La Guerra de Crimea y el declive del poder ruso
La Guerra de Crimea fue un conflicto bélico que enfrentó al Imperio ruso contra los aliados ingleses, franceses y turcos, principalmente en la península de Crimea, en el sur de Rusia, a propósito de la debilidad del imperio otomano, los intereses rusos e ingleses en el mar Negro y el Mediterráneo y las ansias de prestigio de Napoleón III. La guerra se extendió desde 1853 a 1856 en favor de los aliados.
Antecedentes: La cuestión Oriental
Antecedentes: La cuestión Oriental
La
"Cuestión Oriental" es una terminología del siglo XIX que hace
referencia a una serie de problemas geopolíticos que se plantearon las Grandes
Potencias (Inglaterra, Rusia, Francia, Austria y Prusia) dada de la decadencia
del Imperio turco-otomano y también por los deseos de Rusia por alcanzar una
salida al Mediterráneo a través de los estrechos turcos.
Sin
lugar a dudas el Imperio Otomano fue en un período de la historia una gran
potencia, pero no el siglo XIX. Recordemos que los turcos formaron un imperio
que se desarrolló a partir de la Edad Media, siendo su conquista más recordada
y emblemática la de Constantinopla en el año 1453. A partir de ese momento
comenzaron un fuerte y vertiginoso crecimiento territorial, cercando
prácticamente a Europa en sus propias fronteras desde el siglo VIII al siglo
XVII, como nos relata Enrique Dussel. El apogeo de este gran imperio ocurrió en
el siglo XVI con Solimán I, quien extendió sus fronteras hasta la mismísima
Viena en la Europa del Este. Ahora bien, a partir del siglo XVII el imperio
comenzó a vivir tiempos turbulentos, tiempos en que comenzaron a ocurrir
regicidios, derrocamientos y pérdidas territoriales tanto en Europa como en
Asia. En el siglo XIX el Imperio se gobernaba sobre la base de una
administración corrupta, un ejército débil y una teocracia que impedía la
modernización del Imperio. Al mismo tiempo, el Imperio abarcaba territorios
desmesuradamente grandes, gobernando al mismo tiempo y con una misma jurisdicción
territorios con una composición étnica y religiosa muy variada. Para empeorar
aún más la situación, el imperio estaba enormemente endeudado por los créditos pedidos
a Francia e Inglaterra, los cuales, producto de esto, se sentían en parte
dueños del Imperio.
Todos
estos antecedentes hicieron que el Imperio Otomano fuese incapaz en el siglo
XIX de responder de manera eficiente y categórica al surgimiento de movimientos
nacionalistas en territorios de sus dominios como Serbia, Moldavia o Grecia. En
efecto, a inicios del XIX, Serbia se independiza del Imperio; Grecia haría lo
mismo en 1830. Estas dos independencias animaron a los demás territorios a
exigir también derechos de autonomía (búlgaros, rumanos, etcétera).
Todas
las Grandes Potencias, salvo Rusia, se negaban a que el Imperio turco-otomano
perdiera su independencia o se disolviera, pues cualquier reparto territorial
entre las potencias acrecentaría aún más el poder amenazante de Rusia,
generando todo tipo de problemas en el equilibrio de poder europeo. En efecto,
si Rusia ocupaba Constantinopla y los Dardanelos, no sólo podrían cerrar el mar
Negro a toda navegación extranjera y sacar sus productos todo el año, sino que
podría hacer entrar y salir a su flota a voluntad por el Mediterráneo,
amenazando los intereses ingleses.
Los
deseos de Nicolás I sobre el débil imperio turco fracasaron una vez que las
demás potencias firmaron la Convención de los Estrechos de 1841, en la que Gran
Bretaña, Francia, Prusia, Austria y Rusia acordaron el "cierre" del
Bósforo y los Dardanelos a los buques de guerra en tiempos de paz. Naturalmente
la potencia con más beneficios fue Inglaterra, que mantenía su hegemonía naval
en el Mediterráneo. En ese momento Rusia fue consciente de que cualquier
movimiento que significase una hipotética invasión, ocupación y reparto del
territorio turco, se debía contar con el apoyo de Inglaterra. Sin embargo, el
país anglosajón desconfiaba de las ambiciones de Moscú, por lo que contener a
la "aplanadora rusa", incluso financiando la supervivencia del
Imperio turco-otomano, era la prioridad.
Sin
embargo, no fue Turquía, Rusia o Inglaterra quien detonaría la guerra, sino
Napoleón III. Luego del fin de las Guerras de la Coalición, las demás potencias
acordaron un sistema que impidiera a toda costa que Francia volviera a extender
su hegemonía a costa de los demás países europeos. De esta forma, por mucho que
los franceses quisieran una política de "recuperación", era imposible
una mejora espectacular sin que despertara la hostilidad de las demás potencias.
Por otra parte, el poder relativo de Francia se estaba erosionando en una serie
de aspectos: aunque Francia era más grande que Prusia o que el Imperio
austriaco, no había ninguna esfera en la que fuese líder decisivo. Su Ejército
era grande, pero no más que el de Rusia; su Marina era la segunda más fuerte
del globo, aunque muy por detrás de la Royal
Navy. En términos de producción manufacturera y de producto nacional,
Francia se estaba retrasando en relación con su emprendedora vecina.
Pese a
lo anterior, Francia continuaba siendo una potencia militar fuerte, que
convenía más tener de amiga que de rival. En consecuencia, Napoleón III, quien
llevaba poco tiempo al mando del segundo Imperio francés, estaba ansioso de
cimentar su posición en el Concierto Europeo con una política exterior
prestigiosa. En efecto, le mordió la cola al "oso" al intentar
reforzar la posición de Francia en el Imperio otomano proclamándose protector
de los cristianos católicos en los territorios del sultán, y manifestando que
los monjes católicos tenían ciertos derechos a ocuparse de los Santos Lugares
de Jerusalén. El Sultán, sin querer mayores problemas, accede en 1852. Sin
embargo, Nicolás I, protector de los ortodoxos, tomó esta situación como un agravio
personal a su prestigio y como un intento de suplantar la influencia rusa en la
zona.
La Guerra
El zar
Nicolás I exigió al Sultán infructuosamente que le otorgara el estatuto de
protector de todos los cristianos del Imperio otomano, lo que le hubiese dado
al zar una gran excusa para intervenir en los asuntos del decadente imperio
pues dos de cada cinco súbditos del sultán eran ortodoxos. En efecto, los rusos
comenzaron a amenazar los principados turcos de Moldavia y Valaquia. Los peores
temores de ingleses y franceses comenzaron a emerger ante la amenaza rusa en
Turquía. Ante la amenaza se movilizó una flota anglo-francesa a la bahía de
Besika, en el Estrecho de los Dardanelos. Por su parte el Imperio austriaco vio
amenazado también sus intereses pues, al igual que Rusia, los Estrechos turcos
eran las rutas de salida de su comercio. Por ello, los Habsburgo iniciaron una
febril actividad diplomática para evitar la guerra. Sin embargo, Nicolás I se
aventuró en un camino sin retorno, confiado que ni ingleses ni franceses
intervendrían. En julio de 1853 los rusos ocuparon Moldavia y Valaquia. Pocas
semanas después Turquía declara la guerra a Rusia. La flota anglo-francesa se
internó a través de los Dardanelos rumbo a Constantinopla.
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Escenario global de la Guerra de Crimea |
Rusia
poseía una flota numerosa que, al mando del almirante Pável Najímov, fue capaz
de destruir a toda la flota turca en el puerto de Sinope el día 30 de noviembre
de 1853, esto después de días en que sólo hubo escaramuzas sin importancia entre
ambas flotas en el mar Negro; Rusia ahora controlaba el mar Negro. Esta batalla
produjo gran revuelo en la opinión pública extranjera, la que presionó, al
menos en Inglaterra, para que se declarase la guerra. En efecto, en marzo de
1854, tras la firma de una alianza con el Imperio turco-otomano, Inglaterra y
Francia declararon la guerra a Rusia.
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Batalla de Sinope |
Sin
embargo, en esos momentos, los rusos, presionados por los turcos y amenazados
por los austriacos, decidieron abandonar sus conquistas en los principados de
Moldavia y Valaquia, los cuales pasaron a ser ocupados por Austria. La guerra
pudo haber terminado ahí, sin embargo, el prestigio de los anglo-franceses
estaba en juego, y no podían retirarse sin al menos una victoria. Ahora bien,
el gran problema de los aliados era donde dar un golpe que realmente
determinara la rendición de un país tan grande como Rusia: se decidió
desembarcar a los soldados en la fértil y relativamente cálida península de
Crimea, zona geográfica donde su ubicaba la ciudad de Sebastopol, lugar donde
el Zar mantenía su principal base naval en el mar Negro; su caída constituiría un
golpe irreparable para el zar y sus pretensiones en el Mediterráneo.
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Península de Crimea |
El 14 de
septiembre de 1854 una fuerza franco-británica desembarcó en el litoral de
Crimea, y como toda esta etapa de la guerra se limitó a la península homónima,
el conflicto pasó a la historia como la "Guerra de Crimea". La
primera gran batalla de la guerra luego del desembarco en Crimea fue la Batalla
de Alma (20 de septiembre de 1854), junto al río del mismo nombre, en la que
los aliados vencieron a los rusos. Sin más resistencia, los aliados iniciaron el
sitio a la ciudad de Sebastopol en octubre de ese año. El episodio más
recordado de la guerra ocurrió el 25 de octubre de 1854, cuando, durante la
Batalla de Balaklava (primer intento ruso por romper el asedio), una confusión
de órdenes desde al mando inglés hizo que una de sus brigadas de caballería
ligera, con no más de 673 hombres, cargara sobre una posición de artillería
rusa, sin ningún propósito. Más de un tercio de los jinetes perdió la vida en
media hora. Los aliados al final lograron capturar Sebastopol en septiembre de
1855 cuando el nuevo zar, Alejandro II, ordenara el abandono de la ciudad,
luego de hundir los barcos y volar los polvorines. Sin embargo, la caída del
bastión ruso de Crimea no constituyó finalmente la rendición del zar. Lo que
acabo realmente con la guerra fue la amenaza de Francisco José de Austria,
quien amenazó con intervenir en el conflicto junto a los aliados si es que
Rusia no firmaba la paz.
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Carga de la caballería Ligera en Balaclava |
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Captura de Sebastopol |
Finalmente,
en febrero de 1856, se reunió el Congreso de París, que firmó la paz. Para
alivio del sultán, su imperio seguirá viviendo por más tiempo, aunque seguirá
siendo el "enfermo de Europa". Rusia volteó sus ambiciones a Asia y
cedió sus derechos a proteger a los cristianos en Turquía; Francia e Inglaterra
aseguraron sus posiciones en el mar Negro; Austria consiguió el fin de la
influencia rusa en el Danubio.
Por qué Rusia
perdió la guerra: la erosión del poder ruso
El poder
relativo de Rusia comenzó a decaer en
las décadas que siguieron a la caída de Napoleón, en pleno auge de la
Revolución Industrial y en periodo de paz europea, sin embargo, esta decadencia
no se evidenció plenamente sino hasta la Guerra de Crimea (1854-1856). El
ejército ruso siguió siendo el más grande numéricamente, infiriendo terror en
Europa, por lo que mantuvo su papel de gendarme de los países occidentales, más
aún con la llegada de Nicolás I al poder; y los sucesos revolucionarios de 1848
reforzaron esta denominación: las desesperadas peticiones de auxilio de Austria
para sofocar la rebelión húngara fueron atendidas con el envío de tres
ejércitos rusos. Nacionalistas polacos y húngaros, burgueses liberales, o
marxistas, convinieron en que el principal baluarte contra el progreso en
Europa seguiría siendo el Imperio de los zares.
En
cambio, a nivel económico y tecnológico, Rusia perdía terreno desde 1815 en
relación a los demás. Esto no quiere decir que no hubiese progresos. La
población creció rápidamente (51 millones en 1816; 76 en 1860; 100 en 1880). La
producción de hierro se incrementó y la industria textil multiplicó su volumen.
Entre 1804 y 1860 el número de fábricas industriales se elevó de 2400 a más de
15.000. Se importaron del Oeste motores a vapor y maquinaria moderna, y a
partir de la década de 1830 empezó a surgir una red de ferrocarriles.
No
obstante, Europa se movía mucho más deprisa. El hecho de que Rusia doblara su
producción de hierro a inicios del siglo XIX era insignificante en comparación
con la producción de Gran Bretaña, que se multiplicó por treinta; en dos
generaciones, Rusia pasó de ser la principal productora y exportadora de hierro
de Europa, a depender cada vez más de manufacturas occidentales. En 1850 Rusia
tenía poco más de 800 kilómetros de vías férreas, frente a los 13.000
kilómetros de los Estados Unidos. Los nuevos desarrollos que se producían
estaban a menudo en manos de los comerciantes y empresarios extranjeros, que
convertían más a Rusia en proveedora de materias primas para las economías
avanzadas. De la misma forma, hubo una serie de factores internos que
complicaban aún más el despegue económico-industrial de Rusia en comparación
con otros países europeos: una carencia de capital, escasa demanda del
consumidor, una escasa clase media, las grandes distancias, los climas
extremos, la mano dura del Estado, etcétera.
Pese a
las lamentables condiciones rusas planteadas, por mucho tiempo estas no se
tradujeron en una debilidad militar ostensible. Los Gobiernos estaban aún más
preocupados por la fiabilidad política y social de sus FFAA que por las
reformas militares; por ello los observadores del exterior les parecían más
impresionantes el volumen del Ejército ruso y la estabilidad de su masa de
reclutas que materias como la logística o el nivel de instrucción de los
cuerpos de oficiales.
En este
estado Rusia emprendió la guerra contra el Imperio turco-otomano y sus aliados.
En efecto, la Guerra de Crimea fue la confirmación del atraso ruso ya que, a
pesar de que los aliados trasladaron la guerra a un sitio enormemente sensible
del territorio ruso, el sistema de gobierno ruso fue incapaz de repeler la
invasión. Pese a tener una flota más numerosa y que tuvo éxito contra los
turcos en Sinope (1853), esta se componía principalmente de barcos de madera de
abeto, poco aptos para la navegación, con artillería anticuada y tripulaciones
mal entrenadas. En cambio, los anglo-franceses contaban con barcos a vapor,
algunos con granadas de metralla y cohetes, y una industria detrás que les
permitía construir más barcos si era necesario. El ejército estaba en una
situación peor. Los soldados de Infantería luchaban bien y, bajo la inspirada
jefatura del almirante Najímov y del genio de la ingeniería coronel Totleben,
la prolongada defensa de Sebastopol fue una hazaña impresionante. Pero en los
demás aspectos, el Ejército era inadecuado. Los regimientos de Caballería eran
demasiado precavidos y sus caballos no podían aguantar una campaña agotadora.
Los soldados iban mal armados; los viejos mosquetes de chispa tenían apenas 200
metros de alcance efectivo, a diferencia de los 1000 metros de los rifles
aliados. La jefatura militar era deficiente, pues la afligían rivalidades
personales y no era capaz de causar una estrategia coherente. El cuerpo de suboficiales
era minúsculo y poco entrenado, a diferencia del cuerpo de suboficiales
prusiano. El ejército tampoco poseía un servicio corto que le diera al zar
grandes cantidades de soldados entrenados para la guerra, pues ello hubiese
constituido el fin del sistema de servidumbre. En efecto, unos 400.000 soldados
reclutados a toda prisa para la guerra carecían de total instrucción.
Por
último, estaban las deficiencias logísticas y económicas. Rusia no había
construido ferrocarriles en el sur de su territorio, por ello los carros de
transporte tirados por caballos tenían que cruzar cientos de kilómetros de
estepas, que se convertían en un mar de barro durante el deshielo de la
primavera y las lluvias del otoño. Las tropas y refuerzos aliados podían ser
enviados por mar desde Francia e Inglaterra a Crimea en tres semanas, mientras
que las tropas rusas de Moscú tardaban a veces tres meses en llegar al frente.
Era aún más preocupante el hecho de que existían miles de armas colapsadas. Al
partir la guerra, había un millón de armas de fuego; al terminar 1855, solo
90.000. La pólvora y las municiones estaban en peor estado. El bloqueo
británico impedía la importación de nuevas armas y, además, y más preocupante
aún, cortó la salida de cereales y otras exportaciones (salvo las que iban por
tierra a Prusia) e hizo que el Gobierno sólo pudiese pagar la guerra a base de
elevados préstamos a Berlín y Ámsterdam, imprimiendo papel moneda, lo que
finalmente generó una gran inflación y gran inquietud en el campesinado: la
bancarrota estuvo a la vuelta de la esquina. La negociación con las grandes
potencias era la única manera de evitar la catástrofe.
Conclusión
La
Guerra de Crimea fue un golpe al poder y al prestigio de Rusia, y que les costó
la vida a 480.000 hombres del zar. Esta situación condujo a iniciar una serie
de cambios, sobre todo la abolición de la servidumbre. La producción de carbón
y acero, los servicios púbicos a gran escala y el crecimiento de las empresas
industriales se pusieron más de manifiesto a partir de la derrota. Sin embargo, Rusia
no volvería a ser en el siglo XIX, lo importante y sobresaliente que fue entre
1815 y 1841.
Sin duda
la nación más beneficiada de la guerra fue Francia, nación más adelantada
industrial y económicamente que Rusia, y al mismo tiempo, más militarizada que
la Gran Bretaña liberal. En efecto, la fuerza expedicionaria francesa al mando
del general Saint-Arnaud tenía un buen equipo y un buen entrenamiento dada sus
campañas en el norte de África y en ultramar. Al mismo tiempo su contingente
fue más numeroso que el inglés, e hizo la mayoría de las penetraciones
importantes en la guerra. En cierta medida ,señala Paul Kennedy, Francia
recuperó su herencia napoleónica, y lo que no obtuvo en nuevos territorios, lo
obtuvo en prestigio.
Fuentes
Fuentes
- Kennedy, P (2006). Auge y caída de las Grandes Potencias. Barcelona: Editorial Debolsillo.
- Lario, A (2014). Historia contemporánea universal. Del surgimiento del Estado contemporáneo a la Primera Guerra Mundial. Madrid: Alianza Editorial.
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