que se extendería por más de dos años y que cambiaría para siempre las cualidades jurídicas de la península.
Roma,
pese a ganar la guerra, terminaría concediendo la ciudadanía romana a los
aliados. Esto se llevó a cabo en el curso de la guerra a través de diversas
leyes. Entre las leyes más importantes se encuentra La Lex Julia: Propuesta el año 90 por el cónsul M. Licinio Craso, ley
que concedía la civitas a todos los
latinos y también a algunos aliados: a lo que no habían tomado parte de la
guerra (manteniendo la calma de Etruria y Umbría) También concedía el derecho a
los generales a dar la ciudadanía por mérito a sus soldados; la lex Plautia Papira, que concedía la ciudadanía a cualquier itálico, incluso sublevado, que
se hiciese inscribir en los registros del pretorio en un plazo de dos meses; y
la lex Calpurnia, que otorgaba el derecho latino a las ciudades de la Galia
Cisalpina que aún no lo poseían.
Fuentes:
- Bancalari, A. (1988). Los aliados y la ciudadanía romana. Revista de Historia Universal , 7-22.
- Nicolet, C. (1984). Roma y la Conquista del mundo Mediterráneo. Barcelona: Editorial Labor.
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