El fin de la Edad Media: Henri Pirenne, la expansión del Islam y el fin de la unidad Mediterránea
El establecimiento de las
tribus germanas en la cuenca del mar Mediterráneo y la caída del Imperio Romano de Occidente (476) no supuso el punto de partida
de una nueva época como la historiografía tradicional nos presenta. A pesar de
las evidentes consecuencias que tuvo para el Imperio, la caída de Rómulo
Augústulo no rompió con la tradición romana. El objetivo de las distintas
tribus "bárbaras" no fue destruir la civilización romana, sino
disfrutar de ella. Ciertamente estos reinos hicieron desaparecer el Estado, lo
que no quiere decir que desde entonces se convirtiese Roma en algo ajeno. Su
civilización sobrevivió. Se impuso a sus vencedores con la Iglesia, la lengua,
las instituciones y el Derecho. Con la anarquía y la miseria de las invasiones,
se conservó una fisonomía netamente romana. Los germanos no pudieron ni
quisieron prescindir de ella. Para seguir el curso de los acontecimientos desde
Rómulo Augústulo a Carlomagno, no hay más remedio que dirigir constantemente la
atención al Mediterráneo. Sin embargo, desde la periferia de las provincias del
Imperio Oriental acudía de forma fenomenal un peligro sin parangón para
tradición romana occidental.
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Batalla de Guadalete
(711) En la que el rey don Rodrigo
muere ante el ejército musulmán
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En efecto, para entender
la tesis de Henri Pirenne (1862-1935) respecto al fin de la Antigüedad y el inicio de la
Edad Media, debemos entender los efectos de la expansión del Islam en el siglo
VII. El Imperio romano no tenía demasiadas relaciones e intereses con los
habitantes de la Península Arábiga los cuales sólo constituían peligro para las
caravanas que pasaban por allí, sin embargo, nunca les prestó demasiada
importancia. En efecto, Roma se contentó con proteger su provincia más cercana
a la península, Siria, a través de la construcción de un muro, una frontera
(limes) que sin embargo, no se comparaba militarmente a las fronteras del Rin o
del Danubio. Sin embargo, en el año 634, los árabes, exaltados por una fe
nueva, realizan un fulminante ataque a la débil frontera siria.
En efecto, como señala
Pirenne, la conquista árabe no tiene precedentes en la historia por la rapidez
de sus éxitos y su trascendencia temporal e histórica. La conjunción de un
estilo de combatir nuevo, la desorganización de las legiones bizantinas y el
descontento religioso en las distintas regiones, favoreció el éxito de la
conquista árabe: en el año 635 se los árabes se apoderan de Damasco; en 636
ocurre la batalla de Yarmuk, donde Heraclio, emperador bizantino, es derrotado,
dejando a disposición árabe Siria; en 637 se apoderan de Jerusalén; en Asia
conquistan Mesopotamia y Persia; en 641 atacan Egipto y cae Alejandría, y en
poco tiempo todo el país. Luego pasan a África del Norte.
Esta primera ola
expansiva llega a su fin en el gobierno del califa Otmán (644-656). Cuando es
asesinado, el nuevo califa, Mauwiya, aspira convertir al imperio en una
potencia marítima. En efecto, ocupa Chipre y
y vence al emperador Constante II; se apoderan de Rodas, Creta y Sicilia.
Desde Cízico asedian infructuosamente Constantinopla en varias oportunidades
(668, 669,673). En el año 698 capturan Cartago, sustituyendo la antigua ciudad
por una nueva: Túnez, cuyo puerto, La Goleta, se convertirá en la gran base del
islam en el Mediterráneo. Logran constituirse de una flota la cual repele a los
bizantinos y asientan su dominio en el mar.
Los años siguientes
presencian la impresión de la huella árabe. Muza somete Marruecos e impone el
islam a las tribus bereberes; las mismas que más tarde conquistarán España En
710 el hijo de Vitiza, Akhila, desposeído por Rodrigo, duque de la Bética, huye
a Marruecos, en donde pide ayuda musulmana. En 711 Tariq cruza el estrecho
junto a 7.000 hombres y vence a Rodrigo, comenzando un proceso gradual de
ocupación de la península. En 713 Muza, el gobernador de África del Norte,
proclama en la capital de Toledo la soberanía del califa de Damasco. Más tarde
se apoderarían Narbona (720) y en 725 saquean Autun. En el año 732 el Emir de
España Ab-Derramán es vencido por Carlos Martel en la batalla de Poitiers,
batalla que marcó el fin de esta incursión árabe. Pipino es quien finalmente
expulsa a los árabes de Provenza en 752
y de Narbona en 759, poniendo fin a la expansión musulmán por Europa
occidental, aunque las devastaciones y el pillaje continuarán durante el
septentrional Imperio de Carlomagno.
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Batalla de Poitiers (732)
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Con la conquista árabe del Norte de África y de la Península Ibérica, el mar Mediterráneo occidental se
convierte en un gran lago musulmán. Al mismo tiempo, conquistadas África y sobretodo Cartago, la esfera de
acción bizantina no sobrepasará Italia. El antiguo mare nostrum romano se constituye ahora en el límite entre el Islam y la Cristiandad. De esta forma, el rompimiento de la unidad
mediterránea puede constituirse fácilmente en el hecho más trascendental de la historia occidental hasta
entonces, luego de las Guerras Púnicas. En efecto, provocó que el eje de la civilización occidental se viera empujado hacia el norte, cuyo centro, con Carlomagno, sería Aquisgrán, alejados del mar. Europa pasa de ser un continente marítimo a un espacio netamente continental, reduciendo de forma contundente las riquezas que entraban por puertos como Marsella, lo que favoreció el surgimiento de feudos y el vasallaje. Es el final de la tradición antigua. Es
el comienzo de la Edad Media.
Fuente: Pirenne, H. (2013). De
Mahoma a Carlomagno. Buenos Aires: Editorial Claridad.
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