A propósito de las consecuencias militares de la Guerra del Pacífico: El poder naval chileno-estadounidense a fines del siglo XIX

El escenario geopolítico de Chile luego de la Guerra del Pacífico resultó inédito e irrepetible. Las ganancias territoriales de las ricas provincias salitreras de Tarapacá, y el auge económico que provocó la explotación de estos terrenos otorgó a Chile el status de potencia regional, rompiendo de esta manera el equilibrio militar y económico en la región. Al mismo tiempo, el poder y la jerarquía de EEUU sobre el continente se vio de algún modo mermado ante el superior poder naval de Chile, un país periférico y de menor jerarquía económica. Estos hechos acentuaron la animadversión y la antipatía en las relaciones diplomáticas chileno-estadounidenses (al mismo tiempo que hubo cuestionamientos internos respecto a su precario poder naval), cuestión que llegó a su punto más álgido en 1891, con el Caso Baltimore.




En efecto, durante el siglo XIX, las relaciones diplomáticas entre Chile y los Estados Unidos estuvieron marcadas por el conflicto y los roces más que por los acercamientos y las buenas relaciones. Este contexto diplomático se justifica a través de ciertos hitos como la política de Diego Portales y sus reservas respecto a la Doctrina Monroe, el rol jugado por los Estados Unidos durante la Guerra del Pacífico (1879 – 1884); la crisis de Panamá de 1885; o la misma crisis del USS Baltimore en 1891.

Respecto al rol de los Estados Unidos en la Guerra del Pacífico, las relaciones entre Santiago y Washington se deterioraron fuertemente, más que con cualquier acontecimiento anterior. Recordemos que hacia mediados de 1880, Chile ya prácticamente dominado el Pacífico luego de que el almirante Juan José Latorre venciera en el combate de Angamos al almirante peruano don Miguel Grau y su acorazado Huáscar en la memorable jornada del 8 de octubre de 1879. Al mes siguiente comenzó la sistematizada ocupación de los territorios aliados a través del Desembarco de Pisagua (2 de noviembre de 1879) y la conquista de las ricas provincias salitreras de Tarapacá. Más tarde se destruiría al ejército peruano-boliviano en la meseta tacneña y se eliminaría el último reducto defensivo peruano antes de la invasión a Lima. En ese momento, luego de la batalla de Arica (7 de junio de 1880), Estados Unidos asumió una actitud hipócrita y una potestad que nadie le entregó: una función mediadora para poner fin al conflicto. Esto, a los ojos de las autoridades en Santiago, implicaba favorecer la causa aliada, pues buscaba evitar la desmembración territorial en favor a los aliados. El gobierno en Washington consideraba que, al mantenerse los territorios en manos de sus dueños originales, es decir, Perú y Bolivia, el equilibrio estratégico en el Pacífico se restablecería. Sin embargo, la misión estadounidense para terminar con el conflicto, la llamada Conferencia de Arica o Conferencia del USS Lackawanna (22 – 27 de octubre de 1880) fracasaron, pues los aliados no aceptaron las condiciones de paz impuestas por Chile.

Por otra parte, y luego de que Estados Unidos no lograra impedir las pérdidas territoriales peruano-bolivianas, el gobierno provisional peruano de García Calderón ofreció al gobierno de Washington una base en la localidad de Chimbote. Alertado de esta situación el gobierno chileno y el Comandante en Jefe de las Fuerzas chilenas de ocupación, contraalmirante Patricio Lynch, se dispuso que el blindado Blanco Encalada ocupara el puerto de Chimbote con fuerzas de Infantería de Marina, frustrando de esta manera el propósito de la fragata Pensacola en diciembre del año 1881.

La guerra del 79 alzó a Chile como la primera potencia militar del sur del continente, con un alto prestigio y una aparente sólida política, además de un fuerte poder económico que le aseguraba al Estado constituirse en un ente con un relevante papel en el destino del subcontinente y como una potencial amenaza para los intereses de Estados Unidos en el Pacífico. En efecto, esta nueva situación de Chile contrastaba con las proyecciones geoestratégicas norteamericanas, y ponía en relativo peligro la superioridad naval que almirante Mahan demandaba para su país a través de sus teorías del poder marítimo.

Sin duda una de las mayores consecuencias del triunfo de Chile en la Guerra del Pacífico fue el fortalecimiento de su poder naval y su consolidación como potencia hegemónica en las costas del Pacífico durante la década de 1880; una posición esencial para los Estados Unidos, aunque para sí misma. Washington percibió que la superioridad de la Armada chilena era un problema para su política exterior, y que fácilmente podía constituirse en un rival para sus objetivos de expansión e influencia política y económica en el sur del continente, e inclusive una posible limitante de su avance en el Pacífico sur. Al respecto, Albert G. Brown, senador de los Estados Unidos, pronunció ante la Sociedad Americana de Geografía, en el año 1884, el siguiente esclarecedor discurso respecto a la preocupación norteamericana respecto a Chile:
"Ni es esto todo –refiriéndose a la exitosa campaña durante la Guerra del Pacífico–. No solamente se ha colocado Chile en la posición de potencia dominante en la costa Occidental de Sud-América, sino que, por su fuerza naval, puede, si le place, dominar en este momento la costa del Pacífico de los Estados Unidos. Cualquiera de sus tres acorazados puede echar á pique todos los buques de madera de nuestra miserable marina, y el contraste entre su poder y nuestra impotencia es una vergüenza diaria para todo ciudadano de nuestro país que resida o viaje entre Panamá y el cabo de Hornos."
"En hostilidades contra nosotros podría Chile avanzar en ataque contra California ú Oregón con una marina á cuyo frente tendría tres acorazados, dos de ellos de primera clase, y cualquiera de los tres más que superior á nuestro Escuadrón del Pacífico; tiene también buques de guerra mixtos de madera y hierro, y buenos barcos mercantes que podría usar en caso de guerra. Nuestra única salvación consistiría en el abordaje. La condición indefensa de nuestra costa en el Pacífico no es segura; no es compatible con las relaciones de potencia á potencia allí donde serían garantía segura de paz."

Por su parte, incluso unos años antes de que iniciara la guerra, el almirante estadounidense David Porter, en carta al contraalmirante George Preble del Escuadrón del Pacífico Sur escribe en 1877:
“Aquellos excelentes buques que Ud. describe son una triste reflexión sobre nuestros pobres pequeños esfuerzos. Sólo imagine si nosotros nos viéramos mañana envueltos en una guerra con Chile. En qué miserable condición nos encontraríamos; Ud. podría mandar allá a nuestra marina completa y aquellos acorazados chilenos la barrerían a toda ella del océano”.

A raíz del Combate de Angamos de 1879, el editor de la publicación norteamericana Army and Navy Journal, William Church, señaló:
"La gran lección enseñada a nuestro país por este combate es la necesidad de proveer, de una vez, de cañones más poderosos a nuestra marina y a nuestras defensas de puerto. ¿Cuántos cañones tenemos a flote que puedan penetrar la coraza de los blindados chilenos? Nuestro país debe despertar de la peligrosa condición en la cual ha derivado. Encontramos que potencias de segunda, de tercera, de cuarta categoría son capaces de infligir irreparable daño a nuestras flotas y ciudades” .

Pero eso no es todo. Respecto al poder naval de la escuadra norteamericana apostada en el Pacífico, el representante Benjamín Harris señaló en la sesión del Congreso que discutió el tema de la reconstrucción de la Marina, en marzo de 1882, lo siguiente:
“La fuerza naval de Estados Unidos allí -la estación del Pacífico Sur- consiste en cuatro naves sin protección […] Ninguna de esas naves puede ni alcanzar ni huir del Almirante Cochrane o del Blanco Encalada. El escuadrón entero no tiene suficiente fuerza para competir exitosamente ni aun con uno de esos blindados, y no tiene la suficiente velocidad para evitar un enfrentamiento perdido. Es manifiesto que, en un conflicto con esa pequeña nación, los Estados Unidos estarían desamparados para resistir el primer ataque..., y Chile podría imponer tributo a la ciudad de San Francisco o sellar el Golden Gate como con una muralla de hierro”.

Por último, para ejemplificar el sentimiento de inferioridad que aquejaba a los marinos de la armada estadounidenses frente a su símil chilena, es el mismísimo Alfred T. Mahan, padre de la teoría naval moderna, quien en 1884, y mientras era Comandante del Wachusett, comentaba lo siguiente cuando salió del puerto peruano del Callao:
"Si nos hacen ir de puerto en puerto en buques que son un hazmerreir, sabiendo que se ríen a nuestras espaldas hombres que son demasiado corteses para decir una palabra desagradable en nuestras caras, Ud. no puede esperar que nuestro orgullo y autoestima vayan a escapar ilesos." 
Chile nunca llegó a enviar alguna expedición contra la costa occidental de los Estados Unidos, pero sí chocó directamente con la nación de Washington justo a mitad de camino: en Panamá. Los Estados Unidos –de acuerdo a la importancia que las teorías de Mahan daba al control y al dominio de estrechos, canales y puntos de conexión transoceánico– tenían un claro interés en la zona centroamericana: lograr que el Estado de Panamá se independizara de Colombia, para convertirlo en un protectorado en el cual poder construir un canal que uniera el Pacífico con el Atlántico, evitando el largo trayecto hasta el Cabo de Hornos. La formulación de este objetivo obedeció a dos grandes objetivos nacionales: la eliminación de la influencia europea y la consolidación del Estado por medio de la expansión territorial. El Destino Manifiesto le abrió a los Estados Unidos una salida al Pacífico, y Panamá era el punto neurálgico para conectar ambas costas del país. Consciente de esta situación era el almirante Mahan, quien promovió la construcción de dicho canal; Mahan fue consciente del papel que debía cumplir el canal panameño como instrumento que fortaleciera el poderío comercial y militar de los Estados Unidos, tanto en América como en los territorios de ultramar. El dominio del canal le permitiría contar con una de las futuras llaves estratégicas del comercio y de la defensa mundial. 

La oportunidad de los Estados Unidos para tomar el control de Panamá llegó en 1885, tomando como excusa la rebelión encabezada por Rafael Aizpurú en ciudad de Panamá el día 16 de marzo. Dos barcos norteamericanos llegaron a Panamá y tomaron el control del lugar. Contrariado en sus intereses económicos en el istmo, el gobierno de Domingo Santa María envió al crucero “Esmeralda”, la nave más moderna del Pacífico, y logró lo que hoy en día es imposible: los Estados Unidos retiraron a sus marines de Panamá y el gobierno de Bogotá retomó el control de istmo. Según el Army and Navy Journal, la Esmeralda podía destruir a toda la Armada norteamericana, nave tras nave y nunca ser tocada.

La intervención chilena en Panamá fue la cúspide del poder chileno en el Pacífico, una que resume el historiador William Sater en el título de su libro Chile y Estados Unidos: imperios en conflicto. Pero también fue el comienzo de su fin. Alertado por el bochorno de Panamá, el Congreso estadounidense aprueba la ley naval –confirmando una década marcada por el antagonismo entre ambos estados– e inicia un ambicioso plan de inversión en su Armada que pronto deja atrás a Chile, que sería lógicamente incapaz de sostener una carrera armamentista contra una economía inmensamente superior. Esta nueva realidad tiene una dramática culminación con los hechos acaecidos en Valparaíso con el USS Baltimore en 1891.

Ahora bien, debemos entender esto en perspectiva: si bien es cierto que Chile tuvo una flota poderosa en el último cuarto del siglo XIX, jamás estuvo al nivel de flotas europeas, y la política interna de los Estados Unidos no se preocupó tampoco en tener una flota acorde a su inmenso y superior poder industrial. Sin embargo, lo más importante a recalcar, es que fue el episodio con Chile en 1885 el punto de inflexión en la política naval norteamericana, aprobandose por ello una ambiciosa Ley Naval, amparada por el poderoso poder industrial de EEUU. De esta forma, ya a fines del siglo XIX los Estados Unidos se constituían como una poderosísima potencia mundial, con un poder industrial gigantesco, que manifestaba su poder a través de importantes hitos como lo fue la anexión de las islas hawaianas y su éxito en la Guerra con España, lo que permitió a los Estados Unidos proyectar su poder, sus ideales y sus doctrinas a través del Pacífico por una parte, y a través del Caribe. El punto culmine de la materialización de este poder lo constituyó la travesía de la Gran Flota Blanca, una empresa naval compuesta de dieciséis acorazados y decenas de barcos escoltas y auxiliares, que circunnavegó el globo y visitó más de veinte puertos en distintos países, entre ellos Chile, dejando en claro a nuestro país que nunca más volvería a constituir una amenaza a sus intereses en el Pacífico.


La Gran Flota Blanca en algún lugar del Atlántico


Fuentes: 
  • Garcés, C (2017). La política exterior de los Estados Unidos hacia Chile: una revisión histórica y geoestratégica a través de la obra del almirante estadounidense Alfred T. Mahan
  • Rubilar, M. (2004). Guerra y diplomacia: las relaciones chileno-colombianas durante la guerra y postguerra del Pacífico (1879-1884)

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